Leí hace poco una reflexión muy interesante sobre la sutil diferencia entre tener confianza en uno mismo y llegar a ser arrogante. La conclusión era que la confianza en uno mismo es creerse capaz de conseguir un objetivo, y eso es bueno porque inspira a los demás. Por el contrario, ser arrogante es decirle a los demás que eres mejor que ellos, y eso es malo porque destruye relaciones. La arrogancia es proclamar que eres bueno y los demás no lo son, mientras que la confianza es decir que eres bueno y que los demás también lo son.
Gran verdad. Se puede creer en ti mismo y en tus capacidades sin parar a compararse con nadie. Y al mismo tiempo se puede ser humilde, que significa que reconoces que cualquier persona tiene algo que enseñarte, algo en lo que es mejor que tú y de lo que se puede aprender. Son cualidades perfectamente compatibles porque se puede reconocer nuestras propias capacidades y a la vez, las capacidades de los demás. Normalmente no es necesario ir predicando a los cuatro vientos lo bueno que eres, lo que en el fondo denota falta de seguridad. Lo normal es que tus acciones hablen por ti mismo sin que haga falta acompañarlas de muchas palabras. La confianza se enfoca a uno mismo mientras que la arrogancia se proyecta hacia los demás.
De hecho, esa combinación de confianza y humildad es la que lleva al éxito a los equipos. Un equipo trabaja con determinación para conseguir un objetivo y a la vez, es consciente de que puede mejorar aprendiendo de otros equipos. Sin embargo, con la arrogancia sucede lo contrario, especialmente cuando el arrogante es el jefe. Los equipos pierden confianza y evitan los riesgos para no dar pie a que el jefe les recuerde lo torpes que son, pero evitando los riesgos no hay ningún progreso. Además, el arrogante no es capaz de ver sus carencias, echará la culpa a otro ante cualquier error y por tanto, se atascará totalmente y lo que es peor, no será consciente de que está atascado.
Los líderes pueden llevar a sus equipos a la arrogancia cuando no reconocen convenientemente sus méritos. Eso hace que estén más preocupados por mostrar sus logros que otra cosa, y se focalicen en tareas muy visibles pero quizá no importantes. Por el contrario, si se reconocen los méritos de los equipos, se consigue que aumente la confianza ante el éxito conseguido. Es decir, hay líderes que inspiran conductas arrogantes y otros que inspiran confianza. Porque la confianza no es innata, no es algo con lo que se nace sino que es algo que se adquiere con el tiempo, enfrentándote a experiencias diversas de las que sales airoso. Ni es algo permanente, porque hay días en los que te crees capaz de cualquier cosa y otros en los que parece que todo es una debacle. Así que el papel de los líderes es fundamental a la hora de conseguir que los equipos ganen en autoconfianza.
Se dice que si quieres conocer realmente a alguien, dale una cierta cuota de poder. La arrogancia suele acompañar al mal jefe y no es más que un reflejo del temor a perder autoridad frente a su equipo y esconde precisamente la falta de confianza necesaria para liderar. Es perfectamente legítimo destacar el éxito propio pero hay que ser capaz de demostrarlo. Se trata de poner de manifiesto los resultados, porque igual de negativo es alardear de todo como ocultarlo por un exceso de modestia. El secreto para ganar y promover autoconfianza y no arrogancia está en no hablar de uno mismo, sino de nuestras ideas y de nuestros hechos, tratando de ser lo más objetivo posible, aportando cosas útiles, ayudando a los demás y mostrando agradecimiento a todos los que han colaborado con nosotros.