Empezaré hoy por el final: Por defecto, y si no hacemos por evitarlo, seguramente sí.

Por la simple y llana razón de que buscar el máximo aprovechamiento de los recursos lleva, pasito a pasito y sin que apenas te des cuenta, a incluir a las personas en la misma rueda. A empezar a verlas como “recursos humanos”.

Y entonces es cuando todo se jode.

Déjame que vaya por partes

La eficacia se define como la capacidad de lograr el efecto que se desea o se espera. Según la RAE, este término es sinónimo de efectividad y se refiere a la utilidad y eficiencia en la consecución de un objetivo.

Ya estamos.

Efectividad, eficiencia…

Solo falta una palabra en esta sopa: Productividad.

Mejorar la productividad es un objetivo loable

Todos nos hemos visto en momentos en los que por mucho entusiasmo y horas que echábamos al proyecto, nada parecía ser suficiente. En situaciones donde, para nuestra desesperación, más esfuerzo no llevaba ni a menos retrasos ni a menos errores sino a todo lo contrario.

Y eso sucede porque a menudo se nos olvida que la eficiencia es un cociente donde lo producido está en el numerador y los recursos empleados en el denominador.

Sí, se nos olvidan las mates que aprendimos en el cole. Olvidamos lo que pasa cuando el denominador crece y crece….

Y es que el resultado de la división tiende peligrosamente a cero.

Es entonces cuando no hay otra solución que parar y revisar procesos venciendo las típicas reticencias de que “ahora no tengo tiempo para cosas nuevas”. Tirar de creatividad, herramientas y formación es “afilar el hacha” en la era digital. Es atender al numerador.

Porque cuando el hacha está roma… dejas de cortar troncos.

Tanto en tanto en procesos como en operaciones o gestión de equipos es fundamental mantener el ojo en la eficiencia. Sin dejar de buscar (y monitorizar) a cuánto del rendimiento ideal estás.

Pero hacerlo a cualquier precio se convierte en una maldición

Porque ese paradigma de la productividad, que fue sinónimo de buen hacer y progreso en la sociedad industrial, se está convirtiendo hoy en un auténtico cáncer para muchas empresas.

La fiebre obsesiva por hacer más con menos se traslada a muchos profesionales, cuya obsesión por ser más productivos compite con la de construir más músculo en los gimnasios.

Pero la realidad es que cualquier intento de sacar “más partido” de tu tiempo, de tus procesos o de tus herramientas, puede llevarte al agotamiento si te pasas de rosca.

Algo que es bastante fácil que suceda, porque la eficiencia engancha. Tanto o más que las inyecciones de bótox. Y si estas celebrities, que ya eran guapas a rabiar no paran ni cuando acaban convertidas en máscaras, no te digo ya qué te sucede cuando no hay siquiera espejo que te devuelva imagen grotesca.

El énfasis obsesivo en producir más, más rápido y a menor coste termina por agotar a todo bicho viviente. Y cuando uno se agota… acaba siendo menos productivo que nunca.

Mira a tu alrededor.

  • Apuestas por digitalizaciones tan intensivas como absurdas que nos acaban sobrecargando de sistemas y procedimientos… ¿con cuántos “procesos enredantes” te toca lidiar hoy?.
  • Programas de formación tan prolijos que no mejoran ni el conocimiento ni el rendimiento… ¿A cuántos cursos a los que vas atiendes de verdad dejando a un lado el correo?.
  • Herramientas de gestión de lo que sea (clientes, proveedores…) que colapsan relaciones que antes funcionaban como la seda. Dicen los datos que más del 40% de proyectos de implantación de grandes sistemas de gestión (ERPs, CRMs) fracasan y que un cuarto simplemente se estancan, lo que, supongo, es mucho peor pero… ¿A quién conoces capaz de reconocerlo?

Podría seguir pero ahí están los datos: Solo 2 de cada 10 empresas españolas es capaz de sacar pecho en términos de productividad. De hecho, digitalizaciones y velas a la virgen mediante, la realidad es que la productividad media en España ha descendido en lo que va de siglo a pesar del fuerte aumento de inversiones en tecnología y capital humano.

Diría que estamos ante el hecho de que tal vez la productividad sea un paradigma obsoleto.

Durante el siglo XX, la productividad fue vista como el motor indispensable del éxito económico. Enfocamos todo hacia la eficiencia y la maximización de resultados. Pero hoy esta lógica empieza a sacar su patita de insuficiente e, incluso, contraproducente, al no valorar adecuadamente aspectos cruciales como el bienestar, la creatividad o la sostenibilidad.

Cada vez tengo más claro que esta apuesta ciega y unívoca por la productividad, producto de la inercia de décadas de sociedad industrial, no solo está dejando de ser la solución, sino que se está convirtiendo en un lastre para la evolución real de las empresas y los profesionales.

¿El fin justifica los medios?

Puede que sí. Cada uno sabe sus cosas

Pero ojo, que a la larga, sin las personas nada sucede.

Así es que siempre resulta más eficaz combinar la eficiencia con la empatía, con la relación, con la entrada en la ecuación de las emociones de las personas.

Parece imposible que una combinación adecuada de buen diseño, tensión directiva y recursos humanos y materiales pueda no generar frutos.

Pero sucede.

Toca reconocer que las emociones son mucho más que estados de ánimo. Son los mecanismos cerebrales que nos permiten interpretar el mundo, que hacen que nos apuntemos con ilusión o que salgamos despavoridos en dirección contraria.

Las emociones marcan nuestra relación con los demás. Pero  lo curioso de las emociones es que rara vez hablamos de ellas. Y este tal vez sea el quid de la cuestión.

Urge un management emocional de los equipos y también personal que no se enseña en ningún máster. Toca escuchar y leer entre líneas. Y asumir que lo emocional a veces o casi siempre pesa más que lo racional.

Gestionar a golpe de pliego de requisitos, de roadmap y de talonario ya no es suficiente porque no garantiza el éxito. Prestar atención a las emociones propias y ajenas, gestionando egos, expectativas y miedos es imprescindible para el éxito de cualquier proyecto.

Incluso de las empresas que trates de llevar a cabo en solitario.

A veces hay que elegir

No siempre es posible encontrar esos escenarios win-win donde flota la felicidad y cubres los objetivos de todas las bandas. Elegir (o al menos desbalancear) entre el proceso y las personas a veces es imperativo.

Y no voy a ser yo, que he elegido la eficacia por encima de la relación más veces de las que me gustaría tener que reconocer, quien te dé consejos sobre el tema.

Solo me queda decirte que, elijas lo que elijas, sé consciente de lo que estás haciendo. Y piensa, un segundo, si de verdad merece la pena el precio que te toca pagar.

Porque elegir siempre es renunciar.

Y cada renuncia lleva consigo un precio.

Sé que lo sabes.

Sólo recuérdalo de vez en cuando que es algo que tendemos con demasiada frecuencia a olvidar 🙂

@vcnocito