Escucho perpleja afirmar a Gerd Leonhard, escritor alemán y consejero de empresas tecnológicas de medio mundo decir en El País Retina que “no encontraremos la felicidad ni en la nube ni en una pantalla”. Que “la satisfacción que se puede encontrar en ese mundo digital es una felicidad momentánea, que no es mala, pero que, realmente, la felicidad es otra cosa”.
¡Pues discrepo!
En primer lugar, porque yo no concibo la felicidad como una gran cosa que se pierde o se gana en bloque. Sino más bien como un conjunto de pequeños y grandes momentos felices, que uno va atesorando, cuando tiene actitud y foco en ser feliz, o va dejando escapar sin pena ni gloria cuando no la tiene.
Y en segundo lugar, porque yo vivo la transformación digital como una gran oportunidad. Y conozco a muchas personas que se han apoyado en la tecnología para mejorar su vida personal y también sus capacidades profesionales. Y a muchas empresas familiares que hoy garantizan su futuro gracias a esto de la sociedad digital.
Podría hablar de esos parapléjicos que vuelven a dar sus primeros pasos gracias a un exoesqueleto. De esa familia de agricultores malagueños que consiguieron, tecnología mediante, prevenir la oxidación del guacamole y que hoy lo venden no sólo a Mercadona sino a media Europa. De ese chico solitario, incapaz de dirigirse a una chica, que acaba de celebrar su quinto aniversario de boda con Laura, a quien, no le avergüenza reconocer, conoció en la Red. Y de tantos otros que, aun cuando no encontraran la felicidad plena y constante, consiguieron atesorar instantes que merecían la pena.
¿Qué tienen esos logros de momentáneos?
No sé si digitalización y felicidad van unidas. Supongo que en muchos casos no. Pero en otros seguro que sí. Porque cuando conseguimos mejorar nuestras capacidades y nuestras herramientas, las personas nos volvemos poderosas…
Tener poder no es ni bueno ni malo. Somos cada uno de nosotros quienes decidimos para qué lo empleamos. Para matar a un semejante en la prehistoria había que dar la cara garrote en mano. Hoy basta con acosarlo en Internet hasta que se agobie o hackearle su empresa.
Tener más herramientas siempre es sumar
Yo siempre estaré a favor de dar capacidades. Y de alentar a mi familia, a mis compañeros y a mis amigos a utilizarlas. Porque disponer de alternativas más cercanas, más fáciles y más baratas siempre es ir a más.
Sin ir más lejos,
- La tecnología ha mejorado mi capacidad de aprender. Porque hoy no me quedo con ninguna duda. Ni me admito un «no sé hacerlo» como excusa. Para todo hay videos y tutoriales.
- Y también de relacionarme. Yo soy social y verborreica de serie. Y «pego la hebra», como dicen en mi tierra, con cualquiera, sea conocido o no tanto. No necesito el mundo virtual para relacionarme, pero he conocido a gente superinteresante en las redes. Y cuando he tenido el placer de desvirtualizarlos, me he sentido bien. Aunque no me hiciera falta, me ha sumado un «pequeño momento feliz».
- Me ha hecho más empática. Porque cuando el medio te es tan ajeno como una pantalla, tienes que esforzarte mucho más en mostrar con qué tono acompañas tus comunicaciones. Me obligo a cuidar no sólo mi ortografía, sino también mi redacción, mi estructura y elijo con más cuidado palabras y emoticonos.
- Y me ha obligado a esforzarme para aportar valor diferencial. Porque destacar y ser escuchado en un mundo lleno de conversaciones es mucho más difícil que hacerlo en la cafetería de tu oficina. Porque hablar en una reunión de colegas a quienes ves cómo cambia la cara ante tus aportaciones, es mucho más fácil que hacerlo en una comunidad virtual o en un foro.
El mundo físico y el mundo digital no son excluyentes.
A mí no me sorprende que el teórico futurista “sorprenda” al periodista de turno, reivindicando “las humanidades, la ética, la creatividad y la imaginación”. Algunos nos apuntamos a ese carro hace ya bastaste tiempo. Desde que nacimos, diría.
Porque siempre hemos metido en nuestra mochila personal todo lo que nos gustaba, explorado con voluntad de crecer, de ampliar nuestros horizontes y de hacer las cosas mejor. Sin obligarnos a tomar partido entre ciencias o letras y sin renunciar a nada.
No tenemos por qué elegir
Me rebelo contra esa idea totalitaria de que un libro es siempre mejor que un Kindle, que llamar es siempre más cercano que mandar un WhatsApp y que reunidos en torno a una mesa sale mejor el trabajo que en una multi por skype.
Porque en mi experiencia, depende. Del momento, de la gente que hay detrás, de las alternativas de que dispongamos…
De inteligentes es buscar el equilibrio, sumando lo mejor de cada una de las opciones que se te presentan. Y por descontado, yo también pido, como los especialistas en tecnología allí reunidos, “más filosofía, más música, más arte, más deporte” a quienes abusan de lo digital.
Y “más móvil, más elearning, más videotutoriales y más redes sociales” a quienes se muestran «alérgicos por principios» a la tecnología. Porque no saben lo que se están perdiendo.
Confiemos en las personas
Yo creo en ellas y en su capacidad natural para hacer realidad sus sueños. Por eso me encanta que dispongamos cada vez de más y más herramientas. Y que nos liberemos de la repetición autómata para dedicar tiempo a pensar. Porque pensar también es hacer.
Me gusta saber que cada vez nuestro presente y nuestro futuro cada vez depende menos del lugar en el que hemos nacido. Por eso me alarma la advertencia catastrofista (y por qué no reconocerlo, pelín alienate y paleta) de que “no encontraremos la felicidad en la nube ni en la pantalla”.
Yo, en parte, la encuentro allí.
Y me gusta que invitar a otros a que busquen la felicidad también en nubes y pantallas. Porque te conviertes en una persona mejor cuando permites que el medio te cambie para sumar. Está demostrado.
Y tiene hasta nombre: se le llama evolución 😊