Me dijo ayer un Ángel que «dejara ya de intentarlo». Que asumiera que no puedo conseguir todo lo que me propongo…

Pero, francamente, yo no sé si voy a poder.

Dejar de intentarlo, digo.

Sería como dejar de ser quien soy.

Lo de conformarse, que asocio (supongo que injustamente), con la para mí nefasta idea de resignación cristiana, es una actitud contra la que aún no puedo dejar de rebelarme. Pero que a la que (a la vejez, viruelas), comienzo a ver su lado bueno.

Por ello hoy comparto mi nueva visión del conformismo y la ambición.

¿Es sano tener ambición?

Empiezo por la ambición, que me es cercana. Porque yo podría autodefinirme como ambiciosamente tozuda.

Considero ambiciosos a quienes gustan imaginar realidades y dar pasos, por mucho que sean torpes y en círculos,  para hacerlas un poquito más posibles. A quienes siempre preocupa el no darse cuenta a tiempo de que sus proyectos, mensajes, valores o aportaciones se empiezan a repetir más que el ajo sin que estén “renovando lo suficiente la despensa”. A quienes, una vez que han llegado, ya no dejan de pensar en cómo pueden ir un poquito más allá.

Sigo considerando que una buena ración de ambición o de inconformismo es un sentimiento muy saludable, aunque hoy le quiero añadir a esto un matiz.

Es saludable solo si te enfila hacia la mejora razonable. Un concepto cuya definición entronca con las posibilidades y opciones que cada uno ve.

Y ese, supongo es el quid de la cuestión.

Que no todos tenemos la misma vista.

Lo sé.

Aun así, déjame que te diga que está hiper mega demostrado que las personas ganamos brillo y energía cuando somos capaces de insistir en la mejora en nuestras relaciones o tareas. Incluso en esas que siguen funcionando rematadamente bien.

Si eres del bando que tira al conformismo, te costará ver que el riesgo potencial de seguir repitiendo esa aproximación que tanto gustó o que tanta efectividad tuvo. Entiendo bien lo que cuesta hacer cosas que no ves. Y la pereza del cambio o del empezar de cero, cuando no ves necesidad alguna, aún más. Pero, me gustaría transmitirte la idea de que, como las camisas, las ideas, los proyectos y las relaciones admiten sólo un número determinado de lavados.

Luego se ajan.

La reinvención periódica no es solamente una cuestión de inteligencia para ser capaz de buscar nuevos conceptos y formatos, en ante todo (así lo veo) una cuestión de generosidad contigo mismo y con quienes te rodean.

Por ello, te invito a considerar los efectos de esa dosis de “vamos una vez más” gracias a la cual las personas avanzamos. Porque cuando nos obligamos a dejar comportamientos de los que aún podríamos vivir unas cuantas temporadas más, aportamos aire fresco y ponemos ladrillos para el éxito futuro.

En cambio, si como yo,  eres de carácter más tirando a inconformista, esto de conformarte te sonará raro.

Raro y hasta pelín desagradable

Pero déjame que le dé una vuelta al asunto.

¿Qué es conformarse?

Dice quien me inspira esta reflexión que conformarse “no es resignarse a cualquier cosa, sino reconocer que algo te gusta lo suficiente como para querer que continúe así. Sin olvidar que para que ocurra el pequeño milagro de que algo se mantenga, a veces toca dejarse la piel en ello”.  

Interesante.

Una suerte de “esfuerzo para mantener”.

Un concepto con el que no termino de amistarme del todo, pero que me lleva a rebuscar por internet, donde llego al koselig, la que dicen que es la “fórmula mágica” de la felicidad de los noruegos. Un concepto cuyo origen, por lo visto, radica en la necesidad de aceptar lo mejor posible los crudos inviernos que viven durante la mitad de los meses del año. Y de hacer lo posible para pasarlos cómodo y calentito.

Parece ser que es un “sentimiento de tranquilidad, felicidad o calma que se asocia con un ambiente sin ningún tipo de estrés y compartiendo tiempo y espacio con familiares, amigos o gente de confianza”. Dicen los noruegos que “se trata de vivir el momento presente y disfrutar de los tuyos”.

Lo escucho con atención porque no es ningún secreto que los países nórdicos son uno de lugares más felices del mundo.  O, al menos, esto es lo que se desprende del World Happiness Report. Conectar con los tuyos, estar en armonía contigo y con el medio, y disfrutar del presente parece ser el concepto que hay detrás. Y visto así… hay que reconocer que suena genial.

Tanto que no me extraña descubrir que este estilo de vida también tiene nombre en otros países, como Dinamarca y el hygge o Suecia y su mys. Conceptos que, a grandes rasgos y con matices, te invitan a ser capaz de abrazar el presente y apreciar la sencillez de lo que te rodea.

Me gusta la idea de asumir con alegría y disfrute lo que no se puede cambiar. Y si las temperaturas están bajo cero, la calle cubierta de nieve helada y al sol, ni está ni se le espera, habrá que aprender a disfrutar de todo ello, sin llorar ni por el sol ni por la playa y buscando, como nos dicen los “amigos de koselig” en placer en esas pequeñas cosas que no puedes cambiar.

¿Son ambición y conformismo opuestos o complementarios?

Así es que esa es la pregunta: ¿la tortilla con o sin cebolla?

Dice autor de un maravilloso libro sobre finales que se titula “Los últimos años de Roger Federer” y al que llego a través del no menos maravilloso podcast “Punzadas Sonoras” (no te lo pierdas, por favor, te reconcilia con quienes hoy tienen veintipocos, amén de convertirte en fan irredento de la filosofía), que “el músculo que utilizamos para perseverar es el mismo que utilizamos para abandonar, que perseverancia y abandono son las dos caras de una misma moneda”.

Pues si es así, y no dudo de la sabiduría de estos señores, solo queda entrenarlo para que busque la felicidad de la aceptación con tanta energía y tiento como siempre buscó la de la consecución, arrimando más el ascua hacia donde tu carácter te lleve. Sin aspirar a ser quien no eres, pero abriendo tu mente a ser también un poquito de lo que nunca esperaste ser.

Y es que esto de hacerse mayor, además de artrosis, nos trae el descubrimiento de placer de apalancarnos en nuevas contradicciones.

Ya le he dicho a mi Ángel que aún no estoy preparada para «dejar de intentarlo». Pero además quiero hoy decirle que, empiezo a asumir la búsqueda de un cierto equilibrio entre un “ni querer todos los días algo nuevo, ni resistirse hasta el infinito y más allá a cambiar algo de lo que aún parece funcionar”. Que empiezo a abrir mi mente al conformismo (siempre que lo llamemos koselig) y que acepto encantada un buen curso sobre ello.

Busca el tuyo. El ángel, digo.

Somos las conversaciones que tenemos.

No sé si existirá un nombre para aquello de aprender a valorarlas en lo que valen.

@vcnocito