Si cada lunes entras en la oficina arrastrando los pies y sintiendo que lo haces en la más podrida de las cavernas, ha llegado el momento de parar. Ir a trabajar hasta los cojones, tensos y malhumorados, no nos hace ningún bien. Si en tu jornada laboral te descubres sumando más de un “vaya mierda”, no cabe duda de que necesitas hacértelo mirar.
Si los compañeros te caen mal, los proyectos te parecen un caos y todos los jefes unos trepas mediocres, el problema eres tú. Es momento de hacer caso a las señales de alarma y abrir tu mente a la posibilidad de un cambio.
No estamos programados para ser cínicos ni agresivos. No podemos estar siempre enfurruñados porque las cosas no son todo lo “profesionales” que debieran o porque no se nos valora lo que nos gustaría. Ni a la defensiva para que no se aproveche el de al lado de nuestra aportación. Si andas tan intoxicado, ¿no será es porque tú mismo has abierto la puerta a toda esas emociones basura? Cuanto llegan es porque las hemos dejado entrar, eso seguro.
No pasa nada. El que tiene boca se equivoca. Llega el momento de plantearse que sólo modificando nuestros comportamientos, podremos acabar así modificando nuestras cabezas. Juzgarlo todo desde lo alto de tu atalaya es una prepotente marera de levantarse por las mañanas. Sólo queda respirar hondo y tirarse de cabeza a la piscina de la amabilidad.
Porque sólo diluyes tu negatividad cuando respondes sin miedo a la pregunta de qué para qué diantres te sirve ser ese juez tan implacable a quien nada contenta. Si esperas la perfección, nunca estarás satisfecho. Modera el juicio. O mejor aún, suprímelo. No se trata de comulgar con ruedas de molino, sino de aceptar que los vasos medio llenos, medio llenos están. Y ya.
Tú a lo tuyo, exígete lo que quieras, pero deja de esperar la luna de los demás, solo conseguirás cabrearte. Ya lo dijo Confucio, mucho más finamente que yo. Este es el quid porque, seamos serios, ¿dónde se origina en el fondo este mal humor? ¿No será que nace de un ataque de mal entendida superioridad? ¿O no será en el fondo una mezcla de incapacidad o disgusto al no ser aceptado en el clan lo que nos hace calificarlo de mediocre o cutre?
Para cambiar nuestro malestar, debemos preguntarnos a nosotros mismos de manera honesta y valiente qué es lo que realmente tanto nos molesta. ¿No ser reconocidos? ¿No disponer del acompañamiento que necesitamos? ¿Qué ese presunto gilipollas caiga al jefe mejor que tú?.
Relájate y saca a pasear tu lado más amable. Pasa un poco y sonríe más. Admite que muchas veces nuestros roces vienen de las personas, no de los problemas. Y que tú tienes las uñas demasiado largas.
- Cambia el foco. Es una buena idea redirigir nuestro disgusto hacia los problemas, dejando al margen a las personas y enfocar nuestras energías a cambiar las excusas por soluciones. Es difícil mantenerse conectado a un mundo que sientes alejado de ti. Para acercarnos a él, no tenemos otro camino que inclinar la balanza recomponiendo lo que sucede dentro de nosotros.
- Calla. La ira es un sentimiento que hace que nuestras bocas funcionen más rápido que nuestras mentes y luego se arrepienten. A veces me descubro tan irritable que no sé hasta qué punto es imposible trabajar conmigo. Aprender a parar y a callar cuando no se tiene una buena racha minimiza el riesgo de dejar marcas destructivas en los que nos rodean.
- Ábrete. Deja de negarte a participar de una realidad sólo porque no te gusta. Busca el papel que te cuadre y adopta el sí. Y baila de una vez en la cena de navidad en lugar de quedarte con cara de palo en una esquina. Al menos, comienza moviendo los pies y sonriendo copa en mano.
Es difícil cambiar el chip, pero es un reto más que interesante. Cuando nos atrevemos a juzgarnos a nosotros mismos tan severamente como juzgamos al mundo descubriros en cada rincón un agujero negro y un punto brillante, un comportamiento turbio compartiendo cajonera con otro espléndido y una salida de tono tan dura como brillante fue otro día la gracia.
Todos tenemos dentro basurillas y diamantes. Todos somos capaces del comentario más amargo y también de la mirada más dulce. De cada uno depende tener el coraje para, llueva o nieve afuera, ser capaz de sacar a pasear nuestra cara más amable, cargándonos de un plumazo todas esas emociones feas que no nos está sirviendo para nada.
Y no dudes de que haciéndolo, puede que no estés redescubriéndote a ti mismo, pero seguro que otros sí lo harán.