Estamos deseando aprovechar cualquier respiro para volver a ser los de antes. Queremos creer que nos juntaremos de nuevo para la cena de Navidad, que volveremos pronto a la algarabía de la oficina o a las discusiones de futbol en las máquinas de café.
Nos aferramos a la idea de que esto no será más que un paréntesis.
Yo, sin embargo, estoy convencida de que estamos ante un punto.
Tal vez solo sea un punto y seguido.
O un punto y aparte.
De lo que no me queda duda, es de que algunos comportamientos habituales se borrarán para siempre. Así como de que otros han llegado para quedarse. Cuáles quedarán en la primera lista y cuáles en la segunda, aún no lo sabe nadie.
Pero creo que es mejor asumirlo cuanto antes. Dejando atrás nostalgia y molestias. Sin permitirnos ni un segundo de rabia por lo perdido.
Mirando ya solo hacia delante. Haciendo de la necesidad virtud con la mirada puesta en dos lugares: La búsqueda de nuevas oportunidades y la capacitación para mejorar.
Siempre he creído que la necesidad es un buen revulsivo para la acción. Que el hambre agudiza el ingenio. Me siento muy identificada en ello con Biz Stone, el cofundador de Twitter. En su libro “Cosas que me contó un pajarito: Confesiones de una mente creativa”, Stone defiende las limitaciones como inspiradoras de la creatividad. Dice que “cuando estamos acorralados, nos vemos forzados a salir con una solución creativa sacando al MacGyver que todos llevamos dentro”. Que es gracias a las restricciones, cuando encontramos soluciones increíbles.
Él sabe bien de lo que habla: los 140 caracteres que ha sido la seña de identidad de Twitter nunca tuvieron razones creativas. Cuando el lanzamiento de iTunes mandó a la porra su idea original de montar un servicio de microblogging de mensajes de audio MP3, se movieron hacia las conversaciones entre pequeños grupos de personas vía SMS. Y los 140 caracteres eran el límite estándar que los operadores de telefonía móvil establecían en ellos.
Apuesto por las cosas buenas que traerán algunas de las limitaciones provocadas por la pandemia
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Quiero hoy detenerme en dos de ellas, ambas de rabiosa actualidad.
Y compartir 10 ideas para sobrellevarlas, aspirando a que su puesta en práctica deje en nosotros alguna capacidad que nos sirva de palanca en el futuro.
Que la intención de superarlas hoy nos ayude a crecer para mañana.
La mascarilla: ¿Cómo me puede ayudar a mejorar?
Que es un rollo llevarla y que cuesta más transmitir con ella en la boca, está claro. Pero me estoy dando cuenta de que tal vez sea una buena maestra para mejorar nuestra comunicación.
¿Cómo nos puede ayudar?
- Obligándonos a poner más acento en las pausas. Quienes nos escuchan no pueden ver ahora esos gestos que les hacen adivinar cuándo será nuestra próxima pausa para meter baza. Está bien que hagamos un esfuerzo consciente para dividir nuestras intervenciones, haciendo pausas destacadas que les den la oportunidad de saltar o responder.
- Forzándonos a evitar la monotonía a base de entonación, acentuando las frases clave y subiendo el tono interrogativo en las preguntas. Y modulando para asegurar que nuestra voz se oye a pesar de la amortiguación de la mascarilla.
- Obligándonos a transmitir más emoción. Apoyándonos para ello más en los gestos, adoptando un tono un poco más teatral, aunque sin exagerar, claro.
- Ajustando el modo en que el demostramos escucha activa, reforzando nuestros habituales gestos de asentimiento con la cabeza o nuestros “aja”, con frases más reafirmantes tipo “entonces lo que tú ves es que…” o “Si te he entendido bien…”
- Sonreír con los ojos. Que esos seguimos viéndolos.
La inseguridad: ¿podría ser un revulsivo?
En los momentos más inesperados y caóticos o desarrollas habilidades para manejar las altas dosis de incertidumbre y estrés que experimentas, o te acabas tirando al río. La Porque la falta de seguridad, de calma y también de esperanza afecta a nuestra funcionalidad además de a nuestro bienestar emocional,
¿Qué nos puede ayudar?
- Promover una sensación de orden y control de la situación, evitando cualquier información no contrastada, así como los enfoques sensacionalistas y los rumores. Usando un lenguaje sencillo, honesto y claro.
- El ponernos en acción ya. Pensar en qué lo que podemos hacer aun familiarizándonos lo antes posible con la nueva normalidad. El elaborar planes para obtener información y acceder a los recursos y ayudas que aún nos quedan.
- Fomentar el contacto con los demás apoyándonos en su empatía, su sensibilidad y su ayuda para considerar opciones. El reforzar las redes de apoyo de forma presencial y online. El ofrecer apoyo a los demás. El rodearnos de personas eficaces que mantienen la fe en su capacidad de mejorar una situación.
- Alimentar la confianza y la esperanza porque lo más importante y lo más difícil es no rendirse a la tentación de dejar de luchar. Aunque la esperanza sea un sentimiento que no se pueda imponer, fijarnos en esa chispita de luz al final del túnel facilita la travesía.
- Cultivar la paciencia. Y la confianza en que cada grano de arena sumado cuenta. Sabiendo que no siempre hay camino, pero que siempre se hace camino al andar.
Las mascarillas, y tal vez también esa sensación de inseguridad, están aquí para quedarse al menos unos cuantos años más.
Por ello, el tiempo y el esfuerzo que pongas en interiorizar estas ideas te servirá seguro cuando la pandemia será un recuerdo.
No pasa nada por vivir periodos de alteración, ansiedad o angustia por no saber cómo continuar. No obstante, si estas reacciones se alargan, acaban por machacarte. No las dejes y toma como mantra esta reflexión de Biz Stone.
“Las limitaciones viven solo en nuestras mentes. Pero si usamos nuestra imaginación, nuestras posibilidades se vuelven ilimitadas”
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¡Ánimo!
Vamos a mirar hacia delante.
Hagamos de la necesidad, virtud.