No queda otra que aceptar la cruda realidad. Es más que probable que durante el resto de nuestra vida profesional, tengamos que realizar más gestiones a través de videollamadas que en persona. Así es que necesitamos dominar las estrategias que nos permiten gestionarlas.
La mayoría las detestamos sin ser del todo conscientes de lo que el “efecto cámara” produce en nosotros”. Y es que, el vernos en pantalla nos “sube al escenario”, haciéndonos conscientes de que estamos ante una actuación. Y las actuaciones nos obligan a desplegar energía extra al saber que “tenemos público”. Una tensión que se magnífica cuando otros asistentes no se ponen la cámara y solo vemos cuadraditos negros, como una platea llena en la que no somos capaces de distinguir ningún rostro y, por tanto ninguna clave de expresión.
Pero, si es lo que toca y eso casi todos lo tenemos bien claro, ¿cómo podemos asegurarnos de que los próximos años no viviremos agotados ni más alterados de la cuenta?
Simple. Admitiendo que las videoreuniones nos alteran y comprendiendo por qué como primer paso para desarrollar técnicas de gestión de mente y cuerpo delante de una cámara.
Estos son los pasos
Entiende qué es lo que puedes controlar
El que una reunión te ponga nervioso puede deberse a mil factores. A falta de tiempo para prepararla, a que sientas que no darás la talla, a que te impongan los asistentes, a que te juegues demasiado… Y si la reunión es digital, tendrás que sumar el que puede que no te guste cómo te ves en pantalla, el cansancio que acumulas después de encadenar un par de videoreuniones o al miedo a que la conexión a internet te juegue una mala pasada en el momento culmen.
El primer paso es identificar todos los aspectos sobre los que tienes control y que puedes mejorar. Bloqueando tiempos para preparación, ensayando con zooms grabados contigo mismo, convenciéndote de que serás capaz de aportar, dejando “huecos de descanso” entre una videoreunión y otra… Y sobre todo lo que no puedes controlar, lo único que funciona es olvidarse sin más. La ansiedad proviene de querer controlar situaciones que no está en nuestra mano controlar.
Controla tu atención
La gran incomodidad de las videollamadas tiene que ver con la consciencia que tenemos de nosotros mismos. La verdad es que nunca nos habíamos “visto” en acción porque las salas de reuniones no suelen tener espejos. Pero cuando “nos vemos” no podemos obviar el análisis, así que de manera inconsciente llevamos nuestra atención hacia como nos estarán viendo los demás. Nuestro cerebro le dice a nuestro sistema nervioso simpático que hay peligro, nos aceleramos y nos tensionamos hasta perder el hilo. Es una reacción física.
Los trucos para activar el sistema nervioso parasimpático que calma la ansiedad pasan por tararear, mojarse la cara, respirar profundamente o usar una pelota antiestrés. Algo que no siempre es buena idea hacer mientras otros te miran ¿no? Así que lo mejor es tomar consciencia de lo que pasa y tratar de re-centrarnos de manera consciente. La ansiedad nace de la sensación de estar fuera de control. Solo creando control empezamos a tener un pensamiento y un discurso más conscientes y centrados.
Agiliza tus cambios de rol
El trabajo remoto se presta a la coexistencia de ritmos dispares que pueden resultar difíciles de encadenar. Puede que hayas ido a dar un pequeño paseo, a hacer una gestión o a ducharte y que te cueste volver a ponerte el chip de oficina. O que te convoquen sin previo aviso o sin que lo tengas planificado. Pues, es lo que hay. O te pasas todo el día sentado al teclado con los cascos puestos o aprendes a cambiar de tercio con más rapidez. It`s up to you.
Exige con tu ejemplo
Educamos con lo que hacemos. Si tu organización, como casi todas, es propensa a reuniones masivas y desorganizadas, cuando seas tú el responsable de convocar, marca diferencias. Para empezar, evita convocar reuniones que puedan resolverse con un email, enviando un documento autexplicativo o haciendo una llamada. Pero si la ves inevitable, ponsélo fácil a todos: envía invitación con antelación, usa el asistente de programación para asegurar huecos comunes, deja claro el objetivo y si hay que hacer trabajos previos, déjalo claro a los asistentes.
Sincroniza dificultad y ciclo energético
No tenemos siempre las mismas ganas ni la misma energía. Cada uno tiene sus ciclos y creo fundamental conocerlos para planificar en lo posible las videoreuniones más importante en tus momentos más energéticos o aquellas en las que vas de asistente comparsa cuando sabes que ya no das pie con bola. Es buena idea tratar de colocar las que más te estresan a primera hora para no pasar el resto de la jornada dándoles vueltas. También ayuda el tratar de dejarte algún día libre de reuniones para relajarte más y poder concentrarte en el trabajo.
No tengas miedo a las conversaciones duras
Las conversaciones difíciles son, sin duda, mucho más difíciles ante la cámara, igual que es más difícil tenerlas por teléfono. Porque es más difícil leer el lenguaje corporal y las señales no verbales. Por ello es fundamental sacar a flote todas las técnicas de empatía digital que nos vengan a la cabeza: comenzando por un cambio en la “etiqueta mental” que ponemos a nuestro interlocutor y a la conversación en sí, empezando con una charla corta para romper el hielo preguntado al otro cómo está o cómo van sus asuntos, mucha escucha y atención, cero juicio y prejuicio y la búsqueda de escenarios donde todos ganen algo.
Sé consciente de las ventajas
Cuando sientas que las odias, pon foco en sus ventajas. Puedes «ponerlas de fondo» mientras haces otra cosa, te han evitado un gran atasco o te permiten quedarte en casa con la que está cayendo. Y en cuando acabes, te pones las zapatillas para correr es media horita que tienes de margen hasta la siguiente.
Ser consciente de lo mucho que ganas marca diferencias.
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