Por extraño que parezca, hubo un tiempo en el que el mundo despreciaba a los jóvenes. Organizaba su estructura en torno al mantra del orden establecido y, en consecuencia, desconfiaba de ellos. No existía gobernante, empresario u hombre de pro que no fuese un señor de cierta edad. Hoy, sin embargo, no paro de asistir a comidas jubilación de profesionales valiosos, que aun cuando ansiaran seguir trabajando a sus cincuenta y tantos, quedan apartados por sus empresas.

Hoy las empresas los prefieren jóvenes con el argumento (falaz a mi entender) de que, a cierta edad ya no hay energía y que, por tanto, se rechaza cualquier cambio. Qué le vamos a hacer. Nuestro mundo asocia juventud a nativo digital, ergo a progreso. De igual modo que, rechazando la lectura, la filosofía y las artes como alimentos del espíritu, prefiere centrarse en el culto al cuerpo.

Pero, ¿ha sido siempre la juventud  un valor?

Pues resulta que no. Esta hipervaloración a nivel profesional de la juventud como activo es circunstancial. No hace tantos años, la juventud era un obstáculo para cualquier carrera, en beneficio de la madurez que se llevaba el premio gordo.

Nuestros abuelos recordarán sin duda aquellos tiempos en que un joven era poco menos que un elemento radical de cierto peligro que era mejor mantener al margen de “las cosas de comer”. Un individuo del cual no se podría hacer otra cosa que desconfiar. O al menos, contener el mayor tiempo posible, en espera de su maduración.

Para el joven, cualquier opción de influir pasaba necesariamente por la espera y la paciencia. Cuando seas padre, comerás huevos. El de 20 era un niño. El de 30 un aprendiz… Sólo cumplidos los 40, empezabas a ser considerado lo suficientemente maduro como para ocupar un cargo de responsabilidad.

Mi abuelo jamás habría aceptado en su negocio a un joven. Tener “cara de crío” era un problema, algo que hoy, cuando los de 60 hacen lo posible, y a veces hasta lo ridículo, por aparentar 40, es absolutamente impensable. Mientras que hoy la juventud, asociada con capacidades como la energía y el espíritu emprendedor, ayuda al ascenso profesional, mi abuelo hubo de “disfrazarse”, con un barba que le picaba y unas gafas doradas que no necesitaba, para parecer mayor.

Todos los “dones envidiables” de hoy, el frescor, las ganas y la pasión, se consideraban altamente sospechosos hace apenas 100 años.

El frescor, las ganas y la pasión son ajenos a la edad

A mí me gusta que ya no sea así. Porque un mundo donde sólo el maestro tiene razón y donde el padre tiene siempre la última palabra es profundamente injusto. Las buenas ideas, la pasión y la estrategia no tienen edad. Alejandro Magno, Juan de Austria, Mozart o Napoleón se comieron sus mundos rozando los 30.  Pero Compay Segundo no conoció el éxito internacional hasta los 90, José Saramago no se hizo escritor hasta los 60 y Amancio Ortega no abrió su primera tienda hasta los 40.

Así que ningún derecho ni exigencia de responsabilidad debería estar marcadas por la edad. No hay bandos, sino actitudes. Porque unos lideran y experimentan desde la cuna, y otros no lo hacen ni con un pie en la tumba.

  • Porque la veteranía no siempre es un grado. ¿ O es que no tenemos compañeros que peinan canas sin haber hecho nada en la profesión, y que lejos exigir reconocimientos por antigüedad, no deberían hacer otra cosa que estar agradecidos por lo que tienen?
  • Y porque nadie debería ser catalogado por algo en lo que no influye en absoluto. Hay “viejos”, que recién salidos de la universidad con la cabeza arrugada como una pasa. Que acceden con flamantes másters a la carrera profesional y que ya vienen arrastrando los pies, buscando escaquearse en lugar de aprender y salir en la foto en lugar de bucear en los detalles sin salir del laboratorio ni para comer. Y “jóvenes” cargado de arrugas, esta vez sí, en lo real, que corretean ilusionados como chiquillos queriendo comerse el mundo a sus cincuenta y tantos… pero que el sistema se empeña hoy en dejar de lado. ¿No es una pena?

Apostemos por el talento, sin el apellido junior o senior.

Yo creo que edad y valor no están relacionados. Pero que, la madurez, cuando se alcanza por méritos y no por temporización, es un grado. Y esa “madurez sabia” que depende, no de tus experiencias, sino del aprendizaje de ellas, y que nada tiene que ver con la edad, es lo verdaderamente valioso. La «madurez biológica» sin reflexión ni pone ni quita nada.

Por ello, los profesionales que la han construido, tacita a tacita, no sólo pueden hoy ir por la vida con la cabeza bien alta, orgullosos del trabajo bien hecho, sino reinventarse para seguir aportando valor. Porque no se llega a poder hacerlo sin haberse caído y haberse levantado. Sin haber cambiado de tercio una y mil veces. Sin haberse sentido solo, sin haberse elevado con las alas de un equipo.

Emi, Paco, Teresa, Beni… y tantos más.
¡Este post va por vosotros! Porque podéis y porque sabéis. Porque vosotros lo valéis. ¡No queremos perderos!

Viajad, dibujad, aprended lengua de signos o  a tocar la batería… Aprovechad esta coyuntura para bajar de esta rueda loca. Pero, por favor, aprovechad estas capacidades digitales y buscad el “modo tranquilo” de seguir aportando a la profesión, porque hacen falta cabezas y corazones como las vuestros.

Y a vosotros os basta con un PC y un navegador, que estamos en la era de las personas poderosas…

¿Nos seguimos viendo en las redes? Deseando oíros estoy 😊

@vcnocito