Hace poco escuché como un conferenciante, bastante bueno, por cierto, contaba una anécdota que le sucedía cuando preparaba sus conferencias. Se empapaba de manuales que explicaban técnicas para lograr conferencias de alto impacto, y veía que en algunos de ellos le recomendaban que entrara al escenario caminando despacio, porque eso transmitía tranquilidad, sosiego y proyectaba una imagen de persona seria y respetable. Sin embargo, en otros manuales le recomendaban que su entrada al escenario fuera rápida y que caminara deprisa, ya que así proyectaría una imagen de seguridad en si mismo, de dinamismo y de energía.

Al final decía el conferenciante que había decido entrar “normal” en el escenario, tal y como le salía, actitud que desde luego aplaudo y me lleva a hablar en este post de la importancia de la autenticidad en este mundo en el que todo parece impostado, y donde proliferan los discursos vacíos y las carreras excesivamente aceleradas para aparentar más que para aportar. En medio de tanto humo digital, se nos olvida a menudo lo más importante: la autenticidad de ser nosotros mismos.

Acierta Jeff Bezos, el fundador de amazon, cuando dice que “the world wants you to be typical, in a thousand ways, it pulls at you. Don’t let it happen‘ (el mundo quiere que tú seas uno más, y te empuja a ellos de miles de formas. No permitas que ocurra). Yo no diría que debemos ser distintos siempre, al menos no necesariamente. Pero lo que sí debemos ser es auténticos. Últimamente todo el mundo habla de Inteligencia Artificial, aunque estoy seguro que la mayoría no entienda muy bien que es ni como funciona. No eres “cool” si no eres capaz de recitar veinte aplicaciones basadas en IA y si no estás posicionado claramente en el bando de sus partidarios o de sus detractores, en el bueno o en el malo, porque no sabría decir con certeza cuál es cuál. Y ni te cuento si nos metemos a hablar de opciones políticas… cada vez pensamos menos por nosotros mismos y abrazamos los claim imperantes en la colmena de usuarios a la que nos gusta pertenecer, sin pararnos a pensar en mucho más.

El caso es que, en un mundo lleno de cortinas de humo y superficialidad, la autenticidad se convierte cada vez más en un motor de progreso, mejora y de bienestar personal. Se trata de destacar y ser real, sin excusarse por ello. Ser auténtico implica comportarse de manera coherente con tus propios valores y creencias, sin necesidad de adoptar roles impuestos por las circunstancias. Aunque a veces pueda parecer arriesgado mostrarse tal y como uno es en contextos profesionales, (y también es verdad que en ciertas situaciones la autenticidad llevada al límite puede considerarse suicida), en general ser auténtico en el trabajo te aportará numerosos beneficios.

Por una parte, te sentirás mejor contigo mismo. Está demostrado que los empleados que se sienten libres para actuar de forma auténtica tienen menos agotamiento emocional y muestran una mayor resiliencia frente a la presión laboral. En segundo lugar, la autenticidad mejora la calidad de las relaciones interpersonales porque los equipos en los que reina la autenticidad tienden a generar mayor confianza y colaboración. La transparencia en la comunicación y la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace es fundamental para lograr un clima de respeto mutuo, lo que facilita la resolución de conflictos y fortalece el sentido de pertenencia.

Y además, la autenticidad impulsa la innovación y la creatividad. Cuando los empleados no temen a ser juzgados o ser rechazados, se sienten más libres para compartir ideas, proponer soluciones y asumir riesgos.

En definitiva, la autenticidad no es una debilidad sino una fortaleza y un activo esencial para las organizaciones aunque, lamentablemente, muchas no lo entienden igual y traten de enmascararla bajo mensajes huecos y carentes de significado que buscan, como decía Jeff Bezos, que seas simplemente un personaje más en el seno de la organización.