En momentos de cambio acelerado y efervescencia de metodologías “ágiles”,  veo como un valor seguro la capacidad de tomar decisiones de forma reflexiva, sin confundir paciencia con lentitud. Y me llama poderosamente la atención que no se valoren esfuerzos para desarrollar la paciencia como habilidad profesional al mismo nivel que la creatividad o la capacidad de aprendizaje.

Veo, cada día más, a la paciencia como una «soft skill» a entrenar, pues demuestra ser eficaz en la construcción de una imagen robusta y confiable en todos los ámbitos de nuestra vida laboral.

Paciencia proviene del latín patiens que significa sufriente o sufrido y designa al que sufre calladamente. Tiende a sugerir, por tanto, pasividad, tolerancia e incluso resignación, cualidades nada apreciadas el mundo laboral de hoy.

Sin embargo, nada más lejos de la realidad.

Ya en la antigua Grecia, Platón la incluye, junto con la templanza, la fortaleza y la justicia, entre las cuatro virtudes cardinales de conducta sobre las que gira y descansa toda la moral humana. A muchos les podrá parecer una antigualla, pero los clásicos vuelven una vez más para enseñarnos.

Porque en la economía digital sólo se lleva el gato al agua quien sabe crear confianza.

•  Los clientes a los que no vemos tienen que ser tratados con una dosis infinita de paciencia. Ejercitar a partes iguales respiración profunda y sonrisa es fundamental cuando te enfrentas a faltas de sintonía, de comprensión o simplemente de cultura.
•  Cualquier profesional hecho a sí mismo, cuando mira atrás sabe que su carrera ha dependido en gran medida de la paciencia. Y que su éxito se ha basado en gran medida en ganancias incrementales que están plagadas de fracasos, rechazos y decepciones.
•  Y todo jefe medianamente preparado para la gestión de personas en la era digital conjuga en su valoración del equipo resultados tangibles con intentos fallidos, pues sabe que puede tardar meses en lograr resultados significativos pero que para acertar hay que probar.

Y, aunque demasiada paciencia puede hacer que te detengas, alimentar la hoguera de la confianza lleva su tiempo.

La paciencia no debe ser vista como sinónimo de indecisión ni de complacencia

Tendemos todos, vamos a reconocerlo, a confundir impaciencia con dinamismo, marginando como “lentas” a las personas más pacientes y reflexivas.

Sin embargo, tener paciencia no es sinónimo de pasividad, ni de indecisión ni mucho menos de falta de resolución. Sino todo lo contrario: es saber parar unos segundos a respirar y a mirar al horizonte, permitiéndote ese tiempo en el que no hacer nada es la mejor opción.

Podríamos decir sin temor a exagerar que en un mundo sin certezas, donde no hay otra opción que experimentar y equivocarse sin parar, la paciencia es un arte difícil de cultivar pero tremendamente útil. Que lejos de abandonar a la primera con el “eso ya lo hemos probado y no funciona” en la boca, reintenta dando vueltas al “qué tengo que cambiar para aproximarme más la próxima vez”.

Y tampoco debe confundirse con complacencia, con resignación o con desidia.

Sino verla más bien como esa quietud aprendida que nos permite analizar el siguiente paso. Como una combinación de resistencia y resiliencia, no exenta de chispas (de impaciencia, aunque parezca un contrasentido) que nos ayudarán a calificar nuestros intentos de la manera más rápida posible.

Porque solo entrenar la paciencia nos permite evaluar en reposo antes de avanzar estratégicamente con toda la carne puesta en el asador.

En la era de la prisa, no hay otra manera de construir que a fuego lento

En los últimos años ha cambiado la velocidad con la que esperamos que las personas reaccionen. Con la tecnología como gran facilitador de la impaciencia, desde las empresas se alienta a subir el ritmo: en la toma de decisiones, en el próximo lanzamiento, en la respuesta al cliente o en la entrega del producto.

Pero algo no ha cambiado. Y es que tener las cosas bien analizadas y correctamente ejecutadas implica pensar. Y ello, precisa de un tiempo para desarrollar y reconsiderar, algo que hoy casi ha desaparecido.

Nadie quiere ser visto como inactivo porque puede parecer que no hace lo suficiente. Quien no responde enseguida al correo del jefe es tachado de no estar atento ni comprometido. Y así estamos confundiendo la actividad con el crecimiento, con el avance, con el resultado. Olvidando que incluso, cuando estás impaciente por actuar, dejar que las cosas fluyan un poco antes de meter baza puede ser un enfoque más eficaz.

Desarrollar la “paciencia deliberada” es una buena herramienta de gestión

La necesidad de actuar rápidamente en todo tiene mucho que ver con nuestra naturaleza. Con ese “sesgo presente” que nos hace valorar más la recompensa inminente al valorar dos eventos futuros. Famoso es ese estudio con niños a quienes se ofrecía un caramelo hoy o dos mañana. Como ese experimento demuestra, la inmediatez tal vez demuestre compromiso, pero el hecho de que 50 años después tuvieran una vida más exitosa quienes aceptaron esperar, demuestra que la rapidez no siempre es lo más efectivo para progresar.

Con los plazos para decidir bajo una presión cada vez mayor, las virtudes de la paciencia corren el riesgo de ser olvidadas en el trabajo y en nuestro desarrollo profesional a largo plazo.

Tanto si, como yo, eres de natural impaciente, como si eres de los contagiados por el contexto, tensionado hacia el “venga, venga”, te sugiero que comiences a incluir el “espera que lo vea mejor” como una opción para toda toma de decisiones. Incluso para lo urgente o lo importante, pues con más razón, serán cuestiones que necesiten tiempo para la consideración.

Comienza a usar el mantra “Te diría ya que sí o que no, pero quiero estudiarlo un poco más para poder darte mi mejor respuesta”.

Tomarás mejores decisiones.

Y serás, a la larga, un profesional mucho más robusto y confiable.

@vcnocito