Dicen los expertos en conducta que los humanos tenemos una más que tozuda tendencia a responder a la autoridad, sea quien sea quien la ejerza. Que ni de coña rompemos filas hasta que quien sea que esté al frente nos lo mande. Y a veces, ni entonces.
Tampoco descubro la pólvora afirmando que, incluso en los momento en los que creatividad o diferenciación llegan a estar más valorados, solo hacer lo que hacen todos garantiza la aceptación social y la conformidad con la comunidad. Ni cuando afirmo que la imitación no solo es inevitable (producto de las neuronas espejo) sino que es altamente recomendable si lo que te ocupa es no cagarla. La conducta de la mayoría de las personas se sienten más seguras cuando no necesitan tomar una postura activa a contracorriente.
La imitación y el esperar a ver es, sin duda, es una buena manera de tomar decisiones.
Ya lo dice el refrán: “Donde fueres haz lo que vieres”.
Imitar a tus iguales produce una cómoda sensación de seguridad mientras que imitar a quienes tienen éxito ha sido siempre, al menos hasta ahora, garantía de mejora en tu estatus.
Ha sido así por los siglos de los siglos.
Aunque como estrategia sea mucho menos segura cuando los contextos se vuelven rápidamente cambiantes o tremendamente inestables, sigue siendo una buena opción.
Sin embargo, algunos parecemos tener alguna deficiencia de diseño y buscamos la diferenciación.
¿Por qué unos tienden a imitar y otros a diferenciarse?
La diferenciación no es apta para todos los públicos
Admitiendo que, en una empresa, por grande que ésta sea, toda “la personalidad” (o la cultura corporativa, como quieras llamarla) depende de un número muy pequeño de personas, toca asumir que quienes quieren desarrollar la suya propia tienen mal encaje.
O encuentras hueco y apoyo al intraemprendimiento, o lo que te toca es emigrar.
Porque la diferenciación no es solo una cuestión de estrategia profesional o de negocio sino que es también profundamente psicológica.
La diferenciación es una cuestión de identidad. Y, en cierta medida de emprendimiento. Ese que necesitas para poder definir y llevar al mercado (sea cual sea éste) el problema que resuelves con ese desarrollo diferencial.
Renunciar a ejecutar la personalidad impuesta por otros no es solo renunciar a un trabajo seguro y a un suelo estable. Es dejar ir tu identidad B (esa que seguramente “cumple” de sobra) para buscar otra más rica y creativamente realizada, con la que tú te sientas más “conectado”.
Tu mejor yo puede no verse como esperas
Y aquí está lo alucinante que yo he descubierto en ese camino. Que esa identidad A que estás buscando puede no parecerse en nada a la que imaginabas desde tu identidad B.
Todos tenemos una “primera idea” en la cabeza cuando emprendemos, por amor al arte o por obligación, la búsqueda de una marca personal, de un valor que sentimos que podemos ofrecer y de una forma muy personal de llevarlo al mundo.
Pero resulta que muchas veces acabamos siendo otra cosa muy distinta.
Este es mi sorprendente aprendizaje: No defines tú solo tu valor.
Tú haces una propuesta y vas escuchando al mundo. Y eso te lleva a lugares que no tenías en tu hoja de ruta. No porque hallas fallado. Sino porque el mundo te ayuda a convertirte en aquello en lo que realmente aportas valor diferencial.
Yo pensaba que era buena con la digitalización. Que era fría como un robot y que esa necesidad de optimización que llevo en el ADN hacía de mí una buena optimizadora de procesos. Y dicen quienes trabajan conmigo que soy buena en eso.
Dejé de lado, despreciándolo incluso, ese toque de emoción y esa manera «algo maruja» que me viene de serie al contar mis cosas, intercalando siempre ejemplos y anécdotas personales que otros callarían. Me enfadé con esos comentarios de que «era graciosa» cuando lo que pretendía era ser seria….
Hoy lo he metido en mi cesta con decisión. Y esto me está ayudando a convertirme en lo que realmente soy.
Toda transformación rara vez es ordenada.
Es un sistema caótico.
La vida que tengo ahora no existía cuando comencé a trabajar por mi cuenta. Solo surgió porque yo fui suficientemente humilde para pararme a escuchar (aunque reconozca que me costó un rato) y suficientemente flexible para dejarme llevar por eso que me decían los demás, y también por esas “extrañas cosas tan fuera de mi guion” que me pedían hacer.
Me costó. Porque no era el camino que seguían quienes andaban conmigo. Porque parecía “menos ingeniero”, y eso, creía yo, me quitaba valor.
Buscamos la diferencia pero cuando llega, cuesta mantenerla. Cuesta cuidarla. Y cuesta más aún abrazarla sin fisuras.
Pero resulta que, si no estás abierto a ella, puedes pasar por alto la vida que está tratando de encontrarte.
Tienes que estar dispuesto a olvidar la versión del éxito que te han vendido. Tienes que aguantar la tentación de alejarte de tu portfolio (que no deja de ser una apuesta) para seguir el camino de estos que trabajan y ganan más que tú (aún).
Porque donde hay disfrute y convicción, hay energía y pasión. Acaba habiendo paz. Y de un modo u otro, acaba habiendo ingresos.
Nos resistimos a una “propuesta creativa”.
No queremos ser los raros. Hasta que nos damos cuenta que ser los raros no es un debilidad sino un superpoder.
Esta es una de las partes más liberadoras del desarrollo de una propuesta de valor personal.
Asumir que no tienes que convertirte en otra persona. Tienes que convertirte en más de ti mismo de lo que nunca antes habías permitido. Pero para hacer eso, necesitas una cosa por encima de todo.
Abrirte y dejarte llevar
¿Puedes mantenerte abierto a la posibilidad de que la versión más valiosa, impactante y satisfactoria de ti no sea como esperas?
Si la respuesta es sí, entonces estás más cerca de lo que crees.
Porque las personas que ganan en este nuevo mundo son las que dejan de intentar ser como otros sin asumir que todos esos puestos, como decía Oscar Wilde, ya está ocupados. Las que asumen que sus peculiaridades son ventajas, que sus rasgos más extraños y salvajes se convierten en sus activos más valiosos.
Buscando un problema que resolver
Porque esa es la clave: Dirigir tu versión diferencial hacia un problema concreto que el mundo necesite resolver y por cuya solución esté dispuesto a pagar.
Encontrarlo es, nuevamente una cuestión de escucha y apertura mental. Siento que una pléyade de gurús nos invita a hacernos las preguntas equivocadas: ¿Cuál es mi pasión? ¿Qué me gusta hacer? ¿Qué es lo que se me da bien? ¿En qué tengo experiencia y cómo la puedo aplicar?
Cuando lo que casi nunca nos preguntamos es: ¿Qué dolor, problema u oportunidad únicos veo que la mayoría de la gente pasa por alto y en los que yo no puedo dejar de pensar? ¿Por qué tipo de desafíos la gente acude a mí una y otra vez? ¿Qué problemas he resuelto (formal o informalmente) de alguna manera que, según me dijeron, les resultaba diferencial? ¿Qué me apasiona tanto hacer que lo haría gratis? ¿cómo puedo dar a todo esto una estructura comercial?
Buscar sin descanso hasta encontrar (y tendrás que probar con varios) ese problema específico que podrías ayudar a resolver, es uno de los cambios de mentalidad más profundos que debe hacer alguien que busca (de verdad) construir una propuesta verdaderamente diferencial.
Porque solo entonces te mueves de generalista a especialista.
Y entonces dejas de tener solo habilidades. Tienes una vocación ligada a resolver algo que importa. Voilá le propósito.
Hay miedo, dudas, soledad… Y solo cuando las dejas de lado, cedes a la tentación natural de imitar y encuentras desde tu interior el modo único de resolver algo específico que a la gente le importe, llegan los resultados.
Si estás pensando: «Podría hacer esto todo el día”.
Entonces deja de imitar y busca un contexto para probarlo.
Y no dejes de contarnos cómo te va.
Yo estoy en ello.
Y seguiré contando.
