Se atribuye a Santa Teresa aquello de que “se derramarán más lágrimas por las plegarias atendidas que por las no escuchadas” y a Oscar Wilde una versión más directa: «Hay que tener cuidado con lo que se desea, puede convertirse en realidad».
La cruda realidad es que el diablo cumple sus promesas, pero rara vez lo hace cómo queremos.
Te confieso que llevo meses dando vueltas a qué y cómo quiero ser de mayor. Que hace tiempo que me rondan sensaciones de cambios profesionales y personales. Que fantaseo con la idea de una nueva fase vital y profesional.
Llevo algunos meses hablándome a mí misma:
- De recordarme, rescatando de la memoria la energía y a las personas que me hicieron sentir que valía la pena. De reencontrarme con ese yo que a veces la vida deriva mientras andamos ocupados en otros.
- De reivindicarme, aunque hacerlo sea, como decía Aute, “reivindicar ese espejismo de intentar ser uno mismo”. De encontrar los mimbres de mi identidad, despojándolos de polvo y paja para recolocar con ojos nuevos todas las piezas. De darme permiso para llegar a nuevos destinos pero también para disfrutar más los que ya conozco, cuidando con atención lo conquistado. Para ser todos mis yos.
- De redefinirme. De tirar lo viejo para hacer sitio a lo nuevo. De reconocer y cuidar con consciencia lo que quiero conservar. De activar el estado emocional al que quiero llegar.
- De reformularme, que no de reinventarse (que palabra tan fea, como si nunca hubieras sido lo suficientemente bueno). De dar pasos, torpes y sin sentido, hacia lugares desconocidos pero secretamente deseados. De aflorar tu esencia. De caminar hacia la remota y emocionante posibilidad de dejar huella en los demás.
Y entonces voy y, no sólo me rompo una pierna, sino que me la rompo en el quinto pino.
Si nunca has tenido que ser repatriado, con una fractura abierta y una operación pendiente en destino, no tendrás ni idea de lo que te hablo, pero créeme que es una experiencia de las que no se olvidan.
Dice mi hermana que ”lo que sucede, conviene”.
Pues no sé yo…
Pero resulta que, convencida o no, a quince días ya de la hostia y cuando aún no se cumple ni una de la doble operación, con seis semanas por delante sin apoyar el pie y tres meses para empezar a llevar una vida medio normal, la mejor opción que se me ocurre es interpretarlo como una señal. Como una forma extrañamente retorcida de “apoyo del universo” a mi bulle-bulle de reinvención.
Toca parar a escucharse.
Los reveses no tienen sentido si no aprendes de ellos.
Quienes me leéis aquí sabéis que soy de compartir lo que veo y lo que aprendo omitiendo siempre detalles personales.
Perdonad que haga de este post , y solo por esta vez, una cuestión personal.
Cuando llega el invierto, lo que toca es hibernar
Lo que damos por hecho es muy frágil. La vida gira en un segundo. Un paso tonto acaba de un plumazo no solo con tus vacaciones, sino con tu autonomía y tus planes. Algunos de ellos serán recuperables, otros temes que no lo sean nunca.
Sentirte pequeña y frágil es una gran oportunidad para agradecer con humildad a quienes siempre están ahí para apoyarte. Trabajando tu interfaz y tus niveles de exigencia para hacerles ese “extra” que ahora tienen que darte un poco más fácil.
Siendo mucho más suave y sutil que nunca. Sin exigencias ni urgencias. Aprendiendo a despriorizar, a delegar, a dejar de tratar que todo sea perfecto.
Replegándote en tu mundo interior para no incordiar. Aprovechando para ordenarlo y abonarlo.
Despidiendo a las oscuras golondrinas que ya no volverán
La vida está llena de ciclos, de fases. No sé por qué pensamos que el estado en el que estamos será “el bueno” y durará para siempre.
Nada dura eternamente.
Duele dejar atrás lo que fuimos.
Claro que duele.
Cuesta asumir que, para avanzar, necesitamos meter las experiencias que ya no volverán en un tarro de cristal. Conservarlas en una estantería a la que poder acudir de vez en cuando a mirar, permitiéndonos un instante de nostalgia al limpiarles el polvo. Obligándonos a dejarlas en seguida para seguir adelante sin más.
Sólo cuando asumimos que lo que fuimos siempre será parte de lo que somos, solo cuando dominamos la tentación de reeditarlo, sólo cuando nos proponemos encontrar nuevos formatos para volver a sentir esos vértigos, podemos empezar a pensar en qué es lo que, en adelante, queremos ser.
Eligiendo con cuidado qué ingredientes queremos poner encima de la mesa. Por imposibles que parezcan en este momento de maridar.
Sin seguir los dictados de ninguna “receta infalible” de otros. Anticipando algunos intentos fallidos, sabores un tanto extraños y la confianza en que, a la larga, seguro que nos encantarán. Porque serán los nuestros, llevarán nuestra esencia.
Sin sensación de pérdida, y sin temor a que nada iguale al pasado, la búsqueda no tendría incentivos
La vida es un compromiso contigo mismo.
Lo extraordinario es demasiado escaso como para dejarlo pasar. Tu granito de arena al disfrute de experiencias extraordinarias está ligado a la búsqueda de tu autenticidad, de ese “algo” que solo tú puedes ofrecer a los demás.
Encontrarlo no es fácil. Toca llamar a las cosas por su nombre. Toca reconocer sentimientos inconfesables. Toca asumir lo políticamente incorrecto. Toca quitar las docenas de capas que nos ponemos para ocultarnos la verdad.
Costará.
Lo de la pata chula y la “interfaz minimizada” seguro que ayudará.
Habrá que currárselo. No saldrá ni a la primera ni a la segunda. Puede que tampoco a la tercera.
Pero habrá que intentarlo sin descanso.
Desear hacerlo es ya todo un éxito.
Al menos eso quiero creer en estos momentos.
Hoy más que nunca, escribir ayuda.
