Seguramente no sabías, querido lector, que el bisonte americano es el único animal que ha sido visto en las Grandes Llanuras americanas de Oklahoma, Kansas o Nebraska caminando hacia las tormentas en lugar de huir de ellas. Además, las tormentas en esa zona no son ninguna tontería ya que traen consigo granizo, fuertes vientos e inundaciones. ¿Por qué se comportan así los bisontes? Por una cuestión de supervivencia. Resulta que las tormentas en esa región suelen moverse de oeste a este. Si un animal huye de la tormenta corriendo en la misma dirección en la que se mueve la tormenta, queda expuesto durante más tiempo a la lluvia, el viento y el frío. En cambio, al caminar hacia la tormenta, los bisontes la atraviesan más rápido, sufriendo durante menos tiempo sus efectos.

En pleno temporal, cuando cualquier otro animal, y no te digo nada un humano, entraría en pánico y huiría lo más rápido posible, los bisontes toman esa decisión sorprendente no por temeridad, sino porque su instinto les dice que enfrentar las dificultades de frente, reduce su duración.  

Valiosa lección la que podemos aprender de los bisontes. Todos tenemos “tormentas personales” de mayor o menor dificultad, y lo primero que nos sale es evitarlas y huir de ellas. En el trabajo, la tormenta se suele llamar “marrón” y la reacción que te sale se denomina “procrastinar”, es decir, dilatar en el tiempo la acción que tengamos que hacer para resolver ese marrón. Sin embargo, deberíamos hacer lo mismo que los bisontes y afrontarlas directamente para que duren lo menos posible.

Es curioso como nos autoengañamos en el trabajo. Nos montamos cualquier película en nuestra cabeza para convencernos de que las cosas saldrán como queremos que salgan, cuando en realidad no siempre es así. Por ejemplo, cuando entregamos una propuesta a un cliente o a nuestro jefe, y tarda en responder, tendemos a pensar que es que está muy liado, que tiene algo que consultar con otra persona, que está buscando presupuesto, o cualquier otra excusa. No obstante, en el fondo sabemos que, si la propuesta fuera interesante, contestaría en poco tiempo para empezar cuanto antes. Pero evitamos el “no” que nos daría claridad porque a todos nos duele recibir una negativa. Y ahí nos quedamos, huyendo de la tormenta en lugar de atravesarla directamente.

Un “no” en realidad es un dato que te saca del modo standby y te devuelve el control de tu trabajo porque dejas de depender de algo ajeno que no sabes cuando llegará. Si algo no avanza, hay que preguntar. Si alguien tiene dudas, hay que aclarar todo lo que haga falta. Pero si el tema se enfría y se enfría, hay que cerrar y pasar a otra cosa, no para evitar un rechazo definitivo, sino para no seguir alimentando ilusiones que me roban foco.

El mejor acto de amor propio es aceptar un “no” y continuar tu camino, aunque no sea fácil. No hay que interpretar señales, esperanzas o intuiciones, sino datos. Y si una cosa no tira, pues no tira, qué se le va a hacer, todos hemos estado en proyectos que eran un caballo muerto, como comentaba en otro post. Lo mismo aplica para cuando te toca hacer una tarea que no te gusta, o tener una conversación con ese compañero al que no tragas de ninguna manera. Cuanto antes lo hagas, antes recuperarás el foco en lo que realmente te interesa. La mejor elección es la del bisonte, ir hacia el centro del problema y atravesarlo cuanto antes