Siempre he admirado a esas personas que se toman todo con calma, incluso las situaciones más complicadas. Esa gente que en un momento de tensión mantienen la cabeza fría y piensan con claridad, como si en realidad les importara un bledo si el barco en el que están subidos se hunde o no.

Esa persona, compañero de trabajo o no, suele ser un rara avis. Preocuparse es consustancial al ser humano. Nos preocupamos por nuestra salud o la de nuestros seres queridos antes de estar seguros ni siquiera de si estamos enfermos. Le damos vueltas a quien será nuestro nuevo jefe antes de que el actual se jubile o deje su puesto. Nos comemos la cabeza por si el proyecto en el que trabajamos terminará bien o mal cuando tan solo acaba de empezar. O es un drama enfrentarse a cómo decir “no” a algún compañero de trabajo sin ofenderle. Esas preocupaciones se convierten en un runrún y un agobio constante que empieza con un ligero cosquilleo en el estómago.

La preocupación empieza motivada por la incertidumbre o la falta de control acerca de lo que puede suceder en el futuro, es decir, por el miedo a lo que vendrá. Al pensar en el futuro tendemos a ponernos en la peor situación posible, aunque ésta sea muy improbable. Pero no es lo mismo una preocupación “sana” (veo algo que no me gusta y me pongo a buscar una solución y hacer algo al respecto) que la ansiedad, el pensar demasiado en todo lo que puede salir mal, lo que lleva a ver amenazas por todas partes y tener dificultades para concentrarse y vivir paralizado por los nervios.

Hay muchas recetas para dejar de preocuparse: escuchar música, hacer deporte o relativizar las consecuencias de lo que está por venir, convenciéndose de que no hay prácticamente nada en la vida que sea irreversible. Si un día te equivocas en tu trabajo, es muy pero que muy complicado que esa equivocación llegue a propiciar un daño sensible a la empresa así que tampoco es tan grave la posible equivocación. Existen multitud de videos de internet o de charlas TED al respecto con todo tipo de consejos sobre cómo conseguir no preocuparse tanto por el futuro.

Pero en mi opinión, la solución es dejar de preocuparse y empezar a ocuparse, por lo menos en lo referente a los temas laborales. El problema no es pensar mucho, sino no pensar bien. Si hay algo que te agobie especialmente, lo mejor es ponerse a actuar, empezar a hacer algo, lo que sea. Si te preocupa como irá el proyecto en el que estás, esfuérzate en que salga bien, o vete buscando otro posible proyecto si ya no le ves posibilidades. Si el problema es no saber quien será tu jefe, intenta elegir tú con quien trabajar. Si es el futuro de la empresa lo que te quita el sueño, una buena idea puede ser formarse para mejorar tu empleabilidad y así estar preparado en caso de que se cumplan los malos presagios. En resumidas cuentas, no hay que quedarse parado dándole vueltas al futuro, sino actuar para, en la medida de lo posible, intentar que el futuro se parezca a lo que te gustaría que fuera.