Hoy comienzo diciéndote alto y claro que ni de coña hagas lo que dice el título de este post.

Que lo perfecto es enemigo de lo bueno, me lo enseñó un jefe “muy operativo” que tuve. Y aunque lo cierto es que a semejante pollo solo le interesaba ponerse el check con los de arriba, y sin compartir jamás un ápice de sus motivos, pronto comprendí que su modus operandi, algo de razón tenía.

Que lo bueno es enemigo de lo existente, es de mi cosecha de este año. De la más reciente. Pero es algo que he comenzado a decirme sin tregua, a mí misma, y a cuántos me rodean. Porque de un tiempo a esta parte he interiorizado (por fin) la importancia de la acción sobre la idea en tu crecimiento, aspiraciones, relaciones y demás aspectos de tu vida.

Mucho se ha hablado de la parálisis por análisis, algo que los ingenieros conocemos sobradamente bien. Mucho más de la importancia de tener bien claro el objetivo antes de dar ningún paso.

Pues yo te digo que NO.

Que la estrategia está sobrevalorada.

Y que eso de tener los objetivos claros antes de dar ningún paso, es la más eficiente de las excusas para no pasar nunca del bla, bla, bla.

Nos cuesta la vida pasar de las ideas a los hechos

Dice Rafael Santandreu en su nuevo libro “No hagas una montaña de un grano de arena” que el perfeccionismo es la gran enfermedad mental de nuestro tiempo. Que aspirar a la perfección paraliza, que el perfeccionismo neurotiza y asesina la espontaneidad, la creatividad, la alegría y la vida.

Yo estoy de acuerdo solo a medias.

Porque si analizo con honestidad todas y cada una de las veces en que no he movido el culo (y sé que vosotros lo hacéis conmigo), el afán de perfección no está (seamos honestos) ni de lejos en el top. No, no es el querer que todo salga de diez lo que mata la creatividad, las ganas, y en el fondo, todos y cada uno de los pasos de esos posibles caminos que acaban convirtiéndose en sendas jamás exploradas.

¿Cuáles han sido los motivos (reales) de mi falta de acción?

Digo los míos por aquello de no latigar en espalda ajena, pero con la completa seguridad de que, en más de una ocasión, también habrán sido los tuyos.

Yo me he autoexcusado más a menudo de lo que me gustaría reconocer. Pero a estas alturas de la película, ya sabemos de sobra de qué va cada uno y es momento de dejar de engañarse. Reconozco pues, haber acudido a estos comodines para justificar mi falta de movimiento.

  • La falta de tiempo, la madre de todas las excusas aun cuando consigamos olvidar aquello de que el tiempo, es siempre una elección.
  • La falta de compañía, que vemos como un hándicap de primer nivel, cuando en el fondo casi siempre esconde una falta de confianza del tamaño de una catedral.
  • La falta de un plan o de unos objetivos claros, que, según todos los gurús, son condición sine qua non para iniciar cualquier viaje, a pesar de que muchos ya hayamos comprobado en carne propia cómo lo más divertido, sorprendente (y muchas veces productivo) sea viajar sin rumbo.
  • La falta de competencia, porque siempre podemos argumentar que nos falta tal o cual conocimiento, apagando la certeza de que siempre existe un tutorial en YouTube, o un libro en la biblioteca (hoy por este orden) para cubrirla.
  • La falta de garantías, inmersos como estamos en la cultura del “si no tengo claro qué voy a sacar de esto, para qué mover ficha”.

Lo que nunca me dije es que, en realidad lo que tenía era o pereza o miedo.

O falta real de ganas.

De esas ganas inmensas que me juraba y perjuraba tener.

Me ha costado reconocer que cuando no hago las cosas, en realidad es por uno de estos tres últimos motivos. Con exacerbada tendencia a que sea el último… que es el que más cuesta siempre reconocer.

Pero que sea cual sea la razón, cuando la venzo y me pongo, desaparece en cuanto me levanto del sillón. Porque cuanto más esperas para hace algo que supuestamente deseas, más crecen esos motivos reales (y que te niegas a ver) para no hacerlo. Sin embargo, solo la acción (y aquí diría que casi cualquier acción) borra las barreras de la inacción de un plumazo.

Y no solo eso.

La acción genera energía y entusiasmo.

Una energía y un entusiasmo que eres capaz de contagiar.

Solo te arrepientes de aquello que no intentas

Dice un inminente psicólogo de nombre impronunciable que la felicidad es la acumulación de experiencias en las que te has sobrepuesto a una dificultad, que te requiere algo de esfuerzo, pero que ves alcanzable. Que, a más adversidades (superables), más valor gana la vida.

Tendemos a medir el rendimiento por lo que sucede cuando las cosas van bien. Sin embargo, los días en los que las cosas no van rodadas son muchos más. Si esperas a que los astros se alineen, a tener la compañía adecuada y alguna garantía de éxito, lo más probable es que te quedes toda la vida sentado.

Te invito hoy a valorar la imperfección intrínseca del lanzarte a hacer cosas. Al atrevimiento, a la espontaneidad, a descalabro potencial. A la deliciosa locura del juego y del intento.

Sí, desde esa situación que dista mucho de ser perfecta. De esos puntos de partida regulares, o terriblemente negros. Porque, todo lo bueno que eres, si es que lo eres, se mide en esos tus “peores días”, en esas jugadas con cartas nefastas.

Recuerda que, para bien o para mal, el mundo nunca va a recompensarte por tu competencia, sino por tu carácter.

Así es que, hoy mi reflexión contigo es una invitación a seguir la estela de ese Quijote que bien decía: “Nadie nos robará la gloria del intento, amigo Sancho”

@vcnocito