Tenemos un nuevo año a las puertas y como suele ser habitual, le recibimos con una lista de propósitos y buenas intenciones. Yo diría que esa lista va cambiando con la edad porque los que tenemos ya unos añitos hemos fracasado tantos años nuevos  con lo de ir al gimnasio o mejorar de una vez por todas el inglés que directamente ya ni lo incluimos en esa lista de buenos deseos. Nos decantamos más por cosas como aquello de pasar más tiempo con los hijos o discutir menos en el trabajo y tomárselo todo con más tranquilidad, ¿verdad?

Sin embargo, solo el 10 por ciento de la población cumple sus propósitos de año nuevo (no lo digo yo, lo dice un estudio de hace una década de la Universidad de Scranton, y es que siempre hay un estudio de alguna universidad que corrobora tus intuiciones).  Y no es por falta de voluntad o de medios sino porque con frecuencia, no distinguimos bien la causa del efecto. Si por ejemplo quiero pasar más tiempo con mi familia, probablemente lo primero que tenga que hacer es salir antes de la oficina. Y para conseguir salir antes de la oficina, puede que necesite no alargar tanto la hora de la comida, o no responder hasta el día siguiente ningún correo que llegue más allá de cierta hora (salvo que venga directamente del Presidente de la compañía). Cada uno encontrará algo diferente en su día a día que le hace entretenerse de más en el trabajo y que sin embargo es fácilmente evitable.

Así pues, si tenemos un propósito para el nuevo año (o para cuando sea), debemos empezar por analizar nuestros hábitos diarios y encontrar las palancas que debemos tocar para provocar posteriormente esos efectos que buscamos. Y una vez encontradas, debemos ponernos como referencia un objetivo a conseguir relacionado con esas palancas, que sea concreto y medible, y que nos permita poco a poco ir cambiando nuestros antiguos hábitos, de manera que ése sea el verdadero objetivo que tratemos de alcanzar para el año nuevo.

Por consiguiente, en el ejemplo anterior el propósito del año nuevo no debe quedarse en “quiero pasar más tiempo con mi familia”, sino que debemos empezar por analizar por qué llegamos tan tarde a casa todos los días para terminar hallando que, en realidad, podríamos dedicar menos tiempo a comer o que no pasa absolutamente nada si dejo para el día siguiente los correos recibidos a después de las 18:00. Cosas probablemente pequeñas, pero concretas y alcanzables, que serán diferentes para cada persona, y que nos permitirán adelantar un poco la hora de salida de la oficina y por tanto será lo que me haga llegar antes a casa y al final, alcanzar el propósito inicial: dedicar más tiempo a la familia.

Y efectivamente, puede que tras ese proceso, comamos en 55 minutos exactos el primer día de vuelta al trabajo tras las navidades, y el segundo también, y luego el tercero… hasta que el cuarto sucumbimos a la tentación de ir a ese restaurante tan bueno que está un poco lejos de la oficina, porque bueno, un día es un día… Error. Está demostrado que necesitamos unos  21 días de media para que esa actividad nueva que nos hemos propuesto cumplir se convierta en un hábito. Entonces sí que podemos saltárnosla de vez en cuando, porque la fuerza del hábito enseguida hará que volvamos a él.

Todas las personas estamos gobernadas por nuestros hábitos. Si no existieran los hábitos, tendríamos que pensar antes de cada acción que realizamos, lo que sería absolutamente agotador. Los hábitos nos ayudan a descargarnos de decisiones que ellos toman automáticamente, como si pusiéramos de vez en cuando el piloto automático. Pero eso sí, para que el piloto automático de un avión funcione, es necesario tener un destino y un plan de vuelo claro, porque de lo contrario el avión terminará en un lugar no deseado. Algo parecido ocurre con nuestros hábitos. Debemos tener claro cual es el objetivo que queremos conseguir y a partir de ahí, construir unos hábitos basados preferentemente en pequeños gestos que nos ayuden a alcanzar ese objetivo. Que mejor que el año nuevo para proponérselo, ¿verdad?