Hace unos días charlaba con un amigo acerca de la suerte en el trabajo y de cual era el porcentaje de fortuna que se necesitaba para pasar de ser un buen profesional sin más a convertirse en una “estrella”, a alguien exitoso, que triunfa y que destaca en su ocupación. Ordenando un poco las ideas que nos surgieron en aquella conversación, llego a la conclusión de que existen cuatro tipos de suerte diferentes en el trabajo.

En primer lugar, está la pura suerte, la suerte ciega. Algo totalmente ajeno a tu control irrumpe en escena y hace que, de buenas a primeras, todo empiece a irte fenomenal. Siempre pienso en lo agradecido que tiene que estar al COVID-19 ese comercial de la empresa Zoom que en febrero del 2020 apenas podía cumplir sus objetivos de venta, o en ese fabricante de levadura que quizá estaba pensando en restructurar su empresa cuando de repente, la gente se tuvo que quedar en casa y se volvió loca haciendo bizcochos. Algo ajeno ocurre y te cambia la vida a mejor, y punto. A veces ocurre.

Después está la suerte que consigues por insistencia, por buscarla, por trabajar muchísimo, por tocar todos los palos y por emplearte al máximo siempre. Tantas y tantas veces lo intentas que una vez, aunque sea solo por estadística, tienes suerte. Es como probar a innovar mezclando en la cocina ingredientes para dar con un gran plato. Cientos de veces puede ser un desastre y hay que tirar el guiso pero una vez, “por suerte”, encuentras una combinación ganadora y creas un gran plato. No es suerte en realidad, es casi estadística, o dicho de otra manera, la suerte te encontró trabajando.

Hay un tercer tipo de suerte que es la que tienen las personas afortunadas que huelen la fortuna, que parecen estar siempre en el sitio justo y en el momento adecuado, que hacen los movimientos precisos para subirse a un proyecto ganador y luego bajarse de él justo cuando está a punto de naufragar. Son gente que son detectores de suerte, que realmente tienen una experiencia y una habilidad para anticiparse, para saber lo que va a ir bien y lo que va a ir mal. Precisamente el amigo con el que hablaba es de este tipo de personas. Trabajaba en una multinacional y de hecho le había ido muy bien, pero el negocio tradicional empezaba a flojear así que decidió salir de la empresa ante el riesgo de que le despidieran y montar la suya propia, en otro sector que estaba despuntando. Ahora le va aun mejor. Suerte, sí, porque mil cosas pudieron salir mal en ese cambio, pero suerte consecuencia de su habilidad para anticiparse a los acontecimientos.

Y por último está la suerte derivada de tus capacidades y habilidades. Si eres bueno en algo, es más probable que tengas suerte que si eres un mediocre. Digamos que tu buena marca personal, tu experiencia y tu valía llaman a la suerte. Un ejemplo tonto pero creo que ilustrativo sería el de un gran buceador capaz de llegar donde nadie más llega. De repente alguien encuentra un tesoro sumergido y pide ayuda al experto buceador para sacarlo del fondo del mar a cambio de repartirse el oro. ¿Tuvo suerte el buceador? Sí, porque el tesoro apareció por arte de magia y gracias a eso, se hizo rico. Pero fue ese buceador el que tuvo suerte y no otro porque él era el mejor en su trabajo. Dicho de otra manera, la gente que es buena tiene más suerte que la gente mediocre.

La suerte es importante en cualquier ámbito de la vida, o más bien el no tener mala suerte. Daría para otro post el hablar de como un golpe de mala fortuna puede echar por tierra toda una vida profesional, y lamentablemente en estos tiempos de pandemia encontramos miles de ejemplos de ello. Pero es cierto que la buena suerte hay que buscarla. Se puede atraer a la fortuna y si mejoras continuamente tus capacidades laborales, te esfuerzas y eres valiente, tienes también más probabilidades de tener suerte.