Mis hijos juegan con frecuencia al Fortnite, un juego en el que tu personaje cae desde un autobús volador a una isla donde hay otros 99 jugadores, y donde gana aquel que sobrevive a lo demás jugadores, a las tormentas de la isla y a un sinfín de otros peligros. Una táctica para ganar la partida utilizada por los “niños ratas” (vocabulario juvenil) es lo que llaman “campear”: coger lo justo para sobrevivir y esconderse todo el tiempo posible de los demás jugadores, sin arriesgar lo más mínimo, esperando que el resto de participantes se maten entre ellos y así quedar vencedor. 

Anda que no hay gente que campea en las empresas. Son aquellos que huyen de cualquier responsabilidad, que se las arreglan para que todo el trabajo lo hagan sus compañeros y que sobreviven escondidos durante años en las espesuras de sus propias empresas.

Los camperos han existido siempre, pero ahora con tanta automatización, externalización del trabajo, (reconozcámoslo, el auge del teletrabajo también contribuye) y el desbarajuste organizativo habitual lo tienen todo para campear a sus anchas. La mayoría de ellos empezaron con un escaqueo a tiempo parcial, pero con el tiempo perfeccionan sus estrategias de camuflaje para convertirse en una presencia casi fantasmal: van al trabajo, pero no trabajan, son totalmente transparentes.

Hay camperos que lo son por voluntad propia, sencillamente porque son alérgicos al trabajo. Otros realmente son víctimas de una mala organización empresarial, de desavenencias con algún jefe o de que la tarea que realizaban de repente deja de ser necesaria y no hay ninguna otra cosa que puedan hacer. Pero lo peor, como sucede en el Fortnite, es cuando aquel que ha estado haciendo mil cosas falla en algo y cae despeñado… acto seguido, el campero surge de su escondite y aparece como vencedor o salvador, simplemente rematando la jugada que los compañeros habían dejado casi finalizada.

En la mayoría de las empresas las cargas de trabajo no se reparten de manera ni eficiente, ni equitativa ni lógica. La gente más comprometida y motivada asume muchas tareas, mientras que otros se las arreglan para no hacer nada en absoluto. Las empresas tienden a estructurarse de una manera innecesariamente compleja y eso crea las zonas grises en la que un campero laboral puede esconderse perfectamente durante meses. Lo más curioso es que la falta de productividad de los que han decidido no dar un palo al agua pasa habitualmente totalmente desapercibida. Muchos compañeros acaban desarrollando una actividad frenética pero mal orientada, liosa, y finalmente, poco productiva. En ese ajetreo desordenado, la “ausencia” de unos pocos no se nota en absoluto.

Los camperos constituyen un problema en el mundo laboral que nadie sabe muy bien como solucionar. Son los asalariados sin trabajo, como aquel funcionario valenciano que salió en la prensa por pasar toda una década yendo al trabajo solo para fichar a primera hora de la mañana sin que constara en todo ese tiempo la ejecución de ninguna tarea concreta. Sin embargo, suele ser preferible no hacer nada que hacer todo mal, de lo cual se aprovecha el campero para seguir sobreviviendo indefinidamente…