Todos los días encontramos noticias sobre un nuevo logro de la Inteligencia Artificial, capaz de generar textos, imágenes o vídeos a partir de sencillas instrucciones escritas en lenguaje natural, o sea, instrucciones iguales a las que daríamos a un humano si quisiéramos que él generara esos contenidos. Esto nos lleva a que cada vez sea más difícil discernir si lo que vemos o leemos es real o ha sido generado por un algoritmo. Y eso no es lo peor, lo peor será cuando aceptemos el contenido que se nos muestra en una pantalla como válido, sin que nos importe lo más mínimo si es real o no, simplemente porque es lo que queremos ver.

Por ello estoy de acuerdo con Jesús Hijas cuando dice que una de las capacidades más importantes que ha de tener cualquier profesional en tiempos de expansión de la Inteligencia Artificial es tener criterio propio. Criterio para decidir si lo que vemos en una pantalla es real o no, para no dar nada por sentado, para no dejar de investigar o cuestionar la información que recibimos a diario, y especialmente, criterio para añadir valor desde lo humano a los contenidos que pueda generar una Inteligencia Artificial, añadiendo a ese contenido plano y mecánico sensibilidad, emoción, empatía, creatividad, cultura… añadiendo, en definitiva, humanidad.

Tener criterio propio significa ser capaz de formar una opinión o un juicio basado en la razón, la evidencia y los valores personales. Implica también ser consciente de las propias limitaciones, prejuicios y emociones, y estar dispuesto a aprender, dialogar y cambiar de perspectiva cuando sea necesario. Tener criterio propio no significa rechazar o aceptar ciegamente la IA, sino comprender sus potencialidades y riesgos, y actuar en consecuencia.

Para aportar este criterio, es fundamental conocer la tecnología que nos rodea. No es necesario que nos convirtamos en expertos en algoritmos, pero sí debemos entender la base de esa tecnología, para así saber cómo se generan los contenidos, y comprender que la inteligencia artificial de inteligente, lo que se dice inteligente, tiene realmente poco, y que lo que hay detrás no es más que un modelo probabilístico. Las posibilidades que nos aporta y la mejora en nuestras capacidades que nos brinda son fantásticas, pero también tiene sus limitaciones, riesgos y fallos debido a la forma en la que trabaja y en la que está diseñada. Y como consecuencia de todo ello, debemos tener criterio propio para establecer qué es legal y que no, que es ético y legítimo, y finalmente, actuar responsablemente como consecuencia de ese criterio. 

Estas reflexiones sobre tener criterio no son nuevas, podemos decir que aplicaban por igual hace cien años y ahora. Pero en estos momentos, tener criterio propio se vuelve crucial. Cuestionarnos todo, observar, escuchar, absorber sabiduría como esponjas… Fortalecer nuestro criterio nos empodera y nos permite aportar valor añadido a lo que genere la inteligencia artificial.

Porque, como dice el historiador y escritor israelí Yuval Noah Harari, si no tienes un criterio propio, llegará un punto en el que será demasiado fácil para la tecnología establecerlo por ti y tomar el control de tus objetivos. En conclusión, tener criterio propio en la era de la IA es una habilidad y una actitud imprescindibles para afrontar los retos y aprovechar las oportunidades que esta tecnología nos ofrece. No se trata de temer o idolatrar a la IA, sino de comprenderla y usarla de forma inteligente, ética y humana.