He leído la frase que da título a este post en LinkedIn (que me perdone el autor, pero no recuerdo en qué cuenta la leí), y me pareció una excelente metáfora sobre liderazgo y aprendizaje en las empresas. Todos recordamos, con mayor o menor claridad, la experiencia de aprender a montar en bicicleta: al principio, el zigzag por la calzada, los tropiezos, el miedo a caerse, y el equilibrio que parecía imposible de alcanzar. Pero estabas más o menos tranquilo, porque detrás de ti tenías la presencia de alguien —un padre, una madre, un hermano, un amigo— que nos sostenía, dándonos la seguridad necesaria para atrevernos a pedalear. Ese apoyo inicial es totalmente indispensable, pero no basta para aprender, porque llega un momento inevitable en que esa persona debe soltarnos y dejarnos avanzar solos, aun a riesgo de que nos caigamos.
Montar en bicicleta es una metáfora bonita de cualquier proceso de aprendizaje. No se aprende sin error, sin caídas, sin rodillas con raspones. El miedo a fallar paraliza, pero la única manera de superarlo es experimentando. Quien nos sujeta al principio simboliza la red de seguridad que necesitamos para atrevernos a dar los primeros pasos, pero la experiencia real y el aprendizaje llega cuando esa red desaparece. Es entonces cuando comprendemos que el riesgo es una parte intrínseca del aprendizaje y que la confianza en uno mismo se construye a base de ir superando poco a poco esos primeros intentos imperfectos.
La bicicleta representa entonces todas las habilidades profesionales que nos pueden dar un poco de miedo inicialmente: La llegada de la Inteligencia Artificial, aprender a hablar en público, o tomar decisiones profesionales de cierto calado son ejemplos de ello. Ninguna de estas experiencias puede aprenderse de verdad si no aceptamos el vértigo de pedalear sin una persona que nos sostenga el sillín.
La frase también nos recuerda que nadie aprende solo. Incluso las tareas más individuales que puedas pensar tienen detrás una red de personas que confían en nosotros, que nos animan y, llegado el momento, nos dejan volar. No significa que nos abandonen, sino que llega un momento en el que ese alguien cree en nuestra capacidad. Esa confianza es una fuerza poderosa: cuando alguien que respetamos nos dice “puedes hacerlo”, y además nos demuestra que cree en ello al soltar el manillar, descubrimos una fuerza en nosotros que hasta nos sorprende. Ese es el verdadero liderazgo.
Enseñar y liderar no es acumular control, sino saber renunciar. Soltar implica aceptar que no podemos evitar las caídas del otro y que el error es parte constitutiva de su camino. Eso exige humildad para comprender que el aprendizaje no depende de la omnipresencia del guía, sino de su capacidad para hacerse innecesario. Así que el verdadero éxito del líder no se mide por cuánto tiempo sostiene, sino por su disposición a soltar en el momento justo.
La confianza es, por tanto, recíproca. El aprendiz confía en que quien lo sujeta sabrá cuándo soltarlo, y el que enseña confía en que el aprendiz sabrá mantener el equilibrio. En el ámbito laboral, los líderes confían en el equipo cuando delegan y permiten que otros brillen. La enseñanza final es clara: aprender a montar en bicicleta no es solo dominar un equilibrio físico, sino comprender que la confianza y el acto de soltar son esenciales para crecer. Y desarrollarse. Sin ellos, estaríamos siempre pedaleando en círculos, sostenidos por otros, pero sin experimentar nunca el placer de avanzar por nuestra cuenta.
