La mayoría de los jefes tienden a valorar su labor en función de las quejas que reciben. Pensar que “si la gente no dice nada, será que todo va bien” ha sido hasta ahora el barómetro de gestión de personas más habitual en las empresas.
Podemos discutir si el silencio del equipo es o no una buena vara de medir. Pero no lo terriblemente pernicioso que resulta cuando de la gestión de un equipo remoto se trata.
¿Por qué callamos nuestro malestar en la empresa?
Tendemos a quejarnos más de la cuenta en la máquina del café, pero hablamos muy poco de lo que nos fastidia con quien pudiera ser causa o tener la solución.
Variadas son las razones
- Por educación, pues durante años hemos estado asociando silencio a virtudes como la modestia, la prudencia y el decoro.
- Por inseguridad, ya que no son pocas las veces que callamos por vergüenza o por pensar que vamos a decir una tontería. Por ese “mejor callar y que piensen que somos idiotas que hablar y que lo corroboren”.
- Por miedo, porque son muchas las organizaciones que explícita o subliminalmente mandan a sus empleados el mensaje de “calla si quieres conservar tu puesto de trabajo”. ¿Quién se atreve a decirle al jefe que su decisión no es acertada cuando todos conocemos a quienes han sido apartados por críticos?
- Por prisa, pues no hay duda de que ir como motos tensionados con los resultados no es lo mejor para encontrar momentos para una conversación sutil y “complicada”. Acabamos antes si no dedicamos tiempo a compartir lo que hacemos, ni lo que sentimos, ni lo que esperamos.
- Por “pelotas”, porque pensamos, muchas veces con razón, que a nuestros jefes les gusta que les sigamos la corriente.
- Por mantenernos en la tribu, pues creemos que callar es la mejor manera de preservar nuestras relaciones con jefes y compañeros.
Por justificadas que estén, todas ellas tienen un alto precio. No hace falta ser psicólogo para confirmar que tener que callar incrementa la sensación de inferioridad, o de humillación incluso, y el resentimiento contra la organización y el jefe. Pero ese silencio que tranquiliza tiene un alto coste tanto para la empresa como para el profesional que tras él se parapeta.
Siempre ha sido siempre así, lo hayamos querido ver o no. Porque el silencio genera una espiral de más silencio que mata la creatividad y acaba minando también la productividad. En la oficina y en la Conchinchina.
Sólo que, en un entorno remoto, sin el roce diario y sin poder apreciar esas miradas hostiles, esos cambiar de tema repentinos y esos gestos mudos que lo dicen todo, ese proceso sucede a una velocidad de vértigo. Porque no hay forma humana de tomar la temperatura al compromiso del equipo ni a la satisfacción de cada empleado con su tarea y su jefe.
Una buena experiencia de teletrabajo es incompatible con el silencio
La masificación de entornos de trabajo remotos y las relaciones transaccionales y comerciales online nos obligan a quitar ese sambenito de “positividad” que hasta ahora pudiéramos asociar al silencio.
Déjame que te cuente por qué silencio y teletrabajo chocan
- Anula el valor de la diversidad. En un equipo que deseamos y conformamos diverso es inevitable que haya diferentes visiones y opiniones, que no saldrán a flote si no demostramos con hechos que diferente no significa enfrentado sino enriquecido.
- Dificulta la cultura del error/prueba y la gestión de un entorno cambiante y lleno de incertidumbre (VUCA). Callar nos protege del rechazo y al ridículo, pero avanzar en la era digital es aprender a equivocarse y nadie lo hará si no valoramos intentos además de resultados.
- Mina la Innovación. Necesitamos que todos aporten de manera proactiva y que lo hagan extrapolando ideas de otros contextos y pensando “fuera de la caja”. Pero no habrá quien aporte la primera idea absurdamente genial si no dejamos claro que callar es sinónimo de pasar.
- Impide que las organizaciones se configuren en red. Si discrepar con el jefe sigue siendo un tabú, nadie podrá el cascabel al gato defendiendo una alternativa a su decisión. Y así por muchos cambios de rol que hagamos, los jefes seguirán siendo quienes marcan el camino, desaprovechando el poder de la inteligencia colectiva.
- No ayuda a tomar buenas decisiones. Si seguimos callando dudas y discrepancias en aras de ese consenso o ese buen rollo entre departamentos tan glorificado por muchos jefes, estaremos perdiendo visión y con ello, oportunidades de cambio.
- Hace casi imposible la formación informal. Y en la era digital la formación que se adquiere de manera natural por la participación en proyectos colaborativos o por el trabajo en voz alta que comparte conocimiento sin parar es imprescindible. Y si no hablas, no preguntas y no expresas tus dudas, no surge la conversación “de detalle” que te acaba formando.
- Sigue restando comunicación. Si éramos pocos con la pérdida de mucha parte de la comunicación no verbal, cada silencio no viene sino a sumar nieve a la bola.
Por favor, comienza a ver el silencio como lo que es. Un peligro para el negocio y un cáncer para tu equipo virtual.
Que no garantiza nada, ni siquiera mantener las relaciones en buenos términos. Porque lo que se calla se traga haciendo crecer esa sensación de que no te escuchan ni comprenden. Emociones negativas que siempre acaban saliendo en forma de desahogo por la espalda o de falta de compromiso. Y que, a fuerza de ir de boca a boca, se acaban extendiendo a toda la organización matando confianza y colaboración.
Y que acabará impidiéndote funcionar. Porque en un entorno donde es posible hacer más de una cosa a la vez sin ser visto, el silencio es una mala hierba que hará crecer la “desconexión” de tu gente ahogando el espacio para la colaboración y el aprendizaje compartido.
Cómo romper la espiral de silencio
Si nuestra máxima prioridad es tener un equipo motivado que rema en la misma dirección, pendiente de la meta, pero también del compañero, lo que tenemos que hacer es hablar más y nunca menos.
Tú como jefe el primero.
- Actúa diferente. No te limites a decirles lo importante que es para ti y para ellos que hablen. Crea un contexto donde tu gente vea la diferencia.
- Sé uno de ellos. Cuenta lo que te molesta y cómo lo hablas con jefes y subordinados. Pide obviamente permiso o cuenta el pecado sin nombrar al pecador. Asume tu parte de culpa y de error, ese componente de “película mental”. Ábrete sin miedo a mostrar tus debilidades miserias y ellos abrirán las suyas.
- Forzando espacios. Establece espacios y oportunidades periódicas, individuales o en grupo, para que tu gente aporte nuevas perspectivas y nunca te las saltes. Habilita canales más “fáciles” e inmediatos para lo que surja sobre la marcha como el chat. Si te puede la presión de la agenda, acota tiempos y agenda un siguiente encuentro para continuar la conversación.
- Preguntando mucho más. Aprender a preguntar es un arte que recomiendo cultivar. Nada de preguntas abiertas que pueden resolverse con monosílabos. Esfuérzate por preguntar sobre los detalles. Valora el hacer encuestas que incluyan preguntas abiertas. Pide ayuda en forma de sugerencias y opiniones sobre alternativas que barajes. Nada estimula más la participación que el hecho de que tu jefe te pida consejo.
- Valorando y reconociendo a quien lo haga. Por descontado, los juicios o castigos, explícitos ni implícitos, quedan absolutamente fuera de lugar. Al contrario, usa el boli verde para reconocer y premiar a quien dé sus primeros pasos. Extiende buenas prácticas.
- Sáltate los cánones. Dedica las reuniones a preguntar en lugar de a exponer, da protagonismo a la gente. Dales protagonismo, reconociendo su valor sobre el tuyo. Sé creativo. Crea nuevas dinámicas. Valora las excepciones a la norma y anima a romper el hielo. Dales un nuevo espacio y anímalos a saltar dentro.
- Evalúa el proceso. Mide las mejoras en tangibles y también en intangibles y explica una y otra vez el valor que tienen para ti. Compara con la situación anterior más silenciosa sin cansarte de repetir una y otra vez lo mucho que su conversación aporta a todos.
- Busca aliados. Apóyate en los más proclives y crea grupos de apoyo para que los más silenciosos comiencen hablando en grupo.
Ese “no news, good news” tranquilizó siempre a muchos. Si estabas entre ellos, ojo que hoy, con un equipo al que ya no ves, el silencio es la madre de todos los riesgos.