Controladora como soy, de palabra, obra y omisión, estos días me he dado cuenta de que estaba equivocada al elegir el camino que nos lleva a garantizar resultados, costes y tiempos en nuestros proyectos profesionales.

Y en la vida.

Como el conejo y la liebre, planificar y tener un plan pueden parecerse. Tanto, que muchos los confundirían.

Yo llevo años haciéndolo.

Pero ahora sé que hay matices que marcan grandes diferencias.

Planificar

Planificar implica controlar, al menos implica necesitar o querer hacerlo.

Planificar implica tener un objetivo unívoco fijado, una necesidad más o menos urgente de llegar a él y un cierto pánico a no hacerlo.

Planificar implica alinear recursos y, casi siempre, aunque sea con buena intención, empujar a otros.

Planificar implica, en mucha más medida de lo que nos gusta reconocer, cerrarte a ver y a escuchar.

Planificar puede que te lleve a tu destino, pero es probable que te lleve también a dañar. Eso, sin contar que hacerlo puede empujarte a descarrilar.

¿Dónde están las garantías?

Tener un plan

Por el contrario, tener un plan implica querer vivir una sensación, aspirar a un estado emocional.

Tener un plan implica aprender a soltar, aprender a dar pasos sin saber adónde te llevarán pero convencido de que, de alguna manera extraña y desconocida, lo harán… porque tú no habrás dejado de mirar cómo se recoloca y se reformula todo a cada pequeño paso que das.

Tener un plan implica no dejar nunca de avanzar, sabiendo que por el camino te vas a perder o incluso a desviar.

Tener un plan implica no tener prisa, admitir que no estás dispuesto a hacer casi cualquier cosa por llegar. Tener un plan implica, casi siempre, aprender a esperar a otros.

Tener un plan implica disfrutar el sudor y de buscar las risas del viaje, asumiendo que tal vez nunca llegues a dónde esperabas llegar…

Pero mucho ojo… ¡que tener un plan no significa sentarse a esperar!

Vaya. ¿Seguimos igual?.

¿Y las garantías?

Pues, a pesar de todo, creo haber descubierto que es mucho más seguro tener un plan que planificar. Y por eso me importan los matices que marcan diferencias.

Tener un plan es activar consciente y voluntariamente, en el minuto uno, esa sensación que tendrías al llegar adonde sea que estés buscando llegar, sin que entonces importen demasiado los detalles de ese lugar. Porque ahora sé que solo cuándo lo haces puedes aspirar a que lleguen, ahora sí, todos los resultados que pretendías alcanzar. Incluidos todos aquellos que tu no sabías que te importaban más.

¿No te he convencido?

Permíteme entonces que lo hagan quienes tienen mucha más autoridad.

Según nos dice la RAE, y los ingenieros siempre empezamos por la «verdad más institucional», planificar es un verbo transitivo (o sea, te recuerdo, una acción que «pide» un objeto directo) que significa 1. Trazar los planos para la ejecución de una obra, 2. Hacer plan o proyecto de una acción y 3. Someter a planificación.

Sus sinónimos serían por tanto, RAE dixit, planear, proyectar, programar y organizar… un objeto.

Apoyados en la misma fuente, entendemos que plan es sustantivo masculino (o sea un concepto o estado) que significa 1. Altitud o nivel, 2. Intención, proyecto y 3. Modelo sistemático de una actuación pública o privada, que se elabora anticipadamente para dirigirla y encauzarla.

Entre sus sinónimos estarían designio, proyecto, anteproyecto, intento e idea… que admiten todos los adjetivos que tú les quieras colgar. Porque la vida va de sentir y de emocionar.

¿Tengo que seguir?

Nunca dejará de sorprenderme lo que un diccionario te puede ayudar.

No sé por qué cojones no lo usamos más.

Los problemas complejos solo se pueden resolver teniendo un plan. Te invito a revisar este post que escribí hace una año (Qué hacer cuando nada sucede como deseas) y que hoy he editado de nuevo para cambiar la palabra planificar por esta de actuar.

Porque, perdona que insista, que seguro esto va de darse cierto tiempo, pero nunca de simplemente sentarse a esperar 🙂

¡Feliz verano!

@vcnocito