Que la revolución tecnológica ha afectado a todos los ámbitos de nuestra vida está fuera de duda. Que las cosas en nuestro trabajo han cambiado, también. Aunque eso de que vienen nuevos tiempos de gestión en las empresas esté por ver, cada vez somos más los profesionales que, empoderados por la digitalización, ponemos en cuestión nuestro entorno laboral, buscando redefinir nuestra aportación y hasta el tipo de relación que queremos con nuestra empresa.
En este sentido, escucho con interés hablar de “contratos gig” donde, dicen, decide el profesional. Parece que la economía colaborativa y los nuevos hábitos de consumo, que buscan inmediatez y acceso al servicio por encima de la propiedad, arraigan. Y que, del mismo modo que aparecen plataformas que conectan directamente necesidad y servicio, los profesionales lo tendremos más fácil para ofrecer nuestros servicios “por encargos”.
A mí me suena bien oír hablar de nuevos modelos de relación laboral que alteran el tradicional esquema empresa-asalariado y donde parece que es cada uno quien define su propuesta de valor y con ella su oferta a los empleadores, y no al revés.
¿Independencia o precariedad?
Aunque hoy se habla de “empleados gig” más bien para referirse a conductores de Uber o repartidores de Amazon, podría ser que estemos ante un contexto que haga real el viejo sueño de convertirte en tu propio jefe, gestionando tu trabajo sin rendir cuentas a nadie. Nos cuentan que llega la era de los profesionales que trabajan de manera independiente para varias compañías, organizan su tiempo y desarrollan habilidades que les permiten insertarse en distintos equipos de trabajo.
Supongo que, por bien que suene, no todo el monte será orégano. Que tus capacidades de negociación dependerán como es lógico de tu nivel de cualificación y de lo avispado que hayas sido definiendo tu propuesta. Y que tendrás que atar bien los acuerdos económicos, para no acabar sin protección social, sin vacaciones y sin ingresos ante cualquier contingencia.
En este escenario a priori tan idílico quedan muchos cabos por atar. La autogestión y la independencia es una cara de la moneda. El fin de las bajas remuneradas, las vacaciones pagada o incluso del derecho al descanso pudiera ser la otra. No por casualidad, el término “gig” proviene de la época en que los músicos de jazz se ganaban la vida con “la voluntad” que recibían de los asistentes a cada función.
Sea como fuere, tener más opciones siempre será bueno. Y aunque lo cierto es que estas nuevas formas de trabajo complican mucho su encaje en el concepto clásico de trabajador, se abren nuevas ventanas de oportunidad que los profesionales con mente digital sabrán sin duda aprovechar.
¿Deberíamos prepararnos ya?
Te parezca una bicoca o el nuevo modelo de esclavitud precaria, cuando las barbas de tu vecino veas pelar, deberías hacer caso al refrán y poner las tuyas a remojar. Según el Oxford Internet Institute, en Australia ya se anuncian muchas más vacantes de economía gig que de cualquier otro trabajo. Y aunque los datos fiables todavía son escasos, un 1% del trabajo en Estados Unidos ya es un trabajo gig, aunque sea porque a muchos no les haya quedado otra opción. Animados o arrastrados, lo que no deja lugar a la duda es que las cifras demuestran a las claras un cambio de reglas.
También es realidad que cada vez somos más quienes apostamos por trabajos que no requieran horas y horas de calentar la silla en la oficina, aprendiendo en un contexto más competitivo, hiperestimulados por objetivos y que necesitan de decisiones valientes y de asumir más riesgos para conseguirlos. Por libre o a sueldo de una empresa, crecen quienes, asumiendo que navegamos en un entorno incierto y volátil, incluso por encima del sueldo, ponemos los horarios flexibles, las oportunidades para trabajar desde cualquier lugar y unas tareas retadoras que nos permitan aprender y crecer.
Y no exentos de cierta ingenuidad, lo reconozco, algunos vemos en estos cambios una oportunidad para desarrollarnos con más control sobre el trabajo que realizamos. Un modo de relación que nos ayuda a construir una trayectoria profesional más sólida y más adaptada a las necesidades de las empresas. Y con el valor añadido de poder elegir colaboradores y clientes que representen valores que sintonizan con los nuestros.
Cuando unes la necesidad de innovar con la hiperconectividad global que proporciona internet, la flexibilidad laboral y el valor de las personas por lo que aportan y no por su cargo o el departamento en que se ubican se hace ley.
Así es que, lo queramos o no, toca girar la mirada. Porque la economía y las relaciones laborales con ella, más pronto que tarde se van a organizar desde otros puntos de vista, que tal vez vengan a romper moldes en torno a la estructura de un trabajo que reunía a la gente en el mismo lugar físico, en ciertos horarios y de maneras precisas.
Y es que, señor@s, para bien o para mal, hemos dejado atrás la era industrial.