¿Quién no la ha cagado alguna vez? Con más o menos impacto mediático, todos tenemos algún ridículo que superar. Y asumir el error, sin excusas ni medias tintas, es la mejor manera de comenzar.
Errare humanum est. O sea, que todos nos hemos equivocado alguna vez. En pequeñas o grandes cosas. En petit comité o en público. Da igual, porque aunque nunca tuvieran consecuencias y aunque ya nadie las recuerde, tus salidas de tiesto quedan en tu memoria como un borrón en tu historial.
Da igual el impacto del error, la rabia del ridículo siempre está ahí.
Cuesta asumirlo, pero ya lo dice el refrán, quien tiene boca se equivoca. Los errores son inevitables, forman parte de la vida, y por supuesto del trabajo. Y mucho más en un momento como el que nos toca vivir, donde todo es nuevo, donde no hay leyes escritas para lidiar con los nuevos entornos, donde todo está por aprender.
Excepto, claro, para aquellos que reducen su trabajo a reenviar emails o a cut&pastear documentos de otros. Esos, que haberlos, haylos, se equivocan poco o nada, la verdad.
Asumir nuestros errores comienza por dejar de pensar en ellos.
Agua pasada nunca moverá molino, lo primero es dejar de darle vueltas a lo que pasó.
- Porque puede que hayas decepcionado a tu jefe, a tus compañeros o a todo tu departamento pero sin duda el más decepcionado siempre eres tú.
- Porque fuera lo que fuera, no lo puedes cambiar. Lo único que puedes hacer es analizarlo y tratar de aprender para otra vez.
- Y porque seguro que no fue para tanto, que ni te vieron con el culo al aire miles de espectadores, ni fallaste el penalti decisivo del mundial, ni te han crucificado en las redes a memes.
Tras el error, no queda otra que mirar al frente
Para seguir adelante, hay que reconocerlos sin miedo, sin resignación. Poniendo la cabeza en mejorar lo que se pueda.
Fácil, lo que se dice fácil, no siempre lo es. Y a cada uno nos lleva nuestro tiempo. Pero no hay otra. Sobre todo si no quieres empezar a cogerle miedo a abrir la boca, a proponer proyectos, a pensar por ti mismo.
El combate contra el pasado está perdido de antemano. Tus armas están siempre delante y nunca detrás. Así que, nada de recrearse revisando la escena una y otra vez. Romper el bucle es el objetivo y ya la caña, sería conseguir reírte de lo que pasó. Aunque eso, ya es para nota.
¿Los errores tiene remedio?
Pedir disculpas también ayuda. Y por descontado, tratar de reparar el daño si es que lo hubo. Puede que cueste o incluso que duela, pero el precio de no hacerlo, de tratar de mirar a otro lado mientras metemos la basurilla disimuladamente bajo la alfombra es altísimo.
Si tratamos de ocultar nuestros errores, no tenemos la más mínima posibilidad de avanzar.
Porque la expectativa de resolución y de superación es cero. Amén de debilitar nuestra confianza y comenzar a pudrirnos por dentro. Mira por ejemplo lo que pasa cuando los políticos mienten sobre los problemas del día a día. Sólo consiguen debilitar nuestra fé en las instituciones y dejarnos marcados con un toque de cinismo, de dejá vu que marca el principio de un fin.
A los hechos me remito. Cada vez que quienes mandan reinventan verdades para esconder sus propios errores, el negocio y la confianza del cliente acaba cayendo en picado. Porque lo de defender valores como la buena gestión, la responsabilidad corporativa y la excelencia implica “de serie” reconocer los errores que seguro vamos a cometer tratando de hacerlo lo mejor que sabemos y podemos.
Avanzar implica necesariamente caer
Por eso la honestidad y la valentía de todos resulta tan valiosa. Asumir todos que tratar de mejorar implica a veces cagarla, es la mejor manera de abrirnos a una cultura de verdadera innovación, con mayúsculas. Y para ello, nada mejor que practicar en el análisis sereno y abierto. Y por qué no, hablando sin tapujos y en público de nuestros errores. ¿Pasa algo si en lugar de tratar de pasar página sin que se note nos sentamos a hablar de ello?
Yo creo, con los errores, la mejor gestión pasa por compartirlos, por analizarlos, por tratar de aprender de ellos. Que da mejor resultado que correr a ocultarlos detrás de las cortinas con las esperanza de que los mayores no se enteren de que nos hemos cargado el jarrón. Aunque cueste mucho más.
Porque quiero pensar que puedo confiar en que es posible explicarlo todo serenamente. Incluso cuando uno se lía, porque errar no es lo mismo que estar equivocado.