En el batiburrillo de reacciones postelectorales, he leído estos días un tuit de la periodista Julia Otero que me ha dado que pensar. Ella decía lo siguiente: “Podemos y Ciudadanos, se han autodestruido en una década: La politología y, sobre todo, la psiquiatría tienen trabajo para el análisis. Y me refiero a sus hiperliderazgos tóxicos con resultado suicida para los suyos».

Tranquilos que no vengo a hablar de política. Sino cómo extrapola lo que sucede fuera del mundo laboral al trabajo.

Dicen que cuando los tiempos dejan de ser de lógica, procedimiento y estructura, que cuando lo que se requiere es emoción, intuición, seducción y golpes de mano, prosperan los mesiánicos.

Me vienen a la cabeza Steve Jobs, Elon Musk…

¿No es el hiperliderazgo empresarial hoy igual de suicida?

Con esa duda en la cabeza, me sumerjo un poco más en el concepto de hiperliderazgo.

Y descubro que es un concepto político que define “una manera de ejercer el poder que respeta el marco democrático, pero busca la respuesta personalista y carismática a los problemas un punto por encima de la institucional, recurre a componentes emocionales, a la comunicación directa con la ciudadanía, a referencias estéticas y retóricas potentes, a veces excesivas. Un liderazgo que baila en la frontera del populismo. Un poco más allá, un poco más acá. Y que, incluso involuntariamente, corroe el tejido institucional democrático”

Jo, ¡Cuánto me suena!

Pero porque lo asocie a Boris Johnson, Donald Trump, Lula o Bolsonaro. Ni siquiera se me aparecen Albert Rivera o Pablo Iglesias.

En quienes pienso es en alguno de los mejores jefes que he tenido.

Esos jefes que se creían dioses… y ejercían como tales.

Eran buenos. Muy buenos.

Visionarios, rebeldes, audaces y provocadores…

Javier, Dani, Luis, Jose Antonio…

Reconozco que fue genial trabajar para ellos. Aunque te llevaras en el camino mucha presión y alguna que otra hostia. Hostias y presiones que por cierto, quemaron a muchos.

Pero el mundo ya no funciona así.

Las empresas y sus ecosistemas de acción son cada vez más complejos. Las personas estamos cada vez más interrelacionadas. Casi nada es como solía ser.

Y ningún sistema complejo funciona porque tiene a un líder por muy cojonudo que este sea

De hecho, si funciona de verdad es justamente porque no lo tiene. Hablo de los ecosistemas, de los hormigueros o las colmenas (la reina fecunda, pero no manda), o incluso de nuestro cerebro, donde no existen un centro de control sino una red de elementos autogestionados que se interrelacionan para funcionar en conjunto.

El problema no es de los hiperliderazgos tóxicos. El problema, me temo, es que hoy todos los hiperliderazgos lo son.

El mundo se ha vuelto complicado, el contexto nos ha puesto a prueba y las personas hemos crecido.

Yo hoy ya no concibo estar sin retarme, sin proponer u opinar. No me cabe en la cabeza hacer lo que me mandan sin cuestionármelo. No tolero que nadie me ordene y mande ni mucho menos que me grite. Paso de quien solo me desgasta sin ofrecerme emoción, aprendizaje o retos. No puedo respetar a quien no me respeta, no puedo contar con quien no cuenta conmigo, no puedo escuchar a quien no me escucha.

El liderazgo autocrático imperó durante muchos años en los modelos organizacionales y aún prevalece en las grandes empresas. Porque funcionaba.

Pero hoy ya no funciona.

Porque no aciertan.

Pero sobre todo, porque cada vez hay más gente está esforzándose por construir una mejor versión, más fuerte y sana, de sí mismos.

Te invito a que tú seas uno de ellos.

No contribuyas al suicidio colectivo de tu organización.

Ayúdales a que cuenten contigo.

@vcnocito