El Síndrome de Estocolmo es, según mi siempre socorrida Wikipedia, una reacción psicológica en la que las víctimas de un secuestro desarrollan empatía, complicidad y un fuerte vínculo afectivo con el secuestrador. El origen de este término está en el asalto al Banco de Crédito de Estocolmo el 23 de agosto de 1973 por parte de Jan-Erik Olsson quien, viéndose acorralado por la policía, tomó como rehenes a cuatro empleados del banco. La situación duró 6 días durante los cuales el secuestrador y los rehenes jugaban a las cartas y llegaron a desarrollar lo que puede llamarse amistad. Al cuarto día la policía hizo un agujero en el techo para acceder hasta la bóveda donde estaban aislados, pero Olsson obligó a los rehenes a ponerse de pie con sogas alrededor del cuello como para ahorcarlos, y la policía desistió. Al sexto día, utilizaron gas lacrimógeno y el secuestrador no tuvo más remedio que rendirse, aunque la sorpresa fue que las víctimas se negaron a abandonar el banco pidiendo que Olsson no fuera castigado severamente. Uno de los rehenes afirmó “no me da miedo Olsson, me da miedo la policía” y otro, al ser liberado, declaró “confío plenamente en él, viajaría por todo el mundo con él”.

Según los psicólogos esta reacción viene provocada porque el rehén quiere salir ileso del incidente y por tanto coopera con el secuestrador, quien se presenta en ese momento como un protector del rehén ante una posible actuación policial y también porque la víctima trata de buscar algún sentido a una situación tan estresante como un secuestro, lo que puede llevarle a empatizar con la causa del secuestrador.

En el plano laboral, se da en ocasiones algo muy parecido el síndrome de Estocolmo cuando una persona no renuncia a un puesto de trabajo porque se siente en deuda con su jefe, a pesar de que el trabajo sea estresante, mal remunerado, haya un mal ambiente laboral o el jefe sea el típico tirano que se ensaña con los errores del equipo y no reconozca el trabajo bien hecho. A pesar de todo eso, hay gente que se siente totalmente identificada con la empresa. Se da sobre todo en empresas muy jerarquizadas y donde prima el resultado por encima del bienestar de los empleados.

He conocido gente que tiene ese síndrome de Estocolmo y no lo sabe. Gente con una baja autoestima que llega a creer que por mal que le vayan las cosas en su trabajo, peor le irán en otro sitio, que más vale lo malo conocido que lo bueno por conocer, y que aunque la situación es mala, no es para tanto porque ya están acostumbrados a ella y se ven capacitados para sobrevivir desarrollando sus propios mecanismos de defensa. Trabajan mucho para tratar de demostrar que están a la altura y para sobrellevar ese mal ambiente laboral, llegan a empatizar con los que lo provocan, minimizando y justificando su mal comportamiento. Por último se desarrolla una lealtad mal entendida a quien les contrató cuando estaban en una difícil situación o a quien les promocionó en un momento dado… y esa deuda se acaba convirtiendo en la antesala al síndrome de Estocolmo laboral.

Es bastante evidente que la relación jefe-empleado ha ido mejorando mucho con el tiempo, pero aun quedan vestigios del “para eso te pago”, “no venimos al trabajo a hacer amigos” o “si no te gusta esto, ahí tienes la puerta”.  Cuesta que las víctimas de ese síndrome de Estocolmo laboral sean conscientes de ello, por lo que es importante hacerles ver lo tóxica que es su situación y lo manipulados que están. Y naturalmente, no hay que tener miedo al cambio. Si en algún momento tienes sospechas de que te está afectando este síndrome, no dudes en dar un giro a tu situación laboral. Hay múltiples oportunidades por todas partes.