He leído recientemente en LinkedIn el artículo que ha escrito Oscar de los Reyes sobre “el efecto Vaffanculo”, que es como él llama al momento en el que una empresa abraza a sus empleados con una mano y les apuñala con la otra. Vaffanculo es una expresión malsonante italiana que podría traducirse como “que te jodan” o algo similar, y que es lo bastante gráfica como para que no haya que explicar mucho más sobre su significado aplicado al trabajo. La empresa que decía estar tan orgullosa de ti, que te convencía de que eras su activo más importante y que aseguraba preocuparse por tu bienestar físico y emocional, de repente un día te señala la puerta y te dice “gracias por tus servicios” sin mucha más justificación. Márchate y que venga otro en tu lugar… o no.
Vivimos en una cierta contradicción en el mundo del trabajo. Las empresas exigen empleados comprometidos con ella y que respeten sus valores, seducidos por un discurso de pertenencia a una cultura, pero a la vez, actúan de forma fría y despiadada si los resultados del Excel no son los esperados. Hay que reducir OPEX, dicen, lo que significa que hay que desprenderse de personas que han hecho su trabajo bien o mejor que bien a lo largo de los años. Ojo que lo mismo sucede en la otra dirección, es decir, hay empleados que abandonan la empresa en un momento crítico, en medio de un proyecto importante o justo tras ser seleccionados sin apenas haber empezado en el nuevo trabajo, por razones a veces de poco peso como buscar una oficina más cerca de casa o que el jefe con el que llevo trabajando unos pocos meses me cae mal.
Un psicólogo alemán, Erich Fromm, lo escribía en su libro “el arte de amar”: «El amor inmaduro dice: ‘Te amo porque te necesito’. El amor maduro dice: ‘Te necesito porque te amo’», estableciendo así una diferencia entre el amor basado en la dependencia y el amor desinteresado. Sin duda, el amor de la empresa por el trabajador (y el del trabajador por la empresa) es de los basados en la dependencia. Mientras eres necesario, todo va bien y cuando dejas de serlo, se acabó el amor.
Así que más que amor, es marketing emocional, es decir, se te convence de permanecer en la empresa mientras seas necesario, mientras seas un engranaje útil y produzcas más de lo que cuestas. Es así, igual en todas las empresas del mundo, y como decía antes, también es bidireccional, y todos nosotros trabajamos en una compañía en la que sentimos que lo que aportamos está en consonancia con lo que recibimos, no solo económicamente sino también en términos de desarrollo personal o de reconocimiento, que esas cosas alimentan nuestro ego más de lo que parece. Simplemente hay que ser conscientes de ello. Es la naturaleza del sistema, y debemos aceptarlo tal cual es. El vínculo entre empresa y empleado es puramente mercantil
Por eso me gustan tan poco esos mensajes que pueblan LinkedIn del estilo “orgullosos de este equipazo”, “sois los mejores”, “que equipo más comprometido”. Es que no es verdad, o en el mejor de los casos, dejarán de ser verdad cuando sea prioritario cuadrar los balances financieros. Estamos en una relación mercantil en los que la empresa obtiene un beneficio de las personas que trabajan en ella, y las personas realizan un trabajo que les resulta más o menos atractivo por el cual reciben una recompensa que consideran adecuada. No digo que sea malo, es más, estoy convencido de que tiene que ser así, y que es la mejor forma de que las sociedades salgan adelante, pero tampoco nos engañemos a nosotros mismos con promesas de amor eterno que puede que, algún día, no se cumplan.
