Yo soy de los que creo que el mundo está lleno de grises y que hay muy poquitas cosas que sean totalmente blancas o negras. No obstante, me parece que soy de los pocos que ve la vida así porque el mundo está cada vez más polarizado, los extremos se imponen, o estás conmigo o contra mí, el de enfrente es mi rival o peor aún, mi enemigo, y queda muy poco espacio para el debate o la escucha
Pero yo defiendo que todo es relativo, y también en el trabajo, todo tiene dos caras. Ejemplos hay mil: Hacer horas de más puede ser bueno porque te puede ayudar a estar menos agobiado en el día a día, puede demostrar compromiso con la empresa, ganas de dar ese pequeño plus que es la diferencia entre ser bueno y ser excepcional. Pero hacer horas extras también es malo si te impide desconectar, conciliar la vida profesional y la laboral o si denota simplemente una mala organización de la distribución del trabajo en la empresa.
El teletrabajo es bueno si tienes un lugar preparado para ello, que te permita concentrarte sin interrupciones, si te ahorra largos y costosos desplazamientos a la oficina y si te facilita estar más tiempo con los tuyos. Pero tiene su lado negativo, porque se pierden vínculos con tus compañeros, contribuye al aislamiento y la creatividad puede verse mermada por perderse esos momentos de distensión con tus colegas de trabajo en los que hablando de todo un poco, acaban saliendo magníficas ideas sin prácticamente darte cuenta.
La flexibilidad de horarios es magnífica porque te permite atender esas obligaciones que todo el mundo tenemos como llevar el coche al taller, ir al médico o acudir a las tutorías del colegio de los niños. Pero tiene su lado negativo porque conlleva recibir correos a deshoras, convierte el encontrar un hueco para una reunión importante en una tarea ímproba y favorece la proliferación de los escaqueadores profesionales que están totalmente perdidos en el horario laboral con sus “temas personales” y que luego arreglan con un par de correos a las tantas de la noche (y encima quedan como personas comprometidas al máximo).
Ser honesto y sincero con tus compañeros, tus jefes o con la empresa en general es bueno, lo primero de todo porque mejora tu salud mental y porque el primer paso para arreglar algo que no funciona bien es ponerlo de manifiesto claramente en vez de esconderlo debajo de la alfombra. Pero un exceso de sinceridad es malo porque suele dar lugar a conflictos que pueden hacer irrespirable la convivencia y acaban por cargarse a un equipo de trabajo. “Digo lo que me da la gana, sin filtros, y al que le pique que se rasque” me parece que es también una muestra de egoísmo y de falta de compañerismo en el trabajo.
La conclusión es que en el trabajo no pesa tanto el qué, sino el cómo, el por qué y el para qué. Cada equipo tiene sus circunstancias, sus medios y sus motivaciones, y solemos juzgar a los otros desde una perspectiva defensiva, como que son un rival más que una ayuda para conseguir un fin común. Tratemos de empatizar con las circunstancias de cada uno, de ponernos en los zapatos de la persona que tenemos enfrente, de entender que prácticamente todas las posiciones tienen su punto de razón. Porque el lobo siempre será malo si solo escuchamos a Caperucita.
