Acabo de leer un artículo de Xavier Marcet que me ha encantado: Domar las pretensiones, se titula. En él, Marcet habla del Management del sentido común, que es también el título de su último libro. El artículo viene a decir que, a lo largo de tu vida laboral, te encuentras muchos imbéciles y mucha gente admirable. Parece fácil, pero no es trivial olvidarse de los imbéciles y quedarte con la gente admirable, esa que te deja huella y que recuerdas hasta años después de haber dejado de trabajar con ellos.

Esa gente admirable suelen ser personas que hacen parecer sencillas cosas que en realidad son muy difíciles. O planteándolo desde el otro lado, los imbéciles / mediocres son los que complican innecesariamente las tareas. Son gente que convocan reuniones innecesarias, que envían correos con decenas de destinatarios y que ante su falta de seguridad para resolver un asunto cualquiera lo comparten con mucha gente, de manera que inevitablemente se hace aun más complejo. Otro rasgo distintivo de ellos es que son los primeros que se apuntan a opinar de cualquier asunto, aun sin tener apenas información sobre él. Eso sí, su participación termina con la opinión, porque si hay que pasar a la ejecución, inmediatamente se ponen de lado.

Como dice Marcet en su artículo, para sofisticar sirve cualquiera, pero para actuar con sentido común no sirve todo el mundo. Un antiguo compañero tenía un símil que explica perfectamente esto de la sofisticación innecesaria. Él decía que hay mucha gente que se dedica toda su vida a dar vueltas al azúcar del café con una cucharilla. Reflexionan sobre cuantos giros deben dar, sobre la velocidad de esos giros, pintan una tabla para cuantificar el número de vueltas en función de la cantidad de azúcar y de si el café es solo o cortado y finalmente convocan a expertos en física para que confirmen sus datos y a abogados para asegurar que no hay ninguna ordenanza municipal que regule como mezclar el azúcar en el café. Es decir, mucha gente emplea su jornada laboral en complejizar innecesariamente tareas sencillas, o de poco impacto en el resultado final del negocio. Es una manera de parecer importantes y de hacerse ver ocultando sus carencias.

Por el contrario, mi admiración eterna hacia aquellos que hacen fácil lo difícil, que no necesitan de un Power Point excelso para explicar su idea, que encuentra una solución para cada dificultad, que colabora con otros departamentos cuando se les requiera y que tienen la intuición de involucrar a las personas que mejor pueden ayudar en cada caso y solo a esas personas. Para trabajar con sentido común no es necesario apuntarse a multitud de seminarios ni hacer acopio de títulos académicos. Se requiere especialmente actuar con confianza, sabiendo que tus actos serán posiblemente los más adecuados porque poca gente sabe más que tú del tema que tienes que resolver y lo que es mejor, involucras a esa gente que quizá sabe más que tú para obtener el mejor resultado. Actuar con sentido común implica también tener criterio propio, lo que es una virtud cada vez más valorable, más aun en los tiempos de la IA.

Busquemos ese sentido común y potenciémoslo, esa gente que no se vanagloria de ser expertos en nada, pero a los que todo el mundo considera sabios. Personas que huyen de los eslóganes rimbombantes y se centra en los resultados del trabajo, que tienen pasión por lo que hacen porque lo consideran como propio. Esquivemos a los charlatanes, los de las titulaciones de 25 palabras en inglés, los que no toman ninguna decisión sin haber montado antes quince reuniones, los que anteponen su crecimiento al crecimiento del equipo.  Ese es el camino hacia el éxito en una empresa.