Siempre he pensado que todos los que trabajamos en una empresa, sea lo que sea a lo que nos dediquemos y sea cual sea la empresa, podemos ser clasificados en función de dos parámetros. El primer parámetro es el grado de actividad y motivación que demostremos. Así, tenemos a los Proactivos, que son aquellas personas que están muy motivadas en su trabajo, que continuamente lanzan ideas y arrancan iniciativas nuevas y que son inasequibles al desaliento. Y tenemos también a los Pasivos, que son lo contrario, gente para los que ir a la oficina es una mal necesario para poder ganarse la vida, que prefieren pasar lo más desapercibidos posible y que cuanto menos les molestes, mejor.

El segundo parámetro de mi clasificación es lo bien o mal que hagamos nuestro trabajo. Está relacionado por supuesto con el grado de motivación, pero depende sobre todo de nuestras capacidades, de nuestra experiencia, de las herramientas que tengamos a nuestra disposición para hacer nuestra tarea, de nuestra formación… según este parámetro, salen otros dos grupos de personas: lo que llamaré listos, que son aquellos que desempeñan su función de forma excelente, que son eficientes y eficaces y que en definitiva hacen un trabajo de calidad, y luego están los que voy a llamar torpes, que son los que por cualquiera de los motivos que antes comentaba, no hacen un trabajo de calidad, son lentos, gastan muchos recursos para hacer cualquier cosa, etc

Así que combinando esos parámetros me sale una matriz robertiana con 4 categorías: Están los Listos Pasivos, los Listos Proactivos, los Torpes Pasivos, y los Torpes Proactivos. Son categorías abiertas, es decir, una persona no está toda su vida dentro del mismo grupo sino que puede pasar de una a otra en cuestión de minutos. Por ejemplo, alguien puede ser un experto en su trabajo porque lleva mucho tiempo haciendo más o menos lo mismo y le encanta y por tanto estaría con los “listos proactivos” y de repente le cambian de funciones o de compañeros, pasa a hacer algo distinto a lo que hacía y para lo que no está tan preparado, e ingresa en la categoría contraria de “torpes pasivos”.

¿Y cómo es la gente que está en cada una de estas categorías y de qué manera debemos tratar con ellos? Los “listos pasivos” son personas expertas y bien preparadas para hacer su trabajo pero que por el motivo que sea están más bien aburridos y se conforman con hacer lo mínimo para salir del paso, aunque eso sí, lo hacen bien. El truco para tratar con ellos es encontrar aquello que les motive, que siempre existe: puede ser reconocer públicamente su aportación, o justo lo contrario, que también hay gente que se pone nerviosa ante los focos y prefieren que otro asuma el protagonismo. Puede que consigas su colaboración si les entras hablando de un tema que les interese mucho (futbol, cine, familia…). Se trata de encontrar ese algo que les motiva un poquito para ayudar a sacar el potencial que tienen

Luego están los “listos proactivos”: En todo grupo hay alguien que es el motor del equipo: el que lanza las mejoras propuestas, el que resuelve los problemas más difíciles, el que más trabaja. Ante esta gente lo mejor es dejarles trabajar tranquilos y tratar de no molestarles mucho, no quemarles recurriendo a ellos para que nos resuelvan cualquier cosita pequeña, que no sientan que lo tienen que hacer todo ellos. Y si proponen una idea, escucharles con mucha atención aunque en principio no estemos muy de acuerdo, porque probablemente sea una buena idea.

Después están los “torpes pasivos”, aquellos que son conscientes de sus limitaciones para hacer la función que tienen asignada y prefieren quedarse así, que no se note mucho y pasar lo más desapercibidos posibles. No aportan nada pero al menos tampoco molestan, son neutros. Lo que hay que hacer con ellos es encontrar aquello en lo que son buenos, que siempre lo hay. A lo mejor en un departamento muy creativo hay alguien más cartesiano que disfruta haciendo informes. Aunque puede que se sienta un poco desplazado, puede que si se encarga de hacer los informes de seguimiento encuentre un hueco y aporte un valor importante.

Y por último tenemos al torpe proactivo. El terror de la oficina. Gente que no hace bien su trabajo y que siempre está en medio, que nos estorba, vaya, que nos hace perder mucho tiempo arreglando los desaguisados que va formando o convenciéndole de que está equivocado. Hay de todo dentro de esta categoría, pero suelo asociarlo o bien al joven recién entrado con muchas ganas de agradar pero sin ninguna experiencia o al contrario, al veterano que lleva mucho tiempo en la empresa, que se cree que todo es suyo, y que tiene una forma de trabajar obsoleta y anticuada. Lo mejor con esta gente es tratar de apartarse un poco de ellos e involucrarles lo menos posible en nuestros proyectos. En el caso del joven con muchas ganas, sin duda será un valioso colaborador en un futuro, así que merecerá la pena tenerle en nuestro equipo, pero de momento lejos de las tareas importantes.

Yo creo que en cada grupo profesional, si es lo bastante grande, hay gente de todas las categorías. Si echo la vista atrás en mi vida laboral me veo en algún momento dentro de alguna de las cuatro categorías. Todo el mundo tiene sus circunstancias, sus habilidades… la cuestión es adaptarse al que tenemos a nuestro lado, lo que tampoco es nada sencillo