Si tienes la impresión de que cada vez trabajas más, seguramente tienes razón, sea cual sea tu profesión. Eso es al menos lo que dice Francis Green, profesor de “Education Economics in UCL Institute of Education”. Defiende que desde el principio de los años 90 todos trabajamos más, con menos descanso entre tarea y tarea y con poquisimo tiempo para intercambiar impresiones con los compañeros. Indudablemente hemos mejorado la productividad, pero a costa de hacer más cosas a la vez y en plazos más cortos, no a costa de trabajar menos.
Quizá no es tu caso, querido lector, pero yo sí que estoy de acuerdo con el profesor Green. El nivel de stress que supone ver las alertas de nuevos correos entrantes y a la vez de nuevos mensajes de tu aplicación de mensajería instantánea mientras tratas de concentrarte para explicar algo en una reunión es algo nuevo de nuestros días. Hace unos años, si estabas en una reunión, estabas en una reunión. Y si tu jefe necesitaba algo urgente, te llamaba por teléfono y dejabas de estar en la reunión para pasar a atender a tu jefe. Ahora, el ritmo de trabajo es mucho más frenético, te exigen hacer varias cosas al mismo tiempo, con plazos de entrega cada vez más cortos porque la competencia entre empresas es enorme y llegar antes que el competidor es fundamental.
Consecuencia: cada vez más trabajadores quemados. Así lo corrobora un informe de Adecco, que dice que el 53% de las empresas creen que hay más riesgo de que crezca el número de trabajadores quemados, y siete de cada diez trabajadores activos dicen haber sufrido el síndrome del agotamiento laboral. Además, algo más de la mitad de los trabajadores declaran que en un futuro, pueden sufrir el síndrome del burnout.
¿Por qué sucede esto? Principalmente, por los cambios tecnológicos, dado que la organización del trabajo se ha adaptado a las nuevas tecnologías, por lo que ahora es más fácil trabajar de manera más intensa (o dicho un poco eufemísticamente, más eficiente), pero también más estresante. La tecnología también permite monitorizar continuamente al empleado, y también provoca la necesidad de tener que estar adaptándose y aprendiendo constantemente a utilizar las nuevas herramientas que aparecen como setas a tu alrededor. Ahora estás conectado 24/7 y por tanto, las barreras entre tu trabajo y tu vida personal pueden saltar por los aires.
En junio de 1930, Keynes, famoso economista, aseguró que la riqueza producida y los avances tecnológicos harían que la jornada laboral en el año 2030 pasara a ser de tres horas diarias, 15 horas semanales. ¿Por qué no se ha cumplido su profecía? Principalmente porque se ha impuesto el “modo máquina” en el trabajo: todo hay que hacerlo rápido, aunque no sea estrictamente necesario. Si no respondes en el día al correo que acabas de recibir, ya estás recibiendo un “friendly reminder” a la mañana siguiente. La rapidez se ha establecido como valor y virtud, por encima de la calidad en el trabajo entregado. Pensar y reflexionar se considera muchas veces una pérdida de tiempo, y a cambio, se establecen unos objetivos innecesariamente ambiciosos. Si hay algo que lleva toda la vida sin ser necesario, seguro que puede esperar un mes más a ver la luz.
Por supuesto, en nuestra mano está el intentar aislarse de esa corriente. No es fácil, pero no es imposible. La tecnología también nos da unas posibilidades para conciliar tu vida personal y profesional nunca antes vistas. La última palabra, al final, la tenemos nosotros.
