Estamos atravesando una situación única, nunca antes vivida por ninguno de nosotros (con la excepción, según he leído en la prensa, de un señor gallego de 105 años de edad que ya sobrevivió a la terrible gripe española de 1918). Lo excepcional de esta situación, con más de mil millones de personas recluidas en sus casas a lo largo y ancho de todo el mundo, me autoriza para saltarme un poco la temática habitual de este blog y compartir con todo el que quiera leerme mis reflexiones acerca de esta situación provocada por el dichoso coronavirus.

Se dice que en cualquier crisis, y esta es una crisis de las gordas, se pone de manifiesto lo mejor y lo peor de las personas. Yo creo que no es exactamente así sino que en las crisis se pone de manifiesto como es realmente cada uno. Las crisis hacen que nos dejen de importar los convencionalismos y que caigan todos los maquillajes que normalmente esconden nuestras limitaciones. Por ello, si para algo está sirviendo el coranavirus es para ponernos a cada uno en nuestro sitio.

Así, en este entorno surgen los héroes, las personas excepcionales, que sacrifican su bienestar personal para ayudar a los demás. Gente que va mucho más allá de lo que se espera de ellos con el único objetivo de facilitar la vida de otros.

De la misma forma aparecen las personas egoístas, ruines y miserables, que hacen todo lo contrario a los héroes. Anteponen su bienestar personal al bien común, no obedecen las normas y no entienden de obligaciones sino solamente de derechos. Son los mismos que normalmente no respetan la fila de coches que esperan para tomar la salida de la autopista o que aparcan en las plazas de minusválidos solo que en situaciones de crisis, su egoísmo se ve exacerbado.

También aparecen los frívolos, que son los que se encargan de airear continuamente que no pueden salir a correr o a montar en bici mientras al mismo tiempo hay personas a quienes la obligada cuarentena les impide despedirse de sus seres queridos que acaban de fallecer.

Los radicales se vuelven más radicales. Frivolizan con las personas que mueren, critican durísimamente comportamientos de otros que son exactamente igual a los suyos y muestran a todas luces que carecen del más mínimo atisbo de autocrítica.

Los miedosos se hacen más miedosos que nunca. Difunden todo tipo de bulos catastrofistas, arramplan con todo lo que ven en los supermercados por si la pandemia durara más de 30 años y contagian pesimismo y negatividad a raudales.

Pero lo que más abunda es gente normal. La gente normal es gente buena, responsable, que cumple las normas simplemente porque hay que cumplirlas y por su sentido de la responsabilidad. Gente que teniendo una segunda residencia permanece en su casa porque es irresponsable salir, gente que se deja de caceroladas y que emplea toda su energía en intentar que los demás pasen estos días difíciles de la mejor manera posible. No son héroes, pero es que héroes hay muy pocos.

También las empresas se retratan. Las hay que plantean ERTEs masivos tan pronto se impuso el confinamiento a pesar de tener grandes beneficios en años anteriores y las hay que hacen un esfuerzo por mantener a sus empleados. Hay empresas que desde el primer minuto se vuelcan en poner sus recursos y capacidades al servicio de la sociedad y otras que solo se mueven por no quedarse señalados en el lado de los insolidarios. Hay empresas que han invertido esfuerzos durante muchos años en conseguir que sus trabajadores pueden conciliar vida personal y laboral pudiendo trabajar desde casa y ahora son capaces de mantener una actividad más o menos normal y otras para las que teletrabajo significaba mucha tele y poco trabajo y ahora tratan de tomar medidas a toda velocidad que no hacen más que evidenciar lo torpes y anticuadas que son.

Mucha gente dice que tras una crisis como esta las sociedades cambian. Yo sinceramente no lo creo. Quizá se invierta más en salud, o se mejoren las condiciones de las residencias para ancianos, pero la verdad, no creo que vaya a haber un cambio social profundo. Eso sí, vamos a conocer mucho mejor a nuestros vecinos, amigos o compañeros de trabajo  y a las empresas en las que trabajamos o de las que somos clientes habituales. Obremos en consecuencia entonces cuando todo esto termine, porque sin ningún género de dudas, esto terminará.