La frase no es mía, pero estoy totalmente de acuerdo con ella. No hay duda de que una buena idea es el punto de partida perfecto para cualquier proyecto, pero por sí sola no sirve para nada. Igual que un ser humano tarde nueve meses en desarrollarse en el vientre de su madre, una idea necesita de un tiempo para tomar forma y crecer antes de plasmarse en algo concreto, si es que se llega a ello porque a veces, las circunstancias pueden recomendar echar por tierra esa idea que parecía tan buena antes de que cristalice.
Así que efectivamente, las ideas están sobrevaloradas. Lo decía Peter Drucker, el gurú del marketing, con aquello de que “la estrategia es una commodity y la ejecución, un arte”. Si no tienes los recursos y capacidades adecuados para desarrollarla, tu idea brillante no servirá para nada. En el mundo laboral esto es aplicable tanto a empresas como a personas. Puede ser una magnífica idea reciclar tu carrera y adentrarte en ese campo que tanta demanda tiene actualmente, pero si no te formas suficientemente bien con anterioridad y no arriesgas algo para conseguir una mínima experiencia previa, la idea no te va a dar de comer.
Una idea no es nada sino tiene un plan de ejecución que la plasme en un proyecto concreto: debe haber un plan de tiempos, con sus hitos y sus fases. Debe haber unos objetivos concretos a corto y a largo plazo, y unos planes de contingencia por si acaso el proyecto no va según lo esperado. Y sobre todo, deben existir los recursos adecuados para llevar a cabo la idea y mucha constancia para no echarse atrás al primer revés. Y por supuesto, una idea debe ser sostenible, lo que en mi opinión es la pata que flojea en la mayor parte de las “grandes ideas”. Se obtienen buenos resultados al principio… y se agotó el filón.
Por otra parte, es fundamental ser capaz de vender esa idea genial que se te ha ocurrido. Si eres un emprendedor, normalmente necesitarás convencer a un inversor para que invierta dinero en tu idea, lo que no se consigue pidiéndolo sin más sino con un plan de negocio riguroso detrás. Si eres intraemprendedor, necesitarás convencer a tus jefes para que te preste los recursos (otra vez los recursos) necesarios para poder plasmar tu idea. Si tu idea se basa en un plan de reciclaje o mejora personal, necesitarás convencer a los demás de que has adquirido las capacidades necesarias para traducir esa idea en beneficios concretos.
Y finalmente, tengamos claro que una idea no es para siempre. Tiene que poderse transformar, evolucionar y si es necesario, autodestruirse o sacrificarse en aras de otra idea mejor. Llega el momento en el que hay que saber cuando cambiar el paso o simplemente reinventarse. Si no lo haces tú, ya lo hará otro (el mercado laboral, tus jefes…) de una forma mucho menos “delicada”. Por eso, lo peor que se puede hacer es aferrarse con uñas y dientes a una idea sin darse cuenta de que un cambio en las circunstancias que la rodean puede hacer aconsejable matarla.
Por todo esto, creo que las ideas están sobrevaloradas. Dicho lo cual, sin una buena idea, no hay nada.