“Nadie puede llegar a la cima armado sólo de talento. Dios da el talento; el trabajo transforma el talento en genio”, es lo que decía Anna Pavlova, bailarina rusa y toda una celebridad a principios del siglo XX. Anna fue niña prematura y su naturaleza era enfermiza. El ballet clásico le resultaba muy difícil porque sus pies eran muy arqueados, y tenía tobillos delgados y extremidades muy largas, lo que chocaba con el cuerpo pequeño y compacto preferido para las bailarinas de su época. Pero Anna soportaba burlas de sus compañeros y entrenaba y entrenaba sin descanso hasta llegar a ser la mejor bailarina de su época. Sin duda una vida loable que merece el aplauso de cualquiera, pero no todo el mundo tiene por qué ser necesariamente igual que ella.
Cuando buscas ejemplos de alguien que haya llegado a la cima de su profesión piensas en una bailarina como Anna Pavlova, en el CEO de una gran multinacional o en el futbolista que gana un Balón de Oro. Gente que llega a lo máximo de lo máximo en su ámbito laboral. Objetivamente es así, pero aplicando esa definición de llegar a la cima, solo una persona lo conseguirá porque en una empresa solo hay un CEO o solo un futbolista recibe el premio al mejor jugador. Se supone que entonces el resto deberían sentirse fracasados por no haber podido llegar a lo más alto.
Otros buscan llegar a la cima, o al menos acercarse a ella, a base de buscar tener un sueldo cada vez más alto, o alcanzar una mayor cuota de poder en tu empresa, dando igual todo lo demás. A lo mejor no llegan a lo más alto, pero mientras vayan subiendo en el escalafón, sea al precio que sea, todo está bien.
Sin embargo, otras muchas personas no tienen la misma idea de lo que significa tener éxito en el trabajo. Yo tenía un compañero que siempre decía que él ya había llegado a la cima. Mirando el organigrama de la empresa, se podría decir que no estaba precisamente cerca de la cima, es más, necesitaría unos prismáticos para llegar a atisbarla. Pero sin embargo, para él llegar a lo más alto significaba ganar el suficiente dinero para vivir cómodamente aunque sin excesivos lujos, tener flexibilidad laboral para poder ir en persona a las tutorías del cole o a la extraescolares de sus hijos, ser tratado con justicia en la empresa, sentirse valorado por jefes y compañeros y tener un ambiente de trabajo lo bastante bueno como para que ir a trabajar no le supusiera una tortura diaria.
Nada más y nada menos que eso, pensarán algunos. Pero es verdad que lo que se podría entender por “llegar a la cima”, no lo había conseguido. Pero él no aspiraba a más. Cualquier ascenso le supondría probablemente más dedicación, más viajes y más sacrificios, a cambio de algo más de dinero que tampoco le iba a conducir a ningún sitio. No vale la pena, decía siempre. Y desde luego, desde su punto de vista, tenía toda la razón.
La sociedad en la que vivimos nos educa a que la felicidad está esperándote cuando acabes tus estudios, cuando consigas un ascenso, cuando llegues a director… siempre en lo que sigue, nunca en lo que ya tienes entre manos. Es normal que haya tante gente con ansiedad, que nunca se sienta feliz en el trabajo porque nunca alcanza esa felicidad que siempre está después de la siguiente curva. Creo que según vas cumpliendo años, te vas dando cuenta de que no siempre merece la pena perseguir esa felicidad tan difícil de alcanzar. Hay quien puede considerar esa actitud como conformista o poco ambiciosa, pero no tiene por qué serlo.
Naturalmente, me parece una actitud totalmente respetable el intentar siempre progresar en el trabajo e ir consiguiendo puestos de mayor responsabilidad y salario, siempre que no implique perjudicar a los demás. Pero sí que deberíamos reflexionar sobre qué significa para nosotros “llega a la cima”, y en base a ello, tomar las decisiones adecuadas para conseguirlo.