He escuchado recientemente hablar sobre el Síndrome de Hamlet aplicado a las empresas, y me he dado cuenta de que es algo bastante habitual. Resulta que muchas empresas se parecen sorprendentemente al castillo de Elsinore, lugar donde se desarrolla la famosa tragedia de Shakespeare: ambiente de exquisita educación, cortesía y apariencias, que conviven junto a pasiones, dudas, desconfianzas, intrigas y venganzas.
¿En qué consiste el «Síndrome de Hamlet»? Lo entenderemos si conocemos el argumento de la obra: Hamlet busca vengar a su padre, quien fue traicionado y asesinado por su propio hermano Claudio, quien además se casa después con Gertrudis, la madre de Hamlet. Mientras planea la venganza, Hamlet va posponiendo el plan, analizándolo una y otra vez, viviendo con miedo, debatiendo las decisiones (el famoso ser o no ser), creando múltiples escenarios, haciéndose la víctima de las circunstancias… Todo demasiado meditado, lo que le lleva a actuar demasiado tarde. Hamlet acaba finalmente con Claudio, vengando así a su padre, pero después de haber sido herido mortalmente con la espada que el rey usurpador había envenenado previamente.
En resumidas cuentas, el archiconocido “ser o no ser”. Además de pensar hay que actuar. El síndrome de Hamlet se resume en el exceso de reflexión y escasez de acción, en la empresa en particular pero también en cualquier ámbito de la vida. Y es mucho peor cuando los que dudan son los líderes de las organizaciones. Hamlet se debate continuamente entre “qué es más noble para el alma: sufrir los designios de la caprichosa fortuna, o armarse y luchar contra un mar de adversidades, hasta vencerlas y acabar con ellas”. Cuando eso sucede en los líderes, se transmite un mensaje de inseguridad y duda muy tóxico por toda la organización. Los líderes suelen ser personas muy inteligentes, pero que en ocasiones no llegan a ver las fronteras entre pensar y actuar. Otro efecto de la falta de decisión del líder es que los equipos empiezan a tomar decisiones tácticas, para salir del paso, con lo que el rumbo de la organización se dispersa.
En ese mar de dudas, no es fácil distinguir a los amigos que parecen venir a ayudar de los enemigos que dan la sensación de querer pescar en río revuelto. En la obra, Hamlet mata a Polonio, que estaba escondido tras una cortina, atravesándole con su espada por confundirlo con Claudio. Al final, las organizaciones se consumen en la parálisis por el análisis. Evaluar eternamente los pros y los contras de algo es una forma inconsciente de evitar tomar una decisión, de aparentar que estas haciendo algo cuando en realidad no estás haciendo nada, manteniendo la inmovilidad ante el miedo al fracaso.
La consecuencia de las dudas son decisiones demoradas y tardías. La excesiva necesidad de información y de análisis lleva a retrasar la decisión hasta que los hechos obligan a tomar decisiones forzadas por las circunstancias porque ya no te queda más remedio que actuar así. Dicho en pocas palabras, la falta de proactividad acaba conduciendo a la improvisación.
Además de pensar, hay que actuar. Es una frase que vale para todos los ámbitos de la vida, no solo para el trabajo. Se pierden grandes ocasiones y proyectos por no decidirse a actuar en el momento adecuado. Estas dudas se disfrazan normalmente de prudencia, pero en un entorno tan cambiante como el actual, la duda muchas veces lleva al fracaso. No se trata ni mucho menos de hacer las cosas sin pensar, pero cuando no pasamos del análisis a la acción en el momento adecuado, ya suele ser demasiado tarde, o si no que se lo digan al pobre Hamlet.
