Creo que la veteranía es un grado y cada vez doy más valor al bagaje profesional de las personas que me rodean. Sin embargo, ante nuevos retos relacionados con la transformación digital, que suponen cambio de funciones y también de mentalidad, creo que el mejor perfil no se mide ni en competencias técnicas, ni en experiencia. El mejor candidato es aquel que tiene ganas.
Cada vez que compañeros y clientes me piden consejo sobre cómo seleccionar a las personas más adecuadas para montar esas actividades de asesoramiento, de atención al cliente o de comunicación digital que ven imposibles de abordar con los perfiles que tienen, mi respuesta es siempre es la misma: busca a quien tenga ganas de hacerlo… que enseñarle el cómo hacerlo está “chupao”.
Porque lo importante hoy no es lo que sabes, sino lo que haces con lo que sabes
En un contexto que cambia todos los días, el valor de tus conocimientos sobre tal o cual tema o herramienta es más volátil que nunca. Y no sólo porque mañana te va a tocar seguro lidiar con otra. Sino, porque más allá de lo qué haces, lo importante es cada vez más el por qué lo haces, qué relaciones de beneficio estás creando y qué emociones profundas estás consiguiendo direccionar con tu actividad.
La digitalización, nos guste o no, es un cambio de modelo de relaciones. Y en esta revolución, quien no aporte valor, está abocado a quedarse al margen. Nos toca tirar de proactividad, aprender a jugar en equipo colaborando en lugar de compitiendo y trabajar en voz alta, poniéndote todos los días a disposición de compañeros y clientes. Tiñendo cada vez más de vocación de servicio y ya no tanto de tu nivel de conocimientos tu propuesta de valor.
La actitud es más importante que la aptitud o incluso que el conocimiento
Lo que hiciste en el pasado pierde valor en sí mismo. Ya no importan tanto tus estudios, tus másters o tus años instalando SAP. Hoy sólo tienen valor por lo que aprendiste. Por cómo modelaste tu tolerancia al fracaso, por cómo aprendiste a trabajar con extranjeros a los que veías poco o nada, por cómo te retó aquel proyecto sin apenas directrices, sacándote de lo que sabías hacer.
Porque a enfrentar cambios e incertidumbres, a adaptarse con agilidad a nuevas herramientas tecnologías o a trabajar con nuevos equipos, se aprende. Pocos nacen sabidos. Por eso, la experiencia sigue sumando y lo hará siempre, pero solo en la medida en que hayamos sabido “aprovecharla” para adquirir habilidades además de conocimientos.
El «cómo» se aprende fácilmente
Me resulta muy curioso constatar que, ante cambios tecnológicos, la mayoría se centra en cómo va a tener que hacerlo a partir de ahora. Olvidando muchas veces el por qué está metido en ese berenjenal y cuál es el cambio que a su vez espera conseguir, en su negocio y en el resto de personas involucradas.
No me extraña que así sea, porque subirse a este tren no es baladí. Y en la sociedad más infoxicada de la historia, es fácil perder la visión de lo que de verdad importa. He visto a muchos profesionales, experimentados o más juniors volcar esfuerzos e incluso dinero de su bolsillo en formarse en ese último grito en el mercado (siempre hay un último grito). Confían en que ese curso carísimo y prestigioso les abrirá la puerta del éxito profesional, pero acaban desilusionados y sin entender qué es lo que falla, y por qué siguen sin ser millonarios.
Navegar en entornos cambiantes implica contar con una mentalidad fuerte, proactiva, apasionada y receptiva a lo que ocurre a su alrededor. Pero desafortunadamente, no todos somos así “de serie”. Así es que necesitamos el ejemplo, con la compañía de otros que son mejores, o alguna que otra hostia para crecer. Vamos, que necesitamos baquetearnos para crecer.
La pasión viene de serie
Hace unos meses, tuve el enorme placer de asistir a una de esas conferencias que te marcan. El profesor Francisco Mora Teruel, experto en neuroeducación, nos contó cómo la fisiología de nuestro cerebro explica muchas de las cosas que hacemos y, sobre todo, los resultados que obtenemos.
Resulta que no sólo se aprende de lo nuevo, sino de lo que somos capaces de deshacer respecto a lo establecido, desde los errores que hemos cometido. Y que en todo el proceso de aprendizaje, la emoción juega un papel fundamental. Que si no le pusiste alma a lo que hiciste, tal vez no haya quedado nada en el saco.
La Neurociencia demuestra que la emoción es la energía que mueve cualquier aspecto de la conducta humana, aprendizaje incluido. Resulta que son la curiosidad y la atención que sólo aparecen cuando te involucras a fondo en lo que haces y no los conocimientos que tienes son la base del verdadero pensamiento creativo. Y esto es lo que realmente hoy marca diferencias.
En ese sentido, diría que, cuantas más oportunidades hayas tenido de hacerlo sin duda tendrás más puntos para ser valioso. Peor esto es cierto sólo sobre el papel. Porque todos conocemos a muchas personas seta que pasan de un proyecto a otro sin aportar y sin aprender nada.
Las empresas necesitan personal experimentado, claro que sí. Tan experimentado y maduro que entienda con naturalidad y sentido común estas reglas y se ponga a jugar sin perder un segundo. Y en esta metamorfosis, resultan ser condición sine qua non la seguridad en sí mismos que da el haber montado un montón de cosas, de haberla cagado alguna vez y sobre todo de seguir queriendo ir hacia nuevos destinos.
Entonces, ¿en quién confiar? ¿En quién peina canas y conoce el terreno o en quién tiene tantas ganas que se pondrá el mundo por montera? Supongo que encontrar quien sume ambas será la caña. Así que digo, ¿no deberíamos todos tratar de ponernos las pilas para acercarnos a ese modelo experiencia+ganas con la finalidad de ser elegidos?