En los últimos años, el pensamiento crítico se ha convertido en el santo grial del mundo laboral. Nos dice todo quisque, World Economic Fórum incluido, que una de las habilidades por las que más nos van a buscar (y a cotizar) a los profesionales será por nuestro “pensamiento crítico”.

Le pongo comillas con toda la intención.

No porque me anime hoy a definirlo, sino porque me dispongo a cuestionarlo.

Porque una conversación sobre desinformación mantenida ayer me hace saltar la chispa: ¿Y si la “receta de defensa” que estamos estimulando para contrarrestarla (el ya en boca de todos “pensamiento crítico”) pudiera ocasionar efectos colaterales aún más perniciosos que la propia desinformación?

No sería la primera vez en la que nos toca reconocer (siempre a posteriori y no siempre con remedio a mano) que ha sido peor el remedio que la enfermedad.

¿Podría esta habilidad, tan valorada y necesaria (no dijo yo que no, ojo) convertirse en una arma de doble filo tanto para las personas como para sus organizaciones, y por supuesto, para la sociedad en general? ¿y si la capacidad para ponerlo todo en tela de juicio, nos estuviera alejando del compromiso, la confianza y el sentido de pertenencia? ¿estamos ante una “crónica de una paradoja anunciada”?

Esta chispa de duda me lleva a plantearme si no estaremos más pronto que tarde ante la paradoja de que una habilidad no solo útil sino imprescindible para analizar, cuestionar y tomar decisiones en un mundo cada vez más complejo, llevada al extremo (o tal vez baste con el medio) nos haga más compleja (cuando no insoportable) la tarea de convivir, decidir y avanzar juntos.

Porque a veces, el peso de dudar de todo puede ser más difícil de soportar que la propia ignorancia.

No sería la primera vez que la búsqueda incansable de certezas nos deja atrapados en un laberinto de dudas.

Vamos con lo que se me ocurre.

El pensamiento crítico puede ser malo para las personas

Que, discrepar, buscar las vueltas y preguntártelo todo y más te ayuda a definir tu valor, a hacerlo crecer y a relacionarte más y mejor queda fuera de toda duda.

Buscando en el lado oscuro, entre los efectos de “pasarse de rosca” se me ocurren:

  • El efecto “rueda de hámster” que es como llamo a que uno, de tanto analizar, no tome decisiones porque ha acabado por verles tantos contra a cada una de ellas que ya no apuesta por ninguna.  Otros lo llaman parálisis por análisis.
  • El efecto “me ahogo en un vaso de agua” que sucede al comenzar a preocuparte y ocuparte de cuestiones menores que no merecen ni tanto tiempo ni tanta atención pero a las que tú no paras de sacarle punta.
  • El efecto “diseño por defecto del caso peor”, con una tendencia a la catástrofe que solo existe (casi) en un proceso mental que se “obliga” uno ya como hábito y que va de visualizar como más probable el peor de los resultados. Y que puede, si no ponderas con racionalidad, convertirte en una suerte de profeta del apocalipsis.
  • El efecto “circo de tres pistas” que hace que te disperses tanto entre tantas variables y datos que pierdes el foco del para qué has montado este circo.

Efectos negativos del pensamiento crítico en las organizaciones

Como las empresas no son otra cosa que las personas que en ellas trabajan, estos “efectos colaterales” se trasladan como por ósmosis a la organización que les da de comer.

Y aquí también veo potenciales males.

Como:

  • El efecto “Pepito Grillo” que hace que el mundo se canse de tus dudas permanentes y confunda tu “cuestionamiento por defecto” con ataques a posturas más “conformistas”, generando un cierto tufillo que puede llegar a ser desanimante e incluso tóxico para quieres de rodean.
  • el efecto “semáforo rojo” al priorizar la búsqueda de nuevos datos y perspectivas acabes siendo el escéptico que retrasa todos los proyectos y bloquea todas las decisiones. Y lo más complejo en este caso, es que esta actitud que puede llegar a salvarte en muchos casos es especialmente negativa cuando se trata de propuestas que precisan de creatividad y carácter innovador, convirtiéndose así es una especie de “ancla a puerto” que impide iniciar nuevas travesía.
  • El efecto “C3PO”, que llamo así porque nadie mejor que ese eficiente pero algo lerdo en lo emocional robot que acompaña a Luke Skywalker en la Guerra de las Galaxias. Y sucede cuando tanta racionalidad crítica en la búsqueda de perspectivas pasa por alto emociones, humor y necesidades ajenas. Poner todos los huevos en el cesto de la lógica puede generar la sensación de que “no molas”. Cansas tanto o más que ese robot que es impecable en su cálculo del mejor movimiento en una partida de ajedrez, pero no entra al trapo para esas “reglas tácticas invisibles” que siguen siendo fundamentales para nosotros, los humanos.
  • El efecto “Hermione Granger” o de listillo cuasi-insoportable. Porque por mucho que sobre el papel pidamos habilidades, no siempre estamos preparados para asumir el hecho de que nos las pongan un día sí y otro también encima de la mesa. Y la utilidad de tus alternativas no te librarán de que te lleguen a coger manía por repipi.

Efectos para la sociedad

En este punto ya te has dado cuenta de que la bola de nieve se hace más gorda según va rodando por la pendiente.

Pero aún así sigo porque veo efectos inesperados (o tal vez no tanto) en el conjunto de la sociedad.

Como:

  • El efecto “rompemos la baraja” que hace que grupos de antes compartían valores comunes y ponían foco en las diferencias discrepen cada vez con menos escucha al otro sobre cualquier tema, dificultando consensos y alimentando las cámaras de eco con individuos cada vez más sordos y aislados en sus convicciones.  Vamos, que sin quererlo podemos fomentar esa polarización que justo decimos querer evitar.
  • El efecto “no me fío ni de mi sombra”. Porque tenemos instalado el cuestionamiento constante hacia todo y todos. Instituciones, ciencia, jerarquías, mercados, algoritmos… nadie se salva cuando la mancha de la desconfianza se extiende. Y eso, además de una pena, tiene efectos inmediatos en la efectividad de las cosas cuando se convierte en el efecto “rebelde sin causa”, peligrosa deriva hacia el cuestionamiento de cualquier directriz sin excepción que dificulta un huevo el llevar adelante proyectos o políticas de todo tipo.
  • O el el efecto “isla”. Porque el énfasis en el juicio propio puede llevar a la pérdida de sentido de comunidad. Cuando de tan contento que estoy con mis propias convicciones y tan ajeno a las de otros que ni siquiera me planteo que puedan ser igual de buenas o mejores que las mías.

Hay maneras (evidentes) de dulcificar el negro

Fomentar el diálogo constructivo con escucha activa y respetuosa, donde todas las voces “pesan” y se tienen en cuenta de un modo u otro, la educación en empatía y diversidad de perspectivas, promover esa humildad intelectual que reconoce que la verdad tienen mil caras y muchos dueños, la creación de espacios para la colaboración radical en todos los ámbitos… y sobre todo desarrollar un pensamiento crítico equilibrado cuya máxima sea aprender a seleccionar qué asuntos merecen valoración crítica (y cuánta) de los que es mejor llevar adelante sin mucho plantearse.

En este aprendizaje no conozco mejor maestro que el humor. De hecho, no creo que se pueda desarrollar un pensamiento crítico equilibrado sin esa pizca de ironía y sarcasmo capaz de desmontar sin inmutar ni inmutarse al más inexpugnable de los castillos.

¿A qué te he dejado cierto mal cuerpo ahora que justo estabas pensando en que tenías que ponerte a mejorar tu pensamiento crítico?

Tranki.

Al disponerme a ver el lado oscuro de esta nueva luz cegadora, reconozco que me he tenido que estrujar más que de costumbre las meninges. Que no ha sido fácil encontrarle “peros”. Y que la IA no ha ayudado demasiado (casi nada).

Lo que me ha quedado clarísimo es lo difícil que nos resulta cuestionar algo que ya has asumido como de bondad sin paliativos. Lo de no apuntarse a ser ni un barco sin brújula ni una pieza que no encaje en ningún puzle. Lo de intentar pensar más y mejor, sin convertirse en una mosca cojonera ni a jugar a reinventar la rueda.

Y esto es lo que me tranquiliza.

Es tan difícil y contraintuitivo que (no sé si entristecerme o alegrarme) lo haremos tan poco que no veo riesgo de que la balanza llegue ad inclinarse del lado oscuro.

@vcnocito