El título de este post es una frase que parece sencilla, pero que no muchos practican. Normalmente no hace falta épica en tu día a día laboral, que hay quien parece pasarse el día batallando contra las 7 plagas bíblicas, ni humo, ni grandes alardes, ni presumir de la enorme cantidad de horas que echas en el trabajo, ni postureo en LinkedIn llenando el perfil de frases de Paulo Coelho. Lo importante es trabajar con honestidad, reírse de uno mismo si es preciso, y rodearse de buena gente. El resto es ruido.

Vivimos en una época en la que parece más importante saber “venderse” que saber trabajar. Abundan los currículums inflados, donde todo el mundo es Director de algo pero pronunciado como “dairector”, y todo está lleno de perfiles que parecen superhéroes: expertos en todo, líderes visionarios, transformadores de compañías, gurús de miles de cosas… Pero cuando llega la hora de la verdad, muchos de esos discursos se deshacen como un azucarillo.

Ojo, no digo que no sea importante saber venderse bien, que lo es, pero en el sentido de saber transmitir a los demás toda nuestra experiencia y fortalezas, no de caer en el postureo absurdo. Nos invade la cultura de la apariencia, así que decir que simplemente haces tu trabajo correctamente es casi un grito de rebeldía. Aun estoy por ver a ese profesional que presuma de que es el mejor cuando llega el momento de arremangarse, o que se defina como el fontanero de los proyectos.

La diferencia entre el humo y la solidez es clara: el humo deslumbra un momento, pero se acaba esfumando. El trabajo bien hecho se queda, permanece, construye, y crea las bases para que los proyectos crezcan y funcionen. Y muchas veces son los profesionales más mayores, los que están un poco de vuelta de todo y ya no necesitan demostrar nada a nadie, los que toman esa bandera de solidez y ese saber estar tan necesaria en cualquier equipo de trabajo.

En el entorno laboral y profesional, la exigencia y la presión suelen estar siempre presentes. Los objetivos ambiciosos, los plazos ajustados y la competencia constante pueden generar la sensación de que nunca es suficiente con lo que hacemos. Sin embargo, debemos replantear nuestra manera de entender el esfuerzo y el rendimiento en el trabajo. No se trata de ser conformista, ni de llamar a la falta de ambición, sino más bien de llamar al equilibrio:  hacer todo lo que está en nuestras manos, con calidad y profesionalidad, y aceptar que eso es lo que realmente se espera de nosotros. Mientras unos se obsesionan con parecer imprescindibles, los profesionales de verdad saben que lo verdaderamente importante es cumplir con lo que prometes, ser confiable, y dar a los compañeros una imagen de fiabilidad y de que se puede confiar en tí.

En el mundo laboral existen múltiples factores que escapan a nuestro control: decisiones estratégicas de la empresa, movimientos del mercado, limitaciones presupuestarias o cambios organizativos. Pretender abarcarlo todo genera frustración y desgaste. Lo que sí está en nuestras manos es cómo hacemos nuestro trabajo. Cumplir con nuestras tareas de manera responsable, poner atención a los detalles, respetar los plazos y mantener una actitud proactiva son ejemplos de profesionalidad. Debemos enfocarnos en aquello que podemos controlar, garantizando que nuestra aportación tenga valor, sin caer en la trampa de querer hacerlo todo y de obsesionarnos con lo inalcanzable, y sobre todo, sin empeñarnos en demostrar que somos lo que no somos, porque al final, ya lo dice el refrán, se acaba cogiendo antes a un mentiroso que a un cojo.