Comienzo hoy confesando un impacto. De esos que, aun incipientes, sientes que van a cambiar tu profesión y probablemente también tu vida.

Sé que suena de lo más tremendista.

Y tal vez lo sea. Pero así lo siento hoy.

Porque no hay nada que impacte más que encontrarte por ahí con algo (o con alguien) que resuena con otro algo que tú llevas hace meses en la cabeza, sin haber sido capaz de darle forma.

Estoy hablando de COLABORACIÓN

Una capacidad, o más bien una imperiosa necesidad social, que deberíamos (creo) comenzar a escribir con mayúsculas.

El impacto viene al hilo de un libro que, teniendo en mi mesilla hace meses, leo por fin estos días. Estoy hablando de “El libro de la Inteligencia Colectiva”, de Amalio Rey.  Del que, por cierto, ya tengo encargada su segunda parte, que se ha publicado hace escasas dos semanas. Y que yo no puedo interpretar sino como una señal más del universo.

A lo que iba.

Todos hemos experimentado en carne propia la potencia en términos de eficacia y también de afectividad de los proyectos que haces en compañía de otros… solo cuando la cosa se organiza bien. Quienes lo hemos vivimos en primera persona conocemos de sobra la diferencia entre trabajar en grupo o hacerlo en equipo.

Así es que hoy, me permito la licencia de invitaros a formar parte de una reflexión colectiva sobre varios conceptos que este libro me ha descubierto y que, con la cabeza puesta en esta sobrecarga generalizada de trabajo,  me han dado qué pensar.

La estupidez colectiva

Un concepto que A. Rey propone para denominar comportamientos “de masas” profundamente incompetentes. Y, añado yo, por consiguiente, potencialmente dañinos. Por más que no haya maldad deliberada (al menos no intencional) en ellos.

Como bien indica el autor, el peligro potencial de esta estupidez colectiva viene del hecho de que, una vez alcanza a suficiente gente, todos quedamos irremediablemente atrapados en ella.

Y me pregunto yo ¿no es algo así lo que está pasando con esta sobredosis de trabajo que casi todos estamos experimentando hoy?

Porque, según declara de manera generalizada el personal, no solo nunca ha tenido tanta cantidad de  trabajo, sino que nunca ha sentido que los impactos en el negocio fueran tan nulos, ni que el ambiente que se respira con jefes y compañeros fuera tan malo.

No olvidemos nunca que la gente no se quema por lo duro o estresante de la tarea, sino por las relaciones negativas que se generan a su alrededor.

La importancia de la parte afectiva de los proyectos

El segundo de los temas que Amalio me pone encima de la mesa es la falta de afectos. O más bien, de la necesidad de darles la importancia que merecen.

Hace tiempo que yo descubrí (y así lo he dicho muchas veces) que ninguna herramienta garantiza el éxito de un proyecto, que son siempre las emociones que su acercamiento nos genera quienes nos hacen abrazarlas con entusiasmo o cerrarnos irracionalmente en banda a su uso.

Amalio insiste en abrirnos los ojos a la medida en dimensiones tanto efectivas como afectivas. A la redefinición de los conceptos de éxito y también de fracaso. Y a la importancia de aprender a valorar como se merecen los resultados (positivos) no previstos en los objetivos.

Yo no puedo dejar de preguntarme si hacemos esto alguna vez…

Preguntar cuántas veces lo hemos hecho, sería demasiado duro, me temo.

Mucha tela que cortar.

Las sociedades inteligentes

Y así, como de oca en oca, llegamos al, para mí, quid de la cuestión: ¿Qué cosas están impidiendo que las construyamos?

Rey pone el acento en conceptos como los retos desdibujados, que visten de «colectivos» objetivos que en realidad son individuales, ignorando de un plumazo los efectos de las interdependencias y de las sinergias que se crean entre las personas cuando se ponen a trabajar juntas, pero que solo lo hacen cuando establecemos mecanismos de coordinación que los afloren.

Como los relatos “mentirosos” (Amalio es más elegante que yo y habla de «fallidos”) que nos invitan a creer que lo colectivo es un cuento chino. Que se llenan de ruido y tremendismo, resaltando los efectos negativos sin dar espacio a ningún argumento a favor de cómo hacer las cosas juntos nos beneficia como individuos.

Como las representaciones falaces (esto también es de mi cosecha) donde los representados no cumplen ni el primero de los días los compromisos adquiridos con sus representados.

O como, y este es en mi opinión el más importante, la falta de afectos entre nosotros y con los demás que conduce al descuido de los procesos. A ese buscar el resultado o el objetivo sin que importe demasiado el cómo llegamos a él. Tomando todos los atajos que desprecian la conversación, que claro, siempre es más lenta que el monólogo.

Yo resueno porque soy de las que creo que cambiar esto es especialmente urgente.

Porque, el entorno social, cultural, mental o como queramos llamarlo, condiciona (estimulando o bloqueando) nuestros comportamientos más de lo que estamos dispuesto a admitir.

Y en esta feria del cambio de era, hemos dejado de lado lo afectivo. Como bien señala Amalio en su libro.

Un error que no nos podemos permitir.

¿O es que no ves cada vez más gente a tu lado de baja por estrés, depresión, angustia, burnout o como quieras llamarlo? Nunca (y mira que he vivido momentos profesionales de muchísima tensión) he visto a tanta gente agobiada por su ingente carga de trabajo o por culpa de la deshumanización de la relación con sus jefes y compañeros.

Cuidado… que estamos rozando la «masa crítica» que nos atrapará sin remedio.

Y no le echemos por Dios la culpa a lo digital. Que no es culpa del medio.

Tampoco al mundo, o a los jefes.

Es, probablemente, una falta grave de inteligencia social.

Ya sabéis que soy del bando de quienes piensan que somos absolutamente responsables de lo que nos pasa. Y que, por ello, tenemos una «responsabilidad educativa» con el entorno que nos rodea que comienza por uno mismo. Así que, ante esto, invito a menos “pero uno solo ¿Qué puede hacer?”. Y más a leerse una y otra vez el estupendo libro de Amalio Rey.

Conque cada uno solo aplicáramos una idea de las que propone, ya habríamos mejorado un huevo.

Creedme.

@vcnocito