Seguro que todos hemos trabajado en algún proyecto cuyo planteamiento prometía ser la caña y que quedó en agua de borrajas. No es raro ver cómo algunas ideas inexplicablemente funcionan y otras, que son incluso mejores, no lo hacen. ¿Cuál es el elemento que hace que en algunas organizaciones “pasen” cosas mientras que en otras todo se espesa inevitablemente?
Es curioso constatar cómo, de manera reiterada, los chavales en Singapur o en Finlandia son mucho mejores en mates que en Italia o en España. Como no parece que el ADN finlandés sea más proclive al aprendizaje de conceptos abstractos. tendremos que creernos eso de que el contexto influye.
Pensemos en los países como si fueran empresas. Un curioso informe demuestra que, en todos los ámbitos y variables que gustemos analizar, nos vamos a encontrar con el hecho de que, contextos, a priori similares, arrojan resultados completamente diferentes. Si compramos que Nigeria, Etiopía y Gambia están en la misma franja de desarrollo, ¿no resulta curioso saber que mueren de parto muchísimas más nigerianas más que etíopes o gambianas?
¿Qué convierte las ideas en realidades?
Cierto es que no todas las buenas ideas son igual de buenas, pero hasta la mejor idea del mundo se irá a la porra si falta ese ingrediente diferencial: las personas involucradas.
Creemos erróneamente que tener una nueva idea es condición sine qua non para abordar nuevos proyectos y cambios en las empresas. Sin embargo, todos hemos visto novedades de impacto que provienen de ideas que no son completamente nuevas. De hecho hay muchísimas buenas ideas que se quedan mucho tiempo en un cajón hasta que alguien las rescata. Los contenedores de reciclado, por ejemplo, existen desde los años 70. Hoy Alemania recicla el 99% de sus botellas de plástico ¿Cuántas se reciclan en EEUU o en Inglaterra? Sonroja la respuesta.
La pregunta correcta pasa a ser ¿quién marca estas diferencias? Las innovaciones que las empresas están buscando surgirán con mucha probabilidad de ideas que ya existen en otros lugares o en otros sectores de actividad. Así que lo único que necesitan para llevarlas a la práctica es encontrar a las personas adecuadas que hagan que las cosas sucedan.
Los superhéroes no existen en la vida real.
Si los vientos son favorables, cualquier capitán de medio pelo llegará sin grandes incidencias a puerto. Pero nadie, ni siquiera el más voluntarioso y aguerrido, evitará el naufragio cuando te pilla la madre de todas las tormentas. Así que los proyectos salen las organizaciones establecen las condiciones para que esas personas más lanzadas, más energéticas y más innovadoras las impulsen.
Cierto es que algunas empresas ofrecen un mejor caldo de cultivo para la innovación. Las hay más activas que en seguida porque ponen a remar recursos y presupuestos, tomando decisiones con agilidad. Otras son más «burócratas» y justificar allí proyectos cuesta un congo. Porque todo tiene que pasar por mil jefes y comités de coordinación antes de poder dar un solo paso. De hecho, si todos nos encuestáramos a nosotros mismos preguntándonos qué nos cansó y nos hizo dejar morir aquel proyecto, la burocracia y la necesidad de justificarlo todo cientos de veces estaría probablemente en el primer lugar.
Cuando una organización se obsesiona con las jerarquías demuestra a las claras su falta de voluntad para confiar en las acciones y decisiones de los individuos. El deseo de dar cuenta de todo, y la necesidad de contar con la aprobación de cualquier cosa, ahoga muchas ideas en la cuna. Está demostrado que cuando la empresa confía en su gente y le da autonomía para tomar decisiones todos hacen mejor su trabajo. Lo que hace, obviamente que la organización mejore.
Es la confianza de la organización la que impulsa los proyectos
Parece claro que hacen falta personas y condiciones. Pero muchas veces resulta que las condiciones no están ahí de entrada. Y entonces toca en solitario dar el primer paso imprescindible para hacer realidad un proyecto. Que es siempre conseguir suficiente respaldo.
Así el perfil de «hacedor» perfecto es el que combina olfato para recuperar o recontextualizar ideas y dotes de comunicación para enamorar a la organización en torno a su plan.
El mejor innovador no siempre es el más “creativo”. Pero ha de ser organizado, multidisciplinar y suficientemente majo. Porque cuanto más hábil sea el capitán consiguiendo el apoyo de toda la tripulación, más probabilidades hay de que el barco continúe a flote. Y la mejor manera que tienen las empresas de ayudar es hacer que las personas que en ella trabajan sean mejores. Con más formación, con más apoyo y con más confianza.
Y con una gestión diferencial de los perfiles más innovadores.
Podría afirmar que en las empresas no hay escasez de buenas ideas. Pero a veces sí que faltan miras para saltarse a la torera egos y jerarquías mal entendidas dando alas a aquellos que tienen ganas de cambiar el modo en que se hacen las cosas.
Ell@s son la verdadera ventaja competitiva. Las empresas no deberían permitirse el lujo de apagar su brillo.