¿Saben las empresas lo que realmente buscan cuando promocionan a un empleado o seleccionan nuevo personal? Porque muchas veces confunden lo que piden con lo que realmente necesitan. Y luego cuesta encajar.
¿Interesan más los empleados «obedientes» o los innovadores?
El “espíritu innovador” está en el top de las habilidades más valoradas hoy. Estas dos palabras no faltan ni en los currículums vitae del personal, ni entre las capacidades requeridas en las ofertas de trabajo. Que todos quedamos muy bien, no lo discuto. Pero no tengo tan claro si somos todos conscientes de lo poco práctico que es esta cualidad para conseguir la excelencia operativa.
Porque, para ser eficiente, una empresa debería funcionar igual que un hormiguero. Todos currando por el bien común con roles y tareas perfectamente asignadas. Con un jefe al que todos obedecen sin cuestionarse lo más mínimo ni su tarea ni la justicia del orden establecido. Así que ¿cómo casa eso con lo anterior?
El psicólogo Tomas Chamorro-Premuzic, experto en gestión de talento, señala la originalidad y el espíritu innovador cómo uno de los peores defectos que puede tener un empleado. Dice que «vivimos en un mundo que destaca a las personas originales, que rompen las reglas, pero ninguna organización podría sobrevivir si ese tipo de individuos fuesen mayoría».
Y visto así, no puedo menos que coincidir con él. Porque todos deberíamos tener meridianamente claro que es necesario que la mayor parte de los trabajadores seamos fieles a las reglas y a las normas. Porque si cada vez que encontraras una manera mejor de hacer las cosas, te pusieras el mundo por montera y tiraras millas con tu eficaz idea, puede que mejoraras un proceso, pero tu empresa sería un auténtico caos.
Ahora entiendo mejor la frustración de algunos de mis compañeros más “movidos” e innovadores. Porque aunque sean muchas las empresas que buscan gente emprendedora, en realidad lo que necesitan son personas bien mandadas, que hagan lo que se les pida. Una cosa es la teoría y otra muy distinta la práctica.
¿Tenemos que renunciar a la innovación en pro de la productividad?
No quiero decir con esto que las empresas rechacen la innovación. Ni que no sean capaces de asumirla. A estas alturas de la película, todos sabemos que, por mucho que mejores tus velas, jamás obtendrás electricidad.
Prácticamente todas saben bien el valor que tiene la innovación. Todas desean innovar, pero muchas veces no consiguen gestionarla de manera eficaz. Liarse a pedir a su personal “espíritu innovador”, sin saber cómo encajarlo después, no es la mejor de las estrategias. Porque suele resultar que, casi nunca, innovación y obediencia van de la mano.
Es cierto que los empleados “obedientes” tienden a rendir mejor, incluso cuando ejercen puestos de liderazgo. Porque la gente más disruptiva, suele ser más complicada de manejar. Será por su impaciencia, su excesiva energía o tal vez por su ego, pero todo es más fácil cuando el personal se limita a arrimar el hombro sin cuestionar nada.
Hacia una gestión del empleado innovador
Supongo que, como en todo, en el equilibrio está la clave. En saber combinar el día a día con el largo plazo, la ejecución acompasada sin más cuestión y la mirada lateral. Y que hacerlo no debe ser fácil. Aun así, yo me permito proponer a quienes tienen responsabilidades de gestión una pequeña reflexión sobre cómo estamos canalizamos las iniciativas con las que a veces, alguien de nuestro equipo nos sorprende. Aprovechando para reconocer que ello, no siempre nos agrada 🙂
Establecer un cauce formal para que cada uno pueda aportar de manera ordenada a esas pequeñas o grandes ideas de mejora puede ser una buena medida. Seguramente que basta con declararse “abierto al comentario”, sin grandes gestos, sin procesos en los que haya que rellenar complicados formularios y sin la grandilocuencia de los “concursos de ideas”. Porque el verdadero espíritu innovador debería ser humilde.
Y sobre todo creo que sería muy positivo para empresa y empleados “etiquetar” sin más complejos a todos asignando a cada uno, según sus capacidades roles más productivos, o más “innovativos”. Creo que avanzaríamos más si entendiéramos que no todos somos iguales por lo que jamás podremos servir igual a nuestra compañía. Ya hemos hablado aquí de lo beneficioso de la injusticia.
Si retáramos abiertamente a quien sabemos que tiene ideas para mejorar, animándole a aportarlas y reconociendo el valor que el hecho de que lo haga tiene. Buscando todos a una el oro en la mina y dejando de lado esos egos y debilidades que todos tenemos.
He comenzado reconociendo que entiendo perfectamente la necesidad de adaptarnos con orden al contexto sin mucho cuestionarlo, pero algunas situaciones me cuestan… ¿Por qué no dar bola a ese empleado que en sus ratos libres se ha hecho un curso de coaching o de lo que sea? ¿Por qué no permitirle, en incluso agradecerle, que nos comparta conocimiento y aire fresco?
Me gustaría de verdad entender por qué cuesta tanto admitir (y ya no hablo de valorar) que alguien que se sitúa obedientemente más abajo que tú en la jerarquía de la empresa pueda enseñarte algo. Y de paso, hacerlo al resto.
Mi más sincero respeto por aquellos compañeros que lucháis “contra los elementos” por hacer más y mejor. Espero que en algún momento deje de haber piedras en el camino ¡Mucho ánimo y a seguir proponiendo!