Sí, has leído bien. Propongo hablar de aquello que nos contaban las monjas de pararse a reflexionar rebuscando activamente tus pecados... Desde la más convencida laicidad, reconozco que tal vez sea una técnica que merezca la pena una repensadita. Porque hemos pasado de tener que hacer un examen de conciencia todos los domingos a no hacerlo nunca.
Vivimos en la cultura de la queja. Hay que ver lo bien que se nos da protestar, pero ¿qué tal andamos de entonar el mea culpa? Me temo que casi ninguno hacemos balances donde salgamos con puntos negativos. Yo misma levanto la mano la primera. Vamos al corre-corre, de hito en hito tirando porque nos toca, pero ¿cuándo recuerdas cuándo fue la última vez que te paraste? ¿y la última en que te paraste a pensar?. Y ya pregunta para nota: ¿Cuándo fue la última vez que te paraste a pensar en lo que TÚ podías estar haciendo mal?
Ya hemos asumido las prisas como mal de la era en la que nos toca vivir. Nos paramos poco. Me temo que para pensar, pensamos aún menos… Pero estoy segura, a los hechos me remito, que pocos o ninguno lo hacemos con el ojo puesto en descubrir nuestras propias faltas. Claro, es más fácil echarle la culpa al chachacha.
Yo me reconozco poco o nada habitual del examen de conciencia, pero aun así, inspirada por un artículo del genial Jose Antonio Marina, me ha dado por pensar que cómo cojones pienso que podré arreglar algo que me disgusta y, de lo que seguramente no paro de quejarme, si no empiezo por identificar mis propios fallos.
Igual jode descubrir no ya que no diste la talla, sino que fuiste cutre o borde, no digo que no. Lo que es seguro es que vas a acabar cansado y con tarea ingrata. Porque haciendo un 2.0 de lo que me enseñaron la monjas, después del examen de conciencia, viene el dolor de corazón (tiene que fastidiarte el haberla cagado), decir los pecados al confesor (lo tienes que contar a terceros), el espíritu de contrición (lo tienes que arreglar) y la penitencia (¡Aja!. Quién me mandaba…). Mejor me sigo quejando de la estupidez mundial, de la maldad planetaria o del complot judeomasonico que conjura los astros en mi contra.
Sé que voy en contra de la moda. Que lo del examen de conciencia suena rancio y eclesial. Ahora e que ahora se lleva el hapyy flower, la visualización del éxito como método para alcanzarlo, el refuerzo de la autoestima como garantía de felicidad y la automotivación como gasolina para llevar a cabo cualquier tarea. Y yo me apunto, soy de ver el vaso medio lleno. Creo en la sonrisa y en el poder de una actitud animada y entusiasta. Pero ¿está todo esto tan reñido con un autoexamen honesto en el que te atizes un poco de caña?
Creo que un examen de conciencia en toda regla debería ser como la ducha. Una práctica habitual y obligada en términos de salud personal y social. Al menos yo, desde aquí, me la voy a obligar. Para esto sirve lo de escribir 🙂
Y ya puestos, me liberaré de cualquier reminiscencia rancia y religiosa haciendo uso de la innovación digital. En mi examen de conciencia 2.0, mi calendario me avisará mensualmente de que me toca revisión, y entonces, anotaré en mi OneNote al menos un error detectado, un acto del que arrepentirme y una acción correctora. Y cambiaré los tradicionales 10 Padrenuestros y las 3 AveMarias por un sincero whatsApp de disculpas y un email que tenga como asunto “nueva propuesta de colaboración”.
Tanto nos hemos volcado en los últimos años hacia las libertades y los derechos, que tal vez sea hora de recuperar el sentido del deber. Porque la senda de la excelencia se escribe con aciertos y también con fallos. Y para ese camino, las alforjas de la reflexión son imprescindibles.
Os propongo que os propongáis trabajar la ejemplaridad y exigencia. Sabiendo que si no llegas, por lo menos te vas a la cama bien tranquilo.