Si hiciésemos caso a los manuales de autoayuda sería suficiente con no dejar de sonreír ni medio segundo desde por la mañana hasta que nos fuéramos a dormir para conseguir todos nuestros objetivos y llegar hasta donde nos hayamos propuesto. Según esos manuales, no hay más que ser felicesproactivos y afrontar todos los retos con positividad máxima para que los compañeros de trabajo en concreto y toda la gente en general nos admiren y se nos abran todas las puertas.

¿De verdad es así? Me temo que no, o por lo menos no siempre. La triste realidad es que hay malas personas y personas con muy mal genio en los altos niveles de la política y de las empresas, gente que dispensa un trato regular a los demás, genta a la que si les dices que les iría mejor si sonrieran más, te propinarían un puñetazo. Es innegable que hay muchas situaciones en las que ser un borde de manual es la mejor opción, aunque otra cosa es lo que nos dicte nuestra moral, porque salirse con la tuya no es siempre lo más importante,

Y es que ser un gruñón también tiene sus ventajas. Se supone que las personas malhumoradas viven más, o al menos, tienen menos posibilidades de sufrir un ataque al corazón, o eso es lo que aseguraba una investigación publicada en 2010 en el ‘American Journal of Cardiology’, que concluía que las personas con una “furia reprimida” tenían más papeletas de sufrir un ataque al corazón que los que no experimentaban furia… O dicho de otra manera: si te desahogas te quedarás más a gusto, que no se te queden dentro los sapos y culebras.

Pero aparte de lo meramente fisiológico, hay una filosofía de vida que podríamos llamar pesimismo defensivo, que es la que abrazan muchos gruñones que tienen siempre cara de vinagre porque piensan que todo va a irles mal y por eso no incurren en grandes riesgos, al contrario de lo que haría un optimista. Los gruñones tampoco suelen hundirse en la miseria porque prever posibles pérdidas futuras les sirve para inmunizarse ante ellas. Es cierto que no es lo mismo ser pesimista que tener un mal carácter, aunque ambas características tienen su relación. Lo que está claro es que la euforia no suele ser una buena compañera de trabajo.  

Otros estudios dicen que un cierto grado de mala leche es bueno para tu creatividad. Muchos grandes genios eran personas torturadas, introvertidas y secas en general. Según el ‘Journal of Experimental Social Psychology‘, las personas furiosas son en principio mucho más creativas que las que están relajadas. Eso sí, debido a que se provoca una explosión de ingenio, éste decae rápidamente, por lo que la creatividad provocada por la furia suele ser bastante desestructurada.

Pero sobre todo, yo creo que entre las malas personas impera aquello de “cree el ladrón que todos son de su condición”. El mal humor incrementa el escepticismo de las personas y su capacidad para detectar engaños y jugarretas, mientras que la bondad y el buen humor lo hacen descender. Aunque también es cierto que en esa percepción de que a los malos les va mejor que a los buenos hay un cierto sesgo, porque la tendencia a recordar y enfatizar los ejemplos de personas «malas» que parecen prosperar puede generar una percepción distorsionada de la realidad. Hay que recordar que existen muchas personas buenas y trabajadoras que también tienen éxito, pero sus historias no siempre son tan llamativas como las de aquellos que rompen las reglas.

 ¿Moraleja? Un poco de mala leche y desesperación no vienen mal, pero eso sí, en pequeñas dosis, por favor.