Si lo del propósito te atrae, tal vez sea porque estés buscando el tuyo.
O porque haya algo que no termine de cuadrar en tu trabajo y en tu vida (que son siempre la misma cosa), y le hayas concedido a esa idea, que tan atractiva nos venden, el beneficio de la duda.
Yo, lo siento, pero no paro de darle vueltas al asunto.
Buscando hoy la cara B.
Esa «realidad a la menos uno» que no vende ni conferencias, ni charlas TED.
La “utilidad” del propósito
No voy a negar que la idea de que tener un propósito, o de estar en búsqueda activa de él, tira de ti cual Red Bull que te da alas, no sea atractiva.
Aunque si eres habitual de este blog, ya sabrás que yo soy de las que piensa que el propósito no “se encuentra”, porque no es una cuestión de búsqueda sino que más bien de construcción propia tacita a tacita. Asumiendo, además, que ni es único, ni inmutable. Que cambia (o al menos debería hacerlo) contigo y con el mundo.
Búsqueda o construcciones aparte, lo que he entendido ahora es por qué esta idea de propósito es tan poderosa.
O peligrosa.
Y es que tratar de buscar sentido a las cosas, construyendo relatos que expliquen lo que haces y dejas de hacer, es una poderosa fuerza que anida en el cerebro humano. Por la sencilla razón de que, ante una realidad compleja cuyo entendimiento le consume más energía de la que puede permitirse gastar, no le queda otra que tirar por la calle del medio “uniendo los puntos”.
Simplificando poderosamente la realidad.
Borrando de un plumazo todo lo que no ha cabido en el guion.
Es lo que llaman la falacia de la narración.
Así es que hoy me apoyo en ella para dar vuelta a los efectos que podrían no ser tan positivos en eso de buscar o construir (que para este caso lo mismo da) tu propósito.
A partir de este punto, te aviso que casi ninguna frase es mía. Esta vez solo soy autora de la selección y responsable del pegamento que hila.
Pero el collage que he hecho con ellas me resuena. Poderosamente.
Pensarás que igual no es ético publicar un post hecho con trozos literales de otros. Puede que no. Decididamente no, si antes no lo has avisado….
Pero permíteme que te comparta hoy este ejercicio que a mí me ha sido interesante a la par que útil.
Y, donde, puestos a copiar, he decidido intervenir lo menos posible. De ahí las cursivas.
Vivir en la antecámara de la esperanza
De una parte, vivimos en una sociedad donde el mecanismo de recompensa se basa en la ilusión de lo regular. De otra, nuestro sistema de recompensa hormonal también necesita resultados tangibles y sistemáticos. Así que todos buscan y valoran eso.
O sea, que eres el raro si trabajas por decisión propia en un proyecto que no produce resultados inmediatos ni sistemáticos.
Sin embargo, los resultados positivos desiguales, de los que obtenemos mucho o prácticamente nada, son los que prevalecen en muchas ocupaciones, especialmente en aquellas que tienen un sentido de misión (artistas, investigadores, emprendedores…).
Todos ellos realizan sus trabajos con la impresión de que hacen algo bien, aunque es probable que no obtengan resultados sólidos durante mucho tiempo. Tienen que posponer continuamente la gratificación y no desmoralizarse por ello.
Además de aguantar a familiares y amigos a quienes parecen idiotas. Cada “¿cómo te va?” les produce un leve pero contenible espasmo, ya que su esfuerzo parecerá un desperdicio a quien contemple su vida desde fuera.
Puede que en algún punto llegue el éxito. O que no llegue nunca.
La no linealidad de la vida
Nuestras cabezas no están diseñadas para ajustarse a la no linealidad que trufa casi todos los acontecimientos de nuestra vida.
Imaginamos que el proceso y el resultado deben de estar estrechamente conectados. Creemos a ciencia cierta que algunas variables están conectadas por un vinculo causa efecto y que un imput sistemático en una de ellas (el esfuerzo) debería producir un resultado en la otra (el éxito).
Pero la realidad es que rara vez se nos concede el privilegio de la linealidad. El mundo es mucho más no lineal de lo que pensamos. La no linealidad e incluso la exponencialidad son muchísimo más frecuentes.
Uno juega todos los días al tenis sin mejorar ni un ápice y de repente empieza a ganar a su entrenador.
¿El proceso o los resultados?
Puede que quienes proclaman preferir el proceso no estén diciendo del todo la verdad.
En nuestra sociedad hay poco reconocimiento para los héroes que no producen resultados visibles. La mayoría esperamos ese gran día que (normalmente) nunca llega.
Y aunque esto nos distraiga de las miserias de la vida, no nos hace inmunes a la falta de empatía e incluso de respeto. Porque el problema de los resultados irregulares no está tanto en la falta de ingresos como en las sutiles incomprensiones (el autor escribe humillaciones, pero yo no me atrevo con tanto) de quienes están en esa vida regular.
Porque resulta nuestra felicidad depende del número de sentimientos positivos que experimentamos más que de la intensidad de éstos. Gozamos del flujo constante de pequeñas pero frecuentes recompensas más de una sola de magnitud excepcional. Y al revés. Soportamos mejor un dolor intenso pero breve que uno más sutil pero sostenido en el tiempo.
Porque la exposición a pequeñas pérdidas continuas llega al cerebro emocional, afectando al hipocampo, la parte más plástica del cerebro, que se supone que es la estructura que controla la memoria, pero también la que absorbe todo el estrés crónico. Así que la relación “con el mundo regular” no nos fortalece e incluso a menudo, sin pretenderlo, nos amputa una parte de nuestro yo.
La dulce trampa de la expectativa
O sea que la relación con un mundo donde tus resultados no llegan ya puede ser una auténtica gota malaya.
Me pregunto yo (y de ahí todo este rollo) si cuando buscamos un propósito, no estaremos estamos en el fondo buscando desesperadamente que un suceso improbable ocurra, haciendo de esta rara ocurrencia nuestra razón de ser. Cegados por la probabilidad de un suceso improbable. Aguardándolo, sacrificándonos por él, rechazando contentarnos con los pasos intermedios y los premios de consolación.
Sigo con la aportación ajena.
Podemos dividir a las personas en dos categorías: quienes están preparados para sucesos extremos que a los demás podrían sorprenderles y que tal vez no sucedan nunca y quienes están expuestos a grandes explosiones sin saberlo. Unos apuestan al Cisne Negro y otros a que nunca aparecerá.
Dos estrategias que requieren dos mentalidades completamente distintas.
Para apostar por contextos en los que se gana mucho, pero muy rara vez y se pierde poco, pero casi todo el tiempo hay que tener resistencia personal e intelectual. Es necesario aceptar que hay una pequeña probabilidad de éxito, pero que ésta exige combinación de confianza, aguante para esperar a que llegue la recompensa y disposición a recibir la incomprensión (como poco) de los demás.
Algunas reflexiones si aún sigues buscando tu propósito
Que ojo, siguen sin ser mías.
Los seres humanos se creen cualquier cosa que se les diga siempre que uno no muestre ni la menor sombra de falta de seguridad en sí mismo. Al igual que los animales, saben detectar la más diminuta fisura en esa seguridad antes de que uno la manifieste. El truco consiste en ser lo más desenvuelto posible.
Tu mismo pones la vara de medir. Si te comportas como un perdedor acabarán tratándote como tal.
Delante de los demás debes mantener la apariencia de que les subestimas y mostrar una tranquilidad altiva. La combinación de la elegancia con la dignidad son estimulantes. Que tus reacciones sean lentas, sin dramatismo alguno, pero eufóricas por la sensación de mantenerte fiel a tus creencias y por la estética de su puesta en práctica.
Y sí, has adivinado.
Todas estas frases pertenecen al libro El Cisne Negro, de Nassim Nicholas Taleb.
Mi única contribución ha sido asociar sus ideas sobre los sucesos improbables a la búsqueda de ese propósito que tanto nos recomiendan a modo de bálsamo de fierabrás.
Que no digo que no lo sigas buscando o construyendo. Solo que sepas que puede que no sea oro todo lo que reluce en el camino.
Recuerdo eso que decía León Felipe:
Yo no sé muchas cosas, es verdad.
Digo tan sólo lo que he visto.
Y he visto:
que la cuna del hombre la mecen con cuentos,
que los gritos de angustia del hombre los ahogan con cuentos,
que el llanto del hombre lo taponan con cuentos,
que los huesos del hombre los entierran con cuentos,
y que el miedo del hombre…
ha inventado todos los cuentos.
Yo no sé muchas cosas, es verdad,
pero me han dormido con todos los cuentos…
y sé todos los cuentos.
Ya sabes que estoy en modo rebelión contra el mantra.
Es lo que tiene el verano, que lees demasiado 😛
Te invito a hacer ambas cosas.
