Viva el debate! O no?
Vaya por delante que seguramente hoy no soy objetiva. Me declaro desde el principio absoluta fan del debate. De siempre me ha molado discrepar cuando se tercia. Es una suerte de gimnasia mental que me mantiene en forma. Me obliga a escuchar, a buscar con rapidez en el fondo de mi coco las mejores ideas y a vestirlas de gala con las mejores palabras para mi contrarréplica. Para gustar, emocionar y convencer.. Y cuando acabo, siempre he ampliado mi visión y seguro que alguna que otra neurona he ganado.
Lo considero una actividad enriquecedora como pocas. Aunque lo que te lleves no sean certezas, aunque no hayas cambiado un ápice tu opinión, no podrás hacer oídos sordos a los ecos de los interrogantes y reflexiones escuchadas. Pero en esta nuestra sociedad, tejida de versiones oficiales y pespunteada de mal entendidas pleitesías al jefe, la veo últimamente de capa caída. No es que ya no haya debate en torno a la estrategia o al método a seguir en nuestra actividad. ¡Es que ya no “discutimos” ni de lo intrascendente en la máquina del café! Y más que preocuparme, me pongo triste.
Amo la buena conversación. En directo o como sea. Si, también online :-). Tú solo asumiendo sin pestañear las directrices de tus mayores no das para tanto. Necesitas aire, abrirte, respirar… Llenarte con la energía y las ideas que otros comparten. Estoy convencida de que sólo escuchando a cuantos más mejor se desarrollan tu creatividad y tu pensamiento crítico.
Este post, como casi todos los que aquí cuelgo, me surge al hilo de una situación vivida estos días y tiene que ver con un intenso debate en nuestra organización sobre cómo debemos hablar en la Red a nuestros clientes de nuestros productos y servicios. ¿Debemos dejar que surja el debate en toda su magnitud? ¿Debemos hablar de sus luces pero también de sus “sombras” o mejor nos limitamos, como hemos hecho siempre, a pintarlos como un paradigma de perfección y sumun de la funcionalidad? ¿Ganamos credibilidad con la verdad extensa o por el contrario, hacemos el tonto?. Yo creo que la respuesta correcta es una pregunta: ¿en qué contexto lo estás haciendo y en calidad de qué lo haces?
Si hablamos como Compañía en un formato publicitario tipo web, microsite o folleto promocional, adelante con la luz y el color. Dejémoslo como a la Preysler en la portada del Hola, con photoshop hasta en la médula, sobre todo si lleva el precio al lado :-). O acaso no son siempre geniales los hotelitos rurales en la web y luego dejan a veces un tanto o un mucho que desear?
Pero si lo hacemos en las RRSS y desde nuestra marca personal, creo que la honestidad debería mandar. La conversación en la red y el marketing de contenidos no son publicidad aunque contribuyen y mucho a la notoriedad de la marca. Son otra cosa. Y ahí no sólo no hay manera de ocultar tus miserias, sino que hacerlo va contra tu propia marca personal. Así es que antes de que otros descubran en dos pispases que tienes morcillas, ¿no es mejor que te declares abiertamente gorda y pongas foco en lo simpática que eres?
Reconocer el punto de vista de otros es una técnica reconocida por los expertos como extremadamente poderosa para persuadir. Admitir que tu argumento no es perfecto aporta mucho más que la cuota de imperfección que te quita. Porque demuestra que estás abierto a ajustar tu producto. Y eso es interés del bueno.
Parece que los nuevos valores el entorno digital han basculado desde intento de control de la información a la necesidad colaborar y compartir. La honestidad y la sinceridad están en el ADN de la Red, de tal modo que la mentira o el disfraz ya no es opción.
Algunos responsables de marketing se niegan con fiereza a que esta visión menos idílica salga retratada. Siguen optando por presentar sus productos sin mácula, con folletos y demás piezas promocionales de toda la vida. Las infografías, comentarios y blogs no van con ellos.
Y yo insisto, ¿cuánto pesa en la mente del consumidor este mundo 2.0?. En algunos sectores igual poco aún, pero seguro que ni ellos apostarían su mano por que no va a más. En el desarrollo de una marca personal que intenta posicionarse como experta no se trata de ser perfecto. Se trata de que hablen de ti, para que te conozcan. De ir generando confianza, para que te elijan. De enamorar para que te recomienden. Y nunca podrás hacerlo si empiezas defraudando sus expectativas.
A estos marketinianos tan tradicionales me gustaría decirles que, tal vez es una pena, pero ya no podemos controlarlo todo para mostrar sólo la cara que nos interesa. Que el mundo ya no es rosa, aunque así se empeñen en pintarlo. Es multicolor. Con negros y blancos incluidos. Seguro que no saben que las listas de pros y contras son el segundo driver de recomendación, solo por detrás de las historias personaes. Siento que no lo pillen porque me temo que van a seguir tirando el dinero (nuestro dinero) en folletos. Una pena, porque además de sumamente eficaz, lo de las RRSS de momento, es gratis.
Y a ti, que no dejes que condicionen tu marca personal, habla abiertamente de todo aquello que consideres. Toma la humildad de tu opinión personal, el respeto y la confidencialidad como únicas banderas y que la honestidad y el sentido común te acompañen.
Me gustaría acabar con una cita del gran Jacinto Benavente, maestro y referente cuando de comportamientos sociales se trata
«La peor verdad solo cuesta un gran disgusto. La mejor mentira cuesta muchos disgustos pequeños y al final, un disgusto grande».