Sírvame este post de autocrítica, porque si lo pienso y soy sincera, creo que soy una de esas personas que encajan las críticas francamente mal. Los que me quieren, me toleran y me sufren saben bien de lo que hablo, y conocen mis reacciones airadas en muchos casos cuando recibo una crítica, aunque sea ésta hecha con cariño, con franqueza, en tono positivo, y con afán de ayudarme a que mejore.

Vamos, que aunque las críticas sean “como deben ser”, mi mal carácter hace que los que me conocen se lo piensen dos veces antes de “sugerirme” algún cambio en mi conducta… Y esto, ¿por qué?

No soy psicóloga ni nada que se le parezca, con lo que mi análisis de por qué nos sienta mal a la mayoría recibir críticas se basa sólo en mi percepción e imaginaciones, cuando no en sentimiento personal, pero ahí va; yo creo que cuando recibimos una crítica, suceden básicamente dos cosas:

  • Desciende nuestro grado de autoestima, porque digo yo que si analizamos lo que nos dicen y vemos que tienen al menos parte de razón, lo mismo reflexionamos y nos damos cuenta de que no somos tan perfectos como creíamos.
  • Y más aún, que además de darnos cuenta nosotros de que nos hemos equivocado, somos conscientes de que los demás también han percibido esa equivocación. Y claro, a nadie nos gusta que los demás nos pillen en un renuncio.

En sí, una crítica nos hace sentir más vulnerables, y eso nos desagrada. A mí al menos creo que eso es lo que me pasa. Y por ello creo que debo reaccionar, analizar y proponerme un plan de mejora al que me invitó una frase que leí hace poco, que venía a decir que las críticas son la oportunidad que tenemos para vernos desde fuera durante unos minutos. Y como creo que es bien cierto, me dispongo a aprovechar la oportunidad. Pero eso sí, dosificándome el mal trago y dulcificándomelo, que tampoco es cuestión ahora de lanzarme a ser criticada “a tumba abierta”… A mi edad eso me queda grande. Os cuento mi plan:

  • Voy a elegir a unos cuántos críticos. No me vale cualquiera, sino que busco críticos íntegros, desinteresados, y que yo estime en su conjunto, por sus valores y por su trabajo.
  • Y les voy a pedir su sincera opinión sobre los temas concretos que me interesa mejorar en el trabajo.
  • Voy a escuchar atenta, muy atenta, y hasta el final, sin interrumpirles ni defenderme, porque trataré de concienciarme de que su crítica es absolutamente constructiva y de que en su ánimo está el que yo mejore. ¿Qué otro ánimo puede tener si he sido yo misma la que he pedido opinión?
  • Me repetiré a mí misma que una crítica no es un juicio, sino que es una opinión, y me recordaré que “para gustos se hicieron los colores”, y que todos tenemos derecho a opinar (hasta cuando lo que opinan sobre los puntos que pregunto no me gusten).
  • Y pediré un plan de mejora al crítico. Si opina que algo no le gusta, seguro que puede ayudarme y contarme cómo le gustaría más, o qué haría él para rectificar, cambiar o mejorar. Podré estar de acuerdo o no con la crítica, con su opinión a fin de cuentas, y decidiré poner en marcha el plan de mejora o no. Pero en cualquier caso seguro que aprendo escuchando las ideas de los demás, aunque este caso sean sobre una conducta mía.

Y creo que con esto vale como plan, que lo releo y de hecho lo encuentro tan ambicioso que no sé si voy a ser capaz de llevarlo a cabo, que me conozco. Haré un esfuerzo, que creo que va a merecer la pena.