La pandemia nos mandó a muchos a currar a casa. Nos tensionó como nunca, pero también nos subió de categoría. El teletrabajo nos obligó a automotivarnos, autogestionarnos y autodesarrollarnos.

Nos empoderaron por necesidad.

Y nosotros recogimos el guante.

Aprendimos a aprender por nuestra cuenta, a buscarnos la vida para conseguir lo que necesitábamos y a diseñar nuevas estrategias para seguir haciendo lo que dejó de poder hacerse.

Y ahora pretenden que volvamos a la oficina y que todo siga igual.

Ummm….

¿De verdad siguen los jefes al mando?

Las cifras de renuncias (ruidosas o silenciosas) dicen que los trabajadores de a pie ya no estamos dispuestos a todo.

En las oficinas, casi nada es como antes.

Por mucho que algunos lo pretendan negar, perdiéndose en la vieja cuestión de cuantos días habría que ir. Un debate estéril que deja al jefe de equipo a los pies de la terrible tarea de limitar y controlar al personal.

Y es una pena, porque, amén del hecho de que controlar la asistencia sea una de las tareas más ingratas que podemos asignar a un jefe, ¿no lo hace mucho mejor una máquina de fichar o una App?

No hace falta una bola de cristal para darse cuenta de a qué olerá el guiso que se está cociendo.

Trabajadores más empoderados que nunca

Los ingredientes de esta realidad empiezan a estar sobre la mesa:

  • Clamor por una mayor flexibilidad que en algunos perfiles deviene en absoluta rebeldía ante el hecho de tener que ir todos los días a la oficina.
  • Voces de trabajadores-cumplidores que piden ser medidos en base a objetivos y no a horas.
  • Escasez de competencias digitales… que abundan justamente en los más reacios a pegar el culo a la silla de la oficina.
  • Mucho bla, bla, bla alrededor de nuevas formas de trabajo pero muchos menos cambios reales.
  • Más estrés en la gente que se nota en más preocupación y cuidado por el “wellbeing” en la empresa.
  • Ausencia, salvo honrosas excepciones, de nuevas reglas de trabajo en equipo, de valoración de la gente y de remuneración, pero mucha necesidad de hacer las cosas de otra manera.
  • Cero entendimiento por parte del personal de a pie de reglas absurdas tipo “no se puede unir teletrabajo al fin de semana” o “ no se puede teletrabajar desde la playa durante los meses de verano”.
  • Cierta disposición a no cumplir las órdenes ni del jefe ni de la empresa sobre la vuelta a la oficina. Acompañada de poca fuerza moral, y poca disposición (vamos a reconocerlo) en las empresas para aplicar “castigos” a quien no cumpla estas directrices.
  • Claras tendencias demográficas que ya hablan de reducción de la población activa, ahora que los boomers ya andamos en puertas de la jubilación, y de incorporación al mundo laboral de generaciones con valores y demandas muy diferentes.
  • Sentimientos menos tangibles, pero no menos reales, de replanteamiento vital, producto de la experiencias propias y ajenas vividas durante la pandemia. Un estudio de Gartner habla de un 40% de trabajadores replanteándose su satisfacción y el propósito de su trabajo actual.
  • Cierta indignación provocada por el hecho de sentir que la empresa “ya no confía” en quienes cedió toda su confianza cuando no tuvo más remedio.

Todos tenemos claro que no queremos que esta «nueva normalidad» se parezca tanto a la “vieja normalidad” es forzada.

Que no tiene, en muchos casos, ningún sentido.

Y que no va a salir bien.

Huele a cambios en el modelo laboral

No hay quien elabore un argumentario convincente a favor de la vuelta a la “vieja normalidad”.

Como magistralmente decía Javier Blasco, director de la Fundación Adecco en la prensa estos días: “ La cultura del presentismo vuelve poco a poco, porque nunca se fue del todo. Como no sé medirte en remoto, y estoy aquí pensando y la sospecha me está tocando las narices, pues mejor te vienes a la oficina y calientas la silla.”

¡Olé!

Se puede decir más alto, pero no más claro.

Todos sabemos que eso no puede durar. Y que si dura, será peor para quien trate de imponerlo.

Queda por ver si serán los jefes o los curritos quienes tuerzan la mano en este pulso. Ello dependerá de muchos factores: la marcha de la economía y los resultados de las empresas, la velocidad de la automatización de procesos operativos y de producción, el impacto en las tareas de la inteligencia artificial…  

Pero, en nanosegundos o años, esto pinta a que los jefes-capataces tienen los días contados.

Los jefes también deben reinventarse

Llegan nuevos tiempos y también tendrán que hacerlo nuevas formas de organización en las que el concepto de jefe tal vez deba eliminarse o, al menos, reinventarse.

Porque un jefe hoy debería enfocarse, además de en el cumplimiento de los números, en despertar en su equipo cualidades como la creatividad, la pasión o el compromiso.

Urge que reinventen su modelo de gestión incluyendo en sus ecuaciones variables como:

  • Los equipos diversos que trabajan deslocalizados geográficamente pero con un propósito y una identidad comunes
  • Una visión clara de qué acciones generan impacto y por tanto, beneficios para la empresa y para el cliente.
  • Una forma objetiva de medir resultados y también intentos que inciten a dar entrada a la creatividad.
  • Una visión que prioriza la persona y sus circunstancias, y que la gestiona consciente de esa individualidad, sin hacer «café para todos».
  • Relaciones en red, sin jerarquías ni protocolos. Sin vetos y sin obligaciones.
  • Democratización de las ideas, en un escenario donde la idea de jefe es una más, donde todas son escuchadas y donde al jefe lo que le corresponde es priorizar o elegir.
  • Un feedback enriquecedor constante, natural, constructivo y sincero.
  • Y por descontado, sustitución del control por la confianza de que cada uno sabrá desde dónde hará mejor su trabajo cada día.  

La ilusión por el futuro y la felicidad cotizan al alza.

Los trabajadores esperan verlo en sus empresas y en sus jefes porque, en su vida personal, ellos ya tampoco son los mismas de antes.

Pues eso.

Jefes, a ponernos todos las pilas.

@vcnocito