Decía el Dr. House en su popular serie que “todo el mundo miente”, y eso que él era médico, y se supone que al médico hay que decirle la verdad de lo que te pasa para que te pueda prescribir el tratamiento adecuado. Pues hay gente que miente incluso en la consulta del doctor, cómo para no mentir en el trabajo, donde no es tu salud lo que está en juego.
Todo el mundo miente en el trabajo. Puede sonar duro, pero es una verdad absoluta. No se trata de inventar grandes historias o engañar de manera flagrante, sino que las mentiras laborales suelen consistir en exageraciones, pequeños “olvidos” o distorsiones de la realidad. De hecho, muchas veces las mentiras laborales se consideran socialmente aceptables, como cuando respondes que tienes el informe casi listo cuando apenas lo has empezado, o esa justificación de que estás agobiado de trabajo y no has podido contestar antes a ese email que, en realidad, tanto de incomoda y por eso has ido desplazándolo a lo más profundo de tu lista de prioridades.
Normalmente no hay malicia en esas mentirijillas laborales. Mentimos para protegernos, para evitar conflictos, para quedar bien con jefes y compañeros o para no herir sensibilidades. Por ejemplo, muchas veces tratamos de ocultar nuestro desconocimiento sobre un tema para no parecer incompetentes, o intentamos suavizar nuestras críticas al trabajo de otros para no crear un lío de proporciones bíblicas, aunque en realidad pensemos que lo que ha entregado nuestro compañero es una chapuza. O como lo que pasa en LinkedIn, que todo el mundo dice estar encantado de formar parte de ese “equipazo”… nunca encontrarás en LinkedIn una referencia a un equipo normalito, de los del montón, compuesto por gente maja pero un poco limitadita… En fin, muchas veces la mentira es el lubricante que hace que sea posible la convivencia pacífica en el trabajo.
¿Por qué mentimos en el trabajo? Por diversos motivos: porque se nos exige un rendimiento que no siempre podemos alcanzar, así que es humano intentar maximizar nuestros logros y minimizar nuestros errores. También podemos mentir por miedo a represalias, o hasta por una cultura empresarial en la que el error no sea tolerado. Pero sobre todo, mentimos por quedar bien, por ser políticamente correctos, porque nos gusta decir lo que se espera que debemos decir, sin herir sensibilidades y sin distinguirnos en exceso de los demás.
Decía Paracelso en el siglo XVI que «Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno«. Es decir, no pasa nada por soltar una mentirijilla en el trabajo de vez en cuando, pero es evidente que las organizaciones que hacen de la mentira un hábito van derechas al desastre. Se pierde la confianza cuando las mentiras salen a la luz, tanto entre compañeros como con la dirección. El ambiente se vuelve tóxico y reina la desconfianza y la sospecha, la desmotivación aumenta si se sabe que la honestidad no es valorada y, lo que parece más importante, si la información que circula es falsa o errónea porque nadie dice la verdad por protegerse y salir bien en la foto, se pueden tomar decisiones equivocadas que perjudiquen a la empresa.
Así pues, si bien la mentira puede parecer inevitable, no debemos resignarnos a ella por completo. Construir una cultura de honestidad es posible y beneficioso, tanto para las personas como para las organizaciones. Porque, aunque todos podamos mentir alguna vez, también podemos elegir construir relaciones más auténticas y transparentes en el trabajo.
